El buen vecino
“Un país no es rico porque tenga diamantes o petroleo, un país es rico porque tiene educación. Educación significa que aunque puedas robar, no robas; educación significa que tú vas pasando por la calle, la acera se estrecha, y tú te bajas y dices, disculpe; educación es que cuando vas a pagar la factura de una tienda o de un restaurante dices gracias cuando te la traen, y cuando te devuelven el cambio vuelves a decir gracias, y das propina. Cuando un pueblo tiene eso, cuando un pueblo tiene educación, ese pueblo es rico. En definitiva, la riqueza es conocimiento. Y sobre todo un conocimiento que le permite el respeto ilimitado por los demás. Si tú te metes en gran parte del mundo en un vagón de metro o en un autobús lleno es muy raro que cada uno de los que te vaya apretando vaya diciendo, como sucedería en Suiza u hoy en día en España, disculpe. Donde no se produce eso el pueblo es pobre”. Esta respuesta del filósofo y escritor Antonio Escohotado a una de las preguntas que le hacía Sanchez Dragó en aquel estupendo programa de televisión llamado Negro sobre blanco es, además de un monólogo que con el tiempo se ha convertido en uno de esos videos virales que se reproducen como la espuma en las redes sociales, una lúcida reflexión sobre la trascendencia que tienen todas esas normas básicas de civismo que articulan una sociedad, que hacen que funcione. El buen vecino es ese átomo social sin cuya educación no se entendería el funcionamiento de la molécula global que forma una comunidad, una ciudad o un país.
Básicamente ser un buen vecino sería eso que nos distancia de ser un idiota insensible en todos y cada uno de los actos que ejecutamos en nuestra vida cotidiana. Es la amabilidad sincera del ciudadano común y responsable, la ambición mañanera de ese tipo digno y generoso que se asoma a los días con la tierna predisposición de ser un buen hijo, un buen padre, un buen marido o un buen amigo. Es lo que distingue a ese banquero, farmacéutico, médico, camarero, tendero, ganadero o empresario de aquellos otros que no han entendido casi nada de la vida, sujetos ajenos a los buenos modales que caben en un simple gracias o un por favor, tipos que miran a los ojos sin ver, que no sienten ni padecen.
Ser un buen vecino es cuidar lo público y atender a los más débiles de tu comunidad, trasmitir a tus hijos que todos vivimos en sociedad, que el equipo no funciona con individualidades, que todos tenemos que aportar nuestro granito de arena para que el mundo mejore. Y esto, la buena vecindad, la ciudadania responsable, nos ha convertido en un país mejor del que fuimos. Porque, aunque parezca difícil de creer al encender cada nueva mañana nuestras pantallas para asistir al terrible estado de las cosas, el mundo avanza a la velocidad de un caracol pero inexorablemente hacía formas de civilización más elevadas. O no.