Puertas al campo

La protesta agrícola no autorizada esta semana en León.

Vivo de un modo extraño. Pegada a la tierra y, al mismo tiempo, conectada con lo urbano. Donde dicen que suceden las cosas importantes. Miro ese panorama con una sonrisa en la boca porque sé que, en realidad, lo esencial no pasa por las luces de colores ni las algarabías. Lo esencial pasa por tener agua y alimento y, sí, también, y como condición, unas temperaturas razonables para que todo eso, la vida tal y como la conocemos, siga su curso.

Estos días varias tractoradas se han producido por el territorio. Las protestas no se iniciaron aquí. Arrancaron en Alemania y Francia, más vinculadas al aumento del precio de los combustibles fósiles, y luego, mal de muchos, epidemia. Algunos ya están usando la coyuntura para enfrentar a quienes no deben ser enemigos entre sí. La confusión siempre es una buena idea para mitigar los ánimos de quienes se organizan contra algo que, como nos pasa a todos en este mundo líquido, no acabamos de tener muy claro qué es exactamente. Si el enemigo es difuso, difícil obtener la victoria. Escuché a la socialista Ségolène Royale, por cierto, decir que los tomates españoles bio no eran tal, que sabían fatal. Un gesto muy francés el de ridiculizar al que no lo es y mucho más si es el vecino del sur. Pero que nadie se llame a engaño. Será fácil que alguien salga por aquí hablando de los otros vecinos del sur, en este caso los nuestros, los de Marruecos, para deslegitimar su mercancía. De hecho, ya se dice, por qué unos tienen que tener tantos pruritos y otros, no tanto. Y bueno, Europa, sus cosas. Y a la vuelta de la esquina, unas elecciones en las que el progresismo se la juega con casi todo en contra.

El campo lleva tiempo siendo más escuchado por quienes proponen romper con todo y volver a recetas antiguas que son imposibles en este mundo en emergencia climática. Sin embargo, es mucho más sencillo convencer a partir de una idea de pasado nostálgico que casi cualquiera abrazará: ¿Quién no ha dicho alguna vez eso de “antes se vivía mejor”? La propuesta de la izquierda debe ir más allá y salir de esta disyuntiva por arriba pero, para eso, hay que ser valiente. Mucho. Porque son dos mundos que se entienden, en este siglo XXI, más bien poco. Y es curioso, porque no hay más que pensar en Andalucía y su pasado reciente para tratar de gestionar el shock de que la derecha gobierne ya toda la comunidad que tiene más jornaleros que señoritos sin duda, y sin embargo, ay, sin embargo, por alguna razón hemos logrado que todos pensemos que tal vez algún día podremos ser señoritos.

Pues la verdad es que no. La verdad es que como esto siga como está, no habrá paz ni para los señoritos ni para los jornaleros. La verdad es que el mundo agrícola y, por ende, el mundo rural, va a tener que vivir una revolución, lo quiera o no. La cuestión es si esta vez sí se va a meter a los supuestos perdedores adentro para que, por una vez, sean también ganadores y el agravio ceda.

Es muy sencillo: la justicia climática, eso que llaman la transición verde, debe ser al mismo tiempo justicia social. Debemos cambiar la manera de producir en el campo, claro, pero también revolucionar la cadena alimentaria, sí, y también comprender que las energías renovables son el futuro, por supuesto, pero que quienes tenemos el sol, y el agua, debemos también estar dentro del futuro y no ser únicamente zonas de sacrificio. Por eso últimamente miro el río de día y por las noches sueño que tengo que salir a defenderlo con una navaja entre los dientes. Para que la violencia no avance, está el Estado y políticas públicas que se hagan cargo de la magnitud del cambio que tenemos entre manos. Espero que sepamos entenderlo a tiempo.

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