Resucitando a los Panero

La familia Panero.

La elección de la Casa Panero para hacer una fiesta de Halloween por parte del Ayuntamiento de Astorga tiene su gracia. Apuesto a que Michi estaría de acuerdo: se puede ser todo en la vida menos un coñazo. Parece que oigo la risa cavernosa de uno de sus hermanos ante la iniciativa. Resulta que una administración a primera vista conservadora, ha elegido el mejor lugar de la ciudad para retratar lo terrorífico de ser hijo o esposa de un señor que supo criar a una de las familias más desgraciadas de la intelectualidad española. Un ejemplo de “hombre respetable” que todavía se sigue alabando en estas tierras. Un coñazo que tal vez no debería seguir llamándose 'señor'.

Así que queriendo darle un uso moderno a esta casa, al final han tirado piedras contra su propio tejado por dos cosas: la primera porque han reavivado la mítica película El desencanto en la que el concepto de familia quedaba trastocado al airear los Panero sus trapos sucios frente a una sociedad cerradísima hasta la negrura y en la que, sin duda, ninguno encajaba, salvo el padre. Y la segunda porque han logrado, por fin, que la gente hable de literatura, aunque sea de rebote. A lo mejor así algunos jóvenes investigan y por su cuenta llegan a conocer la poesía de Leopoldo María Panero. Y lo digo con conocimiento de causa: así descubrí yo al poeta maldito que vivió a metros de mi propia casa. Por eso me sorprende un poco la reacción de tantos intelectuales y periodistas que han puesto en el grito en el cielo.

Me gustaría que se firmaran manifiestos al constatar la muerte del amor por la literatura, de la lectura pausada y reflexiva, porque eso, y no otra cosa, es lo único nos hace libres sobre todo en un contexto de algoritmos y tendencias tan transitorias como apasionadas. Se muere la literatura porque se la presenta como un lugar al que sólo pueden entrar algunos eruditos con los contactos necesarios o con la suerte azarosa de un golpe viral en las redes. Se muere porque en la escuela nos hablan de los señores y no de los desesperados. Se esconde a los locos. Se encapsula la creación artística. Dice el poeta argentino Fabián Casas que uno llega a la poesía no por estar iluminado, sino por estar desesperado. Creo que es una manera súper eficaz de acercarse a la juventud de hoy. Toca abrir las ventanas y ventilar la casa. Celebro que haya lugares ajenos al canon en los que ver florecer artistas que no buscan temas acordes a una subvención o a la tendencia de turno. Ojalá seamos capaces de criar niños tan curiosos como rebeldes para que estas grietas sean la norma y no la excepción. El arte está muy lejos de vivir de la agenda: el arte, en realidad, es romperla de forma constante y sin rubor. Los Panero lo hacían muy bien. A algunos les costó, de hecho, su propia muerte en vida.

Por eso no he podido evitar fantasear con la idea de que, debido a esta polémica, tal vez los escasos jóvenes que vagan perdidos por las calles de Astorga encuentren en la poesía del drogadicto Leopoldo María un refugio. No he podido dejar de pensarlo porque yo también fui una de ellos. Y entonces curioseé sobre quién era ese tipo que aparecía fotografiado con una calavera en los huevos. Por qué se desesperó en esa bellísima calle que desemboca en la Catedral. Por qué acabó muerto de locura y soledad. Y cómo pudo plasmar todo eso en poemas que, en aquella fiebre adolescente, yo devoraba. Décadas más tarde comprendí que había poemas sublimes, pero otros eran malísimos. Los puedo identificar. Aún tengo capacidad crítica. He leído de todo y he estudiado mucho por puro amor a las letras. Incluso emigré para ser libre: en España ser artista y no tener contactos era y es ser esclavo. Espero que los que vienen sigan haciéndolo, que sigan rebelándose para encontrar su propio camino. A veces lo dudo. Y el terror, en realidad, es eso.

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