'La vida padre': de comidas y comedias

La película 'La vida padre' está protagonizada por Karra Elejalde.

La comida en el cine suele aparecer vinculada a la preparación o desarrollo de grandes banquetes que convocan a grupos familiares o de amigos. Es en esas pausadas degustaciones o en las largas sobremesas posteriores donde se exponen relaciones sentimentales, se encuentran personas separadas desde hace tiempo o se ponen sobre la mesa (nunca mejor dicho) antiguos conflictos no resueltos. La comida y su fascinante poder para generar emociones o hechizar voluntades, la comida como metáfora del placer y la felicidad.

La comida (y la cocina) ha sido también un fértil caldo de cultivo para la comedia, desde las recurrentes guerras de tartas que veíamos en el cine mudo hasta las más sofisticadas batallas verbales que podemos encontrar en filmes ambientados en modernos restaurantes, en ese espacio social y laboral que se erige con asombrosa eficacia narrativa como diminuto paisaje para retratar una sociedad y su tiempo, como perfecto escenario donde esbozar crónicas cotidianas y costumbristas.

En La vida padre encontramos muchas de estos paradigmas cinematográficos que vinculan comida y comedia. Tenemos una cena inicial y desastrosa que actúa como catalizador argumental y tenemos múltiples referencias más o menos graciosas al embrujo que tiene la comida sobre nosotros, a la importancia que ha adquirido el fácilmente caricaturizable arte culinario en nuestro mundo moderno.  

Mikel decide seguir los pasos de su padre desaparecido hace 30 años, un cocinero vasco de la vieja escuela, y acaba convirtiéndose en una figura prominente de la cocina contemporánea. Un buen día el padre reaparece en la vida de Mikel con un síndrome que le impide reconocer el tiempo vivido, con una amnesia que lo ha dejado colgado en 1990. Partiendo de esta jugosa y disparatada premisa argumental que explora el conflicto personal y profesional entre un padre y un hijo condenados a entenderse, la película se mueve con soltura en el territorio siempre resbaladizo de la comedia para todos los públicos, aunque también de una forma un tanto conservadora, sin salirse nunca del renglón que marcan los cánones. Es divertida e ingeniosa pero nunca se lanza al vacío, todo está medido al milímetro. Además su comicidad es un tanto irregular, alternando momentos brillantes (los chef catalanes nos roban las recetas) con otros más desubicados que lastran el resultado final.

Lo mejor de La vida padre es sin duda la pareja de actores protagonista, unos Karra Elejalde y Enric Auquer que se hacen dueños de la función con una pasmosa y entrañable facilidad. Son ellos quienes levantan el tono cómico o alcanzan a conmovernos desde su enorme talento, es una delicia verles compartiendo escenas y dándose replicas. 

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