Seamos serios

Homer Simpson con gafas y gesto serio leyendo el diccionario.

Los que nos dedicamos a este oficio de mezclar palabras también tenemos una especie de libro sagrado, nuestra biblia particular: el diccionario de la RAE. En ese volumen que estudian, reelaboran y actualizan los sacerdotes del lenguaje se esconden los dogmas del idioma. Y es por eso que uno ha decidido sumergirse de nuevo en la silenciosa sabiduría que esconden sus páginas para ilustrarse e ilustrarles sobre ese solemne vocablo que entronca con el tema que nos ocupa: la palabra serio. Aunque, francamente, antes de continuar y dejándonos de perogrulladas, este poco inspirado columnista les confiesa que el verdadero motivo que le ha impulsado a recurrir al infalible diccionario es que no terminaba de encontrar la manera de enfrentarse al texto que tienen ante sus ojos (créanme, el pánico a la hoja en blanco existe).

Pero vayamos al grano, la primera acepción de 'serio' que aparece en el país de los significados dice que es un adjetivo aplicable a esa persona que no ríe, o que no manifiesta alegría en sus gestos o comportamiento. Y en un segundo apartado se completa la definición de la palabra en cuestión como ese mismo atributo que aplicamos a quien actúa con responsabilidad y tomando en consideración aquello que importa. ¿Observan la paradoja? Son lo mismo pero también lo contrario. Una de cal y otra de arena, una nos habla de un tipo básicamente aburrido y triste, y la otra de esa persona a la que daríamos el mando de la situación durante una crisis. Al primero le daban cachetazos en la escuela y al segundo le nombraban delegado de curso. Seamos serios, ¿no?

En estos tiempos en los que la información viaja a velocidad de vértigo entre pantalla y pantalla, en los que un titular eclipsa al anterior en apenas minutos y en los que las noticias se resumen con ideas que caben en un eslogan, la reflexión y el sentido crítico han casi desaparecido de las conversaciones y los debates públicos. Enseguida nos apropiamos de esa afirmación que refuerza nuestras convicciones como si fuera un escudo antimisiles, no vaya a ser que tengamos que replantearnos nuestras creencias. Porque claro, seamos serios, lo que necesitamos no es pensar o darle una vuelta a la noticia, lo que realmente deseamos es que nadie ni nada nos haga dudar.

Y eso es justamente lo que nos ha hecho intelectualmente más pobres, lo que ha reducido nuestra capacidad de filtrar a través de un velo de sarcasmo la realidad más prosaica. Porque la duda ha sido siempre y debe ser el único dogma, el sabio impulso que nos ha permitido salir de las cavernas, escribir los versos de la épica, crear sofisticadas formas de civilización o cincelar el bloque de mármol para descubrir la belleza oculta en su interior. Así que ya lo saben, aparquen esa seriedad impostada y practiquen sin descanso el sabio ejercicio de dudar con ironía, de reírse con imaginación de la pomposa seriedad.

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