'Toro salvaje': tratado sobre la derrota

'Toro Salvaje', dirigida por Martin Scorsese con Robert De Niro como protagonista.

Antonio Boñar

En estos tiempos en los que el entretenimiento parece estar asfixiando el arte, poder volver a ver una cinta como Toro salvaje en pantalla grane es un regalo, una de esas experiencias que apuntalan la certeza de que el cine ha sido la expresión artística más importante del siglo XX. Todo en ella es tremendamente audaz, una obra gestada desde las entrañas pero que ya anticipa el genio de Scorsese, la deslumbrante caligrafía de su cámara, ese genuino talento para editar y expresarse a través del corte que luego se ha convertido en su marca personal, en su firma más reconocible e imitada. Pero además, es posiblemente la última de su especie, de ese tipo de cine en el que los creadores se jugaban la vida (a veces literalmente) por un plano, una frase de guión o el uso del blanco y negro.

Estamos en 1980 y acababa de terminar la última década prodigiosa de la historia del cine. Scorsese pertenece a esa brillante generación de cineastas que revolucionaron el cine americano en los años 70, marcando un punto de inflexión entre el sistema de estudios y una nueva realidad que consagraba al director como autor. Cineastas como Coppola, Altman, Lumet, Bogdanovich, Schrader, Corman, Friedkin, Pollack o el propio Scorsese coinciden al afirmar que el cine europeo fue el gran catalizador que provocó el estallido de los nuevos paradigmas estéticos y narrativos. Porque, aseguran, fueron las vanguardias artísticas que surgieron en Europa durante y después de la posguerra las que consolidaron esa tendencia que buscaba acercar la ficción a la realidad, con tramas y escenarios más próximos a los espectadores. Hablan de Fellini, Rossellini, De Sica, Visconti o Antonioni con auténtica veneración, confirmando al neorrealismo italiano como la corriente que más determinantemente influyó sobre su obra. 

Toro salvaje bebe de forma totalmente consciente de todas esas influencias europeas. Es imposible no pensar en ese cine neorrealista y crudo que nació en Italia cuando vemos todas las escenas de interior, las que se desarrollan en ese opresivo apartamento donde siempre gravita la terrible y potencial violencia doméstica, el estallido animal del maltratador. Pero también en las escenas de la piscina o de la calle encontramos resonancias del cine francés de la Nouvelle Vague. Lo que hace Scorsese es filtrar todas estas influencias para filmar una obra absolutamente personal y estilísticamente transgresora.

Aunque nunca se han rodado de forma tan bella y eficaz las escenas de boxeo (el espectador puede sentir los golpes, la sangre y el sudor de los púgiles de forma casi orgánica, como si estuviera en el cuadrilátero), Toro salvaje no es una historia sobre deporte. Esta película eterna es por encima de todo un ensayo sobre la condición humana, un lúcido y poético tratado sobre la derrota.

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