Esto hay que contarlo, porque de verdad… Atentos. Estaba el otro día esperando que empezase el fútbol en mi amplia casa de campo… bueno, amplio el campo, porque la casa es pequeñina, gracias a Dios. La gente tiende a levantar tremendos casoplos solo porque tiene el terreno. Si tienes mil metros de finca no hagas una planta de trescientos metros porque te vas a hartar de mocho. Y no pongas dos pisos porque se amontona todo en el de arriba o en el de abajo y tú estás en el otro. No conozco a nadie que no se haya arrepentido de haber construido de más y además que cómo lo calientas. Es como los tatuajes: la gente de mi generación –los ninios de ahora no sé– se arrepintió de hacerse una calavera carcelaria. Papelón jugando con la niña en la piscina con una chavala en pelotas mal dibujada en el antebrazo. En total, estaba esperando que empezase el fútbol en mi casa de campo, que tampoco está en el campo, campo. De hecho jugueteo con la idea de llamarla La casa del lago, como en las películas esas que dan en la sobremesa de mal rollo, porque a un kilómetro hay un represa con barquitas y todo. Está cerca de un pueblo y al lado de la carretera, que la acaban de asfaltar y pintar. La carretera. Dos años han tardado. Como buen señor mayor estuve mirando las máquinas mientras hacían y hasta les saqué cervezas a los asfaltantes para ver si echaban material en mi entrada. Un poco sí echaron. Luego, cuando dieron la segunda capa gorda, como ya no estaba delante ni les saqué nada fresco, pues no. Hay que andar pendiente. Lo malo es que cuando gaceteo mis propias obras –si se consigue operario, que esa es otra– enseguida me cogen de pinche, quiero creer que porque les parezco mañoso gracias a mis oportunas –y constantes– preguntas, no porque le echen jeta. Sujétame ahí un momento. ¿Tienes un balde, una brocha, un cepillo, un alargador, un compresor y un juego de llaves allen? Bueno, pues estaba en casa esperando a que empezara el fútbol y ya olvidé qué cojones iba a contar. Se me está yendo la pinza de más. Igual tiene que ver con cortar la hierba a tijera, que es de maniáticos; pero resulta mágico: luego sale tiesina y verde, verde con brillo de faca. En teoría hay que cortar cada día un milímetro de cada filamento, la punta. Hierba no ha habido siempre. Vamos, gramíneas. El gramón, grama o bermuda –Cynodon dactilon– que conocemos por hierba no aparece hasta el Cretácico, hace ochenta y nueve millones de años, o sea que la mayoría de los dinosaurios no pisaron nunca hierba, y menos la buena, la de los campos de golf –la Agrostis palustris–. No sé por qué tengo cinceladas en mármol en la cabecina estas chorradas que no valen ni para los crucigramas y luego no me acuerdo del nombre de la mujer de nadie. Bueno, ni el de la mujer ni el del fulano, que el otro día quedé como el culo…