Águilas y cernícalos después de clase

Carlos S. Campillo / ICAL La cetrera Noelia Herrero, imparte un taller de cetrería a varios alumnos del colegio de Fresno de la Vega

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Fútbol, baloncesto, balonmano, gimnasia rítmica, ballet, inglés, informática o manualidades... son algunas de las actividades extraescolares en las que participan nuestros menores a la finalización de la jornada lectiva. Sesiones que en muchos casos no solo permiten complementar la formación académica o lúdica de los jóvenes, sino que también facilitan la conciliación de la vida familiar y laboral. En los últimos años, y dados los continuos cambios sociales, hay otras actividades que intentan hacerse un hueco en el panorama extraescolar. Es el caso de la cetrería, que pretenden inculcar a los jóvenes, entre otros principios, la importancia del cuidado de la naturaleza y fomentar el contacto con ella.

Aunque lleva tiempo intentando asentare en algunos lugares como posible actividad extraescolar, no lo está teniendo nada fácil. Y aunque el arte de la cetrería parece que crece en reconocimiento y admiración, todavía se trata de una práctica bastante minoritaria, no obstante son alrededor de 200 los cetreros registrados a día de hoy en la Federación de Cetreros de Castilla y León.

El CRA de Fresno de la Vega, en la provincia de León, ha apostado en esta ocasión por la cetrería como algo “novedoso y diferente” y que se estima que puede aportar nuevos valores a sus escolares. La aceptación ha sido total, y de hecho siete de los once niños que acuden a este centro participan en las clases de cetrería que se ofrecen cada jueves por la tarde. “Es bueno que pierdan el miedo y entren en contacto con los animales”, reconoce la teniente de alcalde del Ayuntamiento de Fresno de la Vega, Eloína Aragón. Cuando el Ayuntamiento recibió la propuesta, les pareció “interesante” y decidieron apostar por la cetrería como actividad extraescolar, por el momento durante el primer trimestre del curso, aunque no descartan ampliarlo e incluso centrar en esta materia el espectáculo que se lleva a cabo cada final de curso.

A las cuatro de la tarde del jueves, los niños aguardan la llegada de Noelia, su profesora de cetrería. Acompañados mayoritariamente de sus padres, aparecen contentos y expectantes por er el ave con el que aprenderán en la clase de hoy. “Es una cosa distinta y están muy contentos”, reconoce uno de los padres, que puntualiza que hasta ahora se ofertaban manualidades y ahora “es importante que los niños entren en contacto con la naturaleza”. “Mi hija ha quitado el miedo a los bichos, aunque al principio tenía miedo y dijo que no quería volver, luego cambió de opinión y está muy contenta”, declara otro padre.

Carlos S. Campillo / ICAL Taller de cetrería en el colegio de Fresno de la Vega

La clase está a punto de empezar y Noelia pide a los niños ayuda para sacar del coche las jaulas con las aves, y casi todos se muestran voluntarios a colaborar. Las aves chillan en el interior de los transportines como si expresaran las ganas que también tienen de estar en contacto con los niños. En el patio del colegio es momento de liberar a los animales y Noelia reclama “dos ayudantes con guante”, a lo que acuden todos corriendo, salvo Mónica y Gema, que se muestran en principio algo reticentes porque todavía no han terminado de vencer el miedo, en especial la primera, que prefiere no participar por ahora y ver a sus compañeros desde la distancia.

“No me gusta ese ruido que hace”, dice Gema que no se separa de Noelia, mientras el resto de escolares –Ana, Santi, Alejandro, Ana y Jose- se pegan por ponerse uno de los guantes y llamar a la lechuza, que es la primera con la que aprenden en esta clase. Pero no se olvidan de su otra compañera, Mónica, que no quita ojo a la clase desde el otro lado de la ventana. Los gritos de los niños no cesan, y eso se nota en las aves, que no paran de chillar, pero es que todos están expectantes por que llegue su turno para ponerse el guante y llamar a la lechuza o al águila. Finalmente todos participan en el ir y venir de los animales, pero aunque aparentan valentía, la mayoría no pueden evitar poner cara de susto al recibir al animal sobre su brazo.

Entre llamada y llamada, la clase fluye con naturalidad y casi sin que los niños se den cuenta van respondiendo a las preguntas que les hace Noelia sobre la alimentación de cada pájaro, qué les ocurre a las aves nocturnas con los ojos oscuros, les habla de los discos faciales... y los niños graban toda esta información. Por eso sorprende que en apenas unas clases sean prácticamente capaces de enumerar y conocer, incluso por las sombras, a casi todas las aves rapaces que podemos ver en nuestros campos.

Espíritu de superación

Ese afán por conocer más y vencer sus miedos son algunas de las principales características que supone trabajar con los niños porque “tienen ilusión, espíritu de superación y una atención increíble” frente a los adultos que les puede costar más asimilar todos los datos que reciben. “Además de la satisfacción de que te adoren y el trato resulta muy diferente”, reconoce Noelia.

“Los adultos no somos educables, no se nos puede reeducar, pero sí podemos hacer que los niños comprendan la importancia de las aves rapaces, que sepan respetarlas”, insiste la profesora que asegura que resulta “un orgullo” cómo en apenas unas clases estos siete niños saben diferencias cada animal. “Mónica tiene miedo, pero lo va perdiendo poco a poco, no les puedes obligar, es un trabajo muy progresivo”, asegura.

Y es que son niños todavía muy pequeños que, sin embargo, demuestran gran destreza con el guante. Desde el inicio del curso han aprendido los mamíferos carnívoros de la península, los diferencias por las fotos y ahora están trabajando en las rapaces, las diurnas y las nocturnas, y están aprendiendo a diferenciarlas por las sombras y la silueta que dibujan volando. “Es importante que sepan decir de qué se trata cuando lo vean volando”, algo que la mayoría de los adultos no sabemos hacer.

Una terapia integradora

Hay varios estudios que han demostrado que las aves rapaces nocturnas son “muy buenas” para trabajar con los casos de autismo porque se trata de animales que “funcionan mucho por apego” y a las personas autistas “les hace abrir más la mente”. Por ese motivo ya se está estudiando la posibilidad de presentar un proyecto que trabaje fundamentalmente con personas con alzheimer, síndrome de down y autismo porque en estos casos “socializarse con animales es mucho más fácil”, explica Noelia Herrero.

Y es que, además del autismo, el empleo de aves rapaces en otros casos como el alzheimer o el síndrome de down parece que también resulta beneficioso. “Estamos desarrollando esta línea, aunque somos una empresa muy joven y queremos trabajar en este aspecto”, concluye Noelia, que confía en aplicar estas técnicas con estas personas en cuanto sea posible.

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