La Zafarronada de Riello envuelve su antruejo con una extravagancia taurina y la llama del fuego

Zafarronada de Riello.

Agencia ICAL

Cae la noche sobre la Montaña Central Leonesa. Las madres, con sonrisas picaronas, animan a sus pequeños a echar a correr y resguardarse cuando venga el toro. En la lejanía ya se escucha el sonido del cencerro, protagonista en este 18 de febrero en La Omaña leonesa. Se acerca la hora y comienza a arder una pira de leña de roble. Los zafarrones, que representan el caos invernal y el mal con sus manos retorcidas y ramas de urz, abren camino por las calles de Riello con sus caretas de piel de cabrito, enaguas blancas y trajes hechos de oveja, e incluso con piel de lobo.

Forman parte de la extravagancia que completan media docena de “gitanas” y un torero vestido de luces, quien pretende continuamente frenar, con pases de muleta, a un toro de madera cubierto con una sábana y pequeña cornamenta, típico en las mascaradas leonesas. En principio, el curioso morlaco da poco miedo, pero asusta a todos alrededor de la hoguera en la plaza mayor del pueblo, sobre todo a las mozas.

Es la Zafarronada de Riello, fiesta de Interés Turístico Provincial y conocida como el Antruejo de Omaña, pues en ella participa mucha gente de este municipio integrado por 40 pueblos. En conjunto, armonizan detalles como el fuego y la máscara demoníaca, combinación poco habitual en este tipo de celebraciones.

Quizá la de Riello pueda asemejarse a la de Riaño, Llamas de Ribera o Velilla de la Reina, pueblos donde también se rodean de una gran fogata, animales, toreros y damas. Quizás, podría hablarse de la recuperación de una tradición del folclore.

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