Tribuna de Opinión Desde el valle

Verás que todo es mentira

Una imagen de un evento político con televisión generada por inteligencia artificial.

Hemos visto lágrimas en prime time. Hombres rudos que se rompen en directo ante miles de espectadores. Los que están al otro lado de la pantalla han sido, tal vez, votantes de quien se emociona. Y dudan. Desconocemos si el dolor es real o impostado. Solo lo puede saber quien realmente conozca de cerca al personaje real. Antes era escudero, aliado del héroe que llegó a su objetivo con una esencia fundamental: la pureza, la lucha contra la corrupción. Un aliado de un héroe así no puede estar manchado, ni por salpicaduras, por algo que huela, ni siquiera de lejos, a fraude. ¿Por qué? Sobre todo porque el telón caería al suelo con un estruendo estrepitoso que haría despertar del sueño a esos espectadores que tal vez suspiran, compasivos, por ese dolor ajeno que asoma por la mirada acuosa de un recién defenestrado. 

Por eso uno de los argumentos del héroe que está en peligro fue preguntar a la tribuna contraria y acusadora por sus propios cadáveres políticos: ¿por qué cayó Pablo Casado?, dijo. Y la respuesta fue un espejo de la carcajada que se escuchó en la última sesión de investidura. Casado eligió mal a su enemigo porque el partido estaba dispuesto a blanquear el juego sucio: porque mantener en pie y subiendo a su líder mejor percibida, mejor valorada, era mucho mejor opción que eliminar a quien había conectado con lo más básico en medio de una pandemia en la que, ya se sabe, muchos hubieran muerto de todas maneras. Y mientras tanto, libertad y cerveza fría. Aunque la libertad signifique morir sin atención suficiente y la cerveza fría precariedad para muchos y fiesta para unos pocos.

Política y ficción están más unidas de lo que parece a simple vista. No gana quien sostenga una verdad mayor, sino quien sea capaz de conmover e incorporar una mejor percepción de sí mismo en los demás, en quienes no le conocen en persona pero están obligados a creer. Hay que elegir muy bien a quién otorgar el voto o, como mucha gente piensa últimamente, tomar la decisión de quién te defraudará menos en los próximos meses. Eso, lograr el mecanismo de la creencia, es justo lo que hacemos los escritores cuando tratamos de escribir ficción. Lo fundamental no es lograr entretenerte sino introducirte en la historia: que el pacto de ficción opere, es decir, que tú, lector, asumas que lo que estás leyendo es mentira y, sin embargo, lo vivas como una realidad que puedes tocar, que te puede conmover, que te puede arrastrar. No es nada nuevo: se llama verosimilitud. Y lo cierto es que últimamente quienes sabemos de estas herramientas y técnicas leemos la vida real con las mismas gafas que analizamos un texto con serias dudas sobre si se cumple o no el tal pacto.

En las próximas décadas, con el avance de la tecnología y la tan temida Inteligencia Artificial, no seremos capaces de distinguir qué es verdad y qué no lo es: veremos contenido audiovisual, tan realista, que el ojo humano será incapaz de discernir entre una cosa y la otra. 

Ante la avalancha de desafección la política, el espectáculo ayuda poco a cambiar ese rumbo. La gente quiere lo que siempre quiso: casa, techo y trabajo, pero un trabajo que le permita vivir con dignidad y tiempo. Curiosamente cada vez hay más opiniones dirigidas a un voto que defiende una libertad de muertes en soledad y desamparo y una precariedad laboral que enferma. La respuesta está en las pantallas: quizás aún podemos distinguir qué es fake de lo que no lo es, pero ya casi nadie es consciente de que tener opinión propia es casi imposible. Quien gane la lucha en la realidad virtual, ganará la partida en la política real.

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