En recuerdo a Laureano Maceda, el último vate de tierras lacianiegas

Máquina de escribir de Luis Álvarez

Luis Álvarez

En esta época de pandemia y reclusión, vamos holgados de tiempo para acometer tareas inusuales, que el discurrir normal de la vida no nos facilita. Cómo lo es la de poder dedicar un tiempo extra a reordenar archivos y cachivaches cargados de polvo y con olor a rancio. En esas labores me zambulli en los días pasados, para encontrarme con dos muy agradables sorpresas.

Una, íntima y familiar, por la satisfacción que sentí al abrir el estuche de la vieja máquina de escribir de mi padre (una Hispano Olivetti, Studio 46, del año 1956) y encontrar enrollado al rodillo del carro el último folio que él estaba escribiendo con el título “Sierra-Pambley, hijo predilecto de Villablino”. Quizá un día me animé a escribir sobre ello un texto algo más amplio. De momento voy a recrearme en el hallazgo para concederle reposo y sedimentación.

Y una vieja cinta de cassette ha sido la segunda sorpresa, del personal aprendizaje de vida, que me ha dado la actividad de reportero de prensa que durante años realicé para distintos medios provinciales, Diario de León, La Crónica de León, La Voz de la Montaña y ahora con ILEÓN.com.

Esta actividad pseudo profesional, de reportero Tribulete, como el personaje de los tebeos de la infancia. Me ha permitido conocer, entablar conversación o escuchar historias, de personas de todo tipo, mayoritariamente maravillosas. Y reírme, llorar, apenarme, alegrarme, enfadarme o indignarme al tiempo que ellos lo hacían.

Enriqueciendo mi condición humana, de una forma, que mientras se van produciendo los hechos y los vives, no eres siquiera consciente de lo que esas personas te están regalando. No sé si por las prisas del vivir y del contarlas, o por la pura inconsciencia de la juventud, que cree que todo es escaso para el ansia de engullirlo y pasar al siguiente día, que nos domina en ese tiempo de vida.

Ese convivir compartido deja un poso, que serenado con el tiempo, te sirve de sustento vital para afrontar la vida con nuevos conocimientos y perspectivas, que otros ojos, otras visiones y otras mentes te han obsequiado generosamente.

Laureano Maceda

Una de las personas que me dejó una marca personal imborrable fue Laureano Maceda, al que ya conocí con edad avanzada, a sus 81 años (nació en 1905). Especialmente destacaría de él, su forma de afrontar y entender la vida, con alegría, siempre con una sonrisa, sacándole punta a todo y disfrutando de cada instante. Y creo, que de forma involuntaria me hice fiel seguidor de su mensaje vital.

Eran mis primeros pasos con Diario de León, con Camino Gallego y Javier Tascón como responsables superiores, creo recordar. Estábamos en el año 1986, e íbamos a hacer un especial de fiestas para el '18 de Julio', que era la fiesta principal en el pueblo de Villaseca.

Yo no conocía a Laureano y alguien me comentó, creo que mi hermano Tomás, que podía sacar algo de él para las páginas especiales, que era “un coplero del demonio”.

Con ese conocimiento y esas premisas me presente en su casa. Un bar en el medio del pueblo, la primera casa a la izquierda nada más pasar el puente sobre el río de Lumajo en dirección a Piedrafita de Babia.

Me recibió amable, ya había cerrado el bar al jubilarse, y tenía cosas que hacer por lo que quedamos para el domingo 12 de julio a las cuatro de la tarde. De ese encuentro conservo una cinta de cassette TDK de 60 minutos, con la que ahora me he encontrado y cuya audición me ha permitido rememorar todos estos recuerdos.

Laureano acompañado de su mujer Chon, me dibujó con la palabra, un boceto del cuadro de su vida, que me permitió a mi ponerle tonos y colores. Como desde niño, con tan solo 14 años, ya realizó su primer viaje en carro hasta Toro (Zamora) a buscar vino, ejerciendo de arriero para su padre, Evaristo, que tenía una taberna en el barrio de Villaseca de Abajo (el “pueblo viejo”, le llamaban hasta los años 50).

Me explicó, que se juntaban varios taberneros con carros y organizaban un viaje colectivo. “Llevabamos comida para un mes en una espuerta, con la carne cocida, chorizo, artículos de despensa y quesos de vaca y cabra”. Y regresaban con unos “100 cántaros de vino”, sobre 1.600 litros por carretero. Y se hacían dos viajes al año.

Sus recuerdos de infancia, sus escasos años de escuela, lo justo para aprender a leer. Pero su inquietud y afán de saber hicieron que cuando vio en una revista el anuncio de un método de ortografía, “lo compré contrareembolso y en el aprendí, porque me daba mucha vergüenza escribir mal”. Su vida de tabernero, ya independiente como cabeza de familia en su pueblo. Su tiempo ahora ya jubilado en el que confesó, que su mayor deleite era pasar el tiempo en la huerta y ver “como lo que has plantado y cuidado va creciendo y prosperando”. Una alegoría de la vida y la descendencia humanas.

El poeta del pueblo

Pero yo tenía interés en que me hablase de su condición de vate popular. De ese tipo de gente que hoy ya se han convertido en especie en peligro de extinción, por su rareza.

Un tipo de poetas populares, frecuentes hasta el siglo pasado en nuestros pueblos. Uno más entre los vecinos al que las musas le habían rozado con su manto y lo mismo componían coplas para una boda, que para un acontecimiento extraordinario, como para una cencerrada (celebración encabronada, que en los pueblos de León se daba en bodas de novias de edad incierta o novios foráneos escasamente generosos con la mocedad local), o de crítica social. Recogiendo y manteniendo una vieja tradición juglaresca

Laureano fue uno de los últimos poetas del pueblo de la comarca de Laciana, si no el último de su especie. Tenía una gran facilidad para la rima y la métrica. Aprendida, como el explicaba, de las muchas lecturas desde niño de autores tan variados como: Gabriel y Galán, Espronceda, Zorrilla, Rubén Darío, Neruda o el cura de Arienza. No le costaba esfuerzo, lo que para mí es casi un imposible, para el era tan sencillo como hablar. Y se manejaba muy bien con la palabra hablada, dueño de una conversación amena, fluida y rica. Lo mismo escribía unos versos para anunciar su vino, elogiar a la minifalda, criticar al alcalde, contestarle al médico de cabecera por un comentario desafortunado en la consulta, o rivalizar con otro tabernero del pueblo, Gago, en busca de divertir a sus clientes y cantar las alabanzas de su amado pueblo, Villaseca.

Nunca nadie, que yo tenga conocimiento, rebusco entre los dichos del pueblo y los papeles que se puedan guardar en las casas, para recopilar parte de sus rimas, como el las llamaba. Son ya patrimonio de todos.

Yo posteriormente a esta conversación he podido hacerme con varias de sus composiciones de las que voy a transcribir una de las últimas, cuando ya mayor le hizo unos versos a su médico de cabecera después de regresar a su casa tras una consulta, en la que le pregunto si sabía leer y escribir. Y que manuscrita por el mismo le envío por correo al doctor, quien dio de ella divulgación pública (5/06/1983). Dice así:

“Si se leer y escribir,

preguntó usted don José

y nada quise decir

por temor a presumir

de saber lo que no se.

Porque muy poco discurro

tan solo aprendí a escribir,

(cuando no escribo me aburro)

y se poner B de burro

al verbo que acaba en bir.

También yo puedo decir,

sin sombra de presunción,

que hervir, servir y vivir

representan la excepción.

Y aunque de versos entiendo

menos que ningún nacido.

Pienso seguir escribiendo

si creo que a nadie ofendo,

y es para mí divertido.

En cambio no se leer

y tuve un maestro bueno,

más nunca pude entender

lo que en un acontecer

escriba cualquier galeno.

Pero cabe preguntar

sin intención de herir,

ni deseo de censurar

¿no se yo deletrear,

o no saben escribir?

Por su acertada receta

que no conseguí leer

ya puedo muy bien correr

y si me busca la ETA...

¡No me podrán detener!

En aquella ocasión de la entrevista, además nos regalo unos versos sobre su pueblo para publicar en el especial de fiestas que comienzan así:

“Es Villaseca señores,

la cuna de la hidalguía,

donde razas y colores

conviven en armonía.“

Solo una vez publicó una de sus composiciones, un año antes de nuestra entrevista en 1985, en el número 8 de la revista local 'El Calecho' apareció publicada en las página 40 y 41 una serie larga de versos en patsuezo titulada “Recuerdo y presente”, bajo la firma ADECAM (Maceda al revés).

Comenté al principio, que lo que mayor impacto me causo de su personalidad era su manera de tomarse la vida con la suficiente calma y sorna tanto en el hábito como en la dicción, para tratar de no enfadarse y sacarle punta a todo.

Por eso no me extraña nada, que el dicho que se transmite de boca en boca por el pueblo de Villaseca sobre una de sus anécdotas, tenga visos de realidad.

Cuentan que en una ocasión su mujer le comentó, “mira Laureano, te he comprado una camisa de franela a cuadros para el trote de diario”, a lo que él respondió, “tu puedes comprar lo que quieras Chon, pero a mí del paso no me vas a sacar”.

Y es que era así, muy coñon y bastante poeta.

Yo le pregunté por un rumor muy extendido que corría por el pueblo, de que había atado las sillas, mesas y taburetes de su bar con cadenas al suelo en los años 50 – 60, para evitar que la gente si se peleaba los utilizase (doy fe de la certeza del atado, pues cuando hable con él en el viejo bar aún existían las cadenas que sujetaban el mobiliario y que a través de unos pequeños agujeros en el suelo de madera se introducian las cadenas que permitían movimientos de desplazamiento pero no de elevación). Y me dijo, que eso lo decía la gente, que pensaba que los vecinos de Villaseca era folloneros, que nada más lejos de la realidad, “los sujeté con cadenas, para que no me los sacasen para fuera para sentarse al sol en la acera, porque luego yo los tenia que recoger y volver a meter y soy algo vago”. Y para dar prueba de su vagancia me recitó unos versos que le hizo su rival tabernero y amigo personal Gago con el que mantenía disputas rimadas:

“Aunque Maceda es sincero

la propaganda no le hago

porque es un tío muy vago

y menosprecia el dinero.

Para tomar un buen trago

con toda satisfacción

lo mejor es casa Gago,

que siempre tiene jamón.“

Este pequeño homenaje al recuerdo de un hombre singular, al que sus convecinos deben montones de sonrisas y muchos de los dichos que discurren por sus bocas; lo ha permitido y provocado esta situación de reclusión escepcional.

Hagamos como Laureano y valoremos la vida por lo que nos da de bueno, apartemos por un momento la mirada del lado oscuro. Y echemos una sonrisa con unas coplas casi rijosas, que Laureano recordaba, de otro de los copleros de la zona:

“Castro el de La Vega, que decían, si no recuerdo mal, así:

Tomé un cuartillo en Las Rozas,

y otro en casa de Maceda

y aquí me tienes Manuela

a taparte la gotera.“

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