Paseo de verano a otoño en Villablino: los sonidos y silencios de septiembre

Vistas de Villablino

Luis Álvarez

Este verano tardío de la primera decena de septiembre aún tiene algunas delicias que ofrecer en un paseo matutino por los alrededores de Villablino. La vegetación sigue exuberante, apenas perdió un poco de tonalidad y colorido del verde intenso de la primavera y parte del praderío no se ve agostado y amarillento como otros años.

La mañana amaneció en Laciana con una espesa niebla, que cubría los dos tercios más altos de las montañas circundantes. Sobre las diez comenzaron a abrirse pequeñas claraboyas en la techumbre lúgubre que cobijaba al valle, abriéndose hacia un cielo azul auspiciando un día atractivo para el paseo.

La salida de Villablino se hace por el puente de El Molinón, sobre el río Sil, cuyas aguas nos despiden con el rumor sueve de una corriente mansa y poco caudalosa propia del tiempo de estiaje.

Junto a la fuente de La Fontaniecha, al otro lado del puente, un hombre descansando y bebiendo unos tragos de agua es toda la compañía humana que hallamos en el recorrido. Los saludos habituales y la despedida de cortesía, es toda la conversación mantenida en una mañana hecha para disfrutar de los silencios, del ensimismamiento de cada uno con sus pensamientos.

Saciada también nuestra sed de paseante sin prisa, es hora de emprender el leve ascenso por el camino que desde la fuente nos va a permitir llegar hasta el pueblo de Llamas. A medida que nuestros pasos nos van alejando del río el rumor del agua se hace imperceptible.

Ahora solo se escuchan algo lejanas las esquilas de un pequeño rebaño de ovejas, que habíamos dejado atrás en los terrenos del antiguo lavadero de MSP, y que se mueven pastando las hierbas y ramoneando las hojas de los arbustos.

Ahora que el sol ya ha disipado por completo la niebla matutina. El paseo discurre por la sombra agradable del túnel de vegetación que envuelve al camino. No hay más ruidos que distraigan nuestra atención para poder contemplar el lugar y fijarnos en algunas zarzas que a ambos lados de la vereda nos regalan amables sus frutos, las moras, no son las más dulces, sin embargo, su suave acidez resulta agradable al paladar.

Unos pasos más adelante, el sonido que llegaba del rebaño ya no se percibe, solo se escucha algún trino de pequeñas aves y el graznido sonoro de dos cuervos que sobrevuelan el paraje; también el zumbido inconfundible de un avión, que dejará su estela sobre el cielo y que la vegetación no permite su visión, disputándole el dominio de los aires a las aves más próximas al suelo.

De pronto parece romperse la calma, se escucha lejano el griterío de unas voces infantiles. En ese afán de los niños por dar rienda suelta a su energía chillando y gritando en medio de sus juegos, como forma de demostrar a todos que están muy vivos y presentes, aunque no les prestemos atención. Voces agudas que son aún agradables a sus oídos y molestas a los nuestros, que suavizadas por la distancia desde aquí las percibimos amables.

Evidentemente es la hora del recreo en los dos colegios de primaria de Villablino y los juegos en los patios recorren el aire y el espacio que los separa de nuestro paseo, empujados por las fachadas de sus edificios que les sirven de pantalla para orientar las voces haciendo de megáfonos involuntarios.

Es momento para sentarse y tratar de imaginar a que pueden estar jugando los niños en sus patios de recreo. El juego más común en esas edades infantiles suele ser el de “pillar, quizá también algún juego de pelota, o de saltos sobre tableros pintados en el suelo.

Seguro que a juegos menos bruscos que los de nuestra infancia ya lejana. Donde en las escuelas de los pueblos, el patio era la calle o la plaza frente a la escuela, alfombradas de tierra y piedras. Más apropiadas para mancharse jugando al “guá” (canicas); o tropezar, caerse y escalabrarse un poco en una persecución jugando a “la partida” (un típico juego de pilla).

Esa alegría desbordante de los pequeños, expresada como mejor saben hacerlo, llega en la distancia hasta nuestro lugar de paseo, para provocar unos recuerdos lejanos muy gratos. Y demostrarnos que la vida es maravillosa y se sigue renovando cada amanecer, cada día, en cada instante.

Continúa el paseo y se van alejando las voces de la chiquillería. El camino se abre y ahora son los muros de piedra que marcan la propiedad de los prados los que delimitan el recorrido. Ya el paseo se hace bajo el sol, el envoltorio de la vegetación ha desaparecido y solo se ven pequeñas matas de arbustos, que conviven con los viejos muros de piedra haciendo de seto vivo para señalar el límite de las propiedades.

Una de esas matas son varios arbustos de endrinos cargados de “abrunos” (prunus spinosa), están casi maduros del todo y su sabor ya no es tan áspero, anestesiante y ácido como unos días atrás. El hueso se desprende con facilidad del fruto carnoso al comerlos. Son de nuevo sabores que nos evocan recuerdos, como antes hicieron las moras o el bullicio de los niños.

Se escuchan unas gallinas y de pronto una conversación entre dos personas, ya estamos en Llamas. Dos trabajadores clavetean losas sobre el tejado de una edificación auxiliar de una casa del pueblo. La fuente tiene un letrero que avisa que el agua no está tratada con cloro, “agua sin garantías sanitarias” anuncia. Es una alegría saber que ninguna administración ha metido las manos en nuestra agua, podemos beber tranquilos.

La visión frente a la fuente de una señal contra violencias machistas estropea el paisaje. No por el mensaje, que coloquen las señales que quieran, pero que elijan mejor su ubicación y el diseño de las propias señales para lograr una menor estridencia paisajística.

Afortunadamente un paseo por el pueblo nos recompensa y gratifica la vista para poder disfrutar de la arquitectura tradicional de montaña que algunos propietarios se esmeran en adecentar con pequeños detalles, llenando su casa de flores o señalando con buen gusto el nombre de la calle y el número de la casa, con rótulos de cerámica.

El descenso hacia Villablino sigue siendo tranquilo, solo dos coches hemos encontrado en el pueblo uno en sentido ascendente y otro en descendente. Los dos losadores continúan con su claveteado y hablan con una mujer de la casa que les ofrece un refrigerio. Es hora de regresar al territorio más urbanita de Villablino, entrando en él otra vez cruzando el río Sil, por el puente de la Estación, que nos recibe con el rumor suave con que nos despidió hace dos horas aguas arriba.

Así ha sido un encantador y evocador paseo por los ruidos y los sonidos del silencio del mes de septiembre en las proximidades de Villablino, asequible para casi todas las edades y capacidades.

 

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