Salir del armario

Jakub Jankto Futbolista del Getafe, que se ha declarado gay.

Seguramente a aquellos que no tienen más de cuarenta años les resultará difícil de creer que, hasta hace cuatro días, el mero hecho de ser homosexual te condenaba irremisiblemente al gueto y a la marginación social. Te echaban del trabajo, dejaban de llamarte y vivías con el miedo metido en el cuerpo, sabiendo que, cualquier día, al entrar en un bar o subir a un autobús, una mala bestia con cerebro de mosquito y ojos inyectados en sangre podía darte una paliza, sin más, “por maricón”. 

Ahora los gays pueden salir del armario sin temor a ser rechazados por sus vecinos, y ya no tienen que refugiarse bajo la oscuridad del cine Carretas para dar rienda suelta a sus deseos. Tienen los mismos derechos y deberes que cualquier ciudadano. Esto puede parecer una perogrullada, pero fue solo hace medio siglo cuando revueltas como la de Stonewall en el Village neoyorquino o valientes activistas como Harvey Milk comenzaron a luchar por esos derechos, desde la más absoluta incomprensión y enfrentándose a leyes tan delirantes como la que pretendía expulsar de los colegios a los profesores homosexuales. 

Esas primeras luchas por los derechos LGBT acontecían en Norteamérica y en los años setenta. Pero tristemente las conquistas sociales de este colectivo se reducen casi de forma exclusiva a occidente. Hoy en día, “ser invertido” (así es como lo llamaban) es motivo más que suficiente para acabar con tus huesos en presidio en más de ochenta países. Y viendo como los extremistas islámicos pisotean los derechos de las mujeres es fácil deducir que en Afganistán, Pakistán, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Mauritania, Nigeria, Somalia, Sudan y Yemen tener preferencias sexuales por personas de tu mismo sexo es castigado con la pena de muerte.

Afortunadamente en nuestro país ya solo los más obtusos o ignorantes juzgan al vecino por sus preferencias sexuales. Unas leyes abiertamente progresistas y sobre todo una educación proyectada por una sociedad madura, tolerante y civilizada han conseguido que las nuevas generaciones aprendan a respetar algo tan evidentemente íntimo como lo que sucede en nuestras alcobas. Aún así, es preocupante que todavía cope los titulares la noticia de que un jugador de fútbol sea homosexual, que tenga que anunciar públicamente algo que solo le debería incumbir a él. Por eso la declaración de Jakub Jankto cobra tanta importancia, porque como hicieron antes muchos otros y en otros ámbitos de la sociedad, alguien tiene que iniciar el camino, alguien tiene que romper el impresentable tabú que aún existe a día de hoy en el testoterónico mundo del fútbol profesional masculino.

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