Grande, feroz, muerto
Toda película memorable –que se lo digan a Disney– es de terror. Como tal considera mucha gente a El desencanto. Después de todo, trata sobre la extinción de la conciencia, que es lo que más miedo da. En la película se comentan y se contemplan otras extinciones y desvanecimientos, pero ver a otro –o a nadie– en el espejo es el más estremecedor de los horrores. Posee también todos los demás atributos del género: la chica inocente y sacrificial –Felicidad Blanch–, los aldeanos que hablan y previenen contra el monstruo –los hijos– y el monstruo espantoso mismo –Leopoldo– que hace su tardía, perfecta, catártica aparición a los más de veinte minutos de metraje. En un momento concreto uno de los hermanos niega haber estado encantado y por tanto, ser inmune al desencanto. No éramos tan felices. Yo sí estuve encantado. Sí viví la alucinación colectiva de que la historia era lineal y avanzaba. Qué inocencia. Los patricios de El País, los debates de La Clave donde sin hablar unos encima de otros explicaban la diferencia entre socialismo y comunismo, la llegada a la Luna una y otra vez –hasta seis–, el Vibraciones y Derribos Arias, Moebius y Pazienza, las drogas recreativas, Manuel Puig, el cine serio, ¡el video!… la cristalización de la libertad. Todo iba a mejor. Se acabó Franco, se acabaron los curas y la canción ligera, se acabaron los cojones. Igual que cuando uno no sabe dónde aparcó el coche llegó el temido momento –que creí, encantado, que nunca se daría– de parar, mirar para atrás con cara de bobo y dar la vuelta. Aznar, el Challenger, Tele Cinco, el Día de la Raza y las procesiones, los jóvenes narradores, los nacionalistas… Otra vez la ignorancia, el bulo, las voces, los obispos. El desencanto. En la cinta de Chávarri –ah, digresión: lo de que hay metraje oculto es una leyenda urbana, el celuloide era carísimo y lo pagaba el buitre de Querejeta– la ominosa presencia del padre brutal y fascista, en ensabanada escultura con cinchas, no se revela muy afortunadamente. Por exquisitas razones fílmicas y por razones plásticas: es tan fea como las que cuajan España toda. Con esa fantasma empiezan y terminan la película. En esos espectros de Opus Dei y esas montañas nevadas y banderas al viento seguimos enfangados. Imito muy bien a Michi. Espero que se acuerden cuando hagan el musical.