“Mi primer día con Alfonso”
La serie televisiva 'Isabel', que emite la Primera de TVE, ha hecho que recuerde cómo fue cada momento de la investigación antropológica que se llevó a cabo sobre los restos esqueléticos del padre y hermano de Isabel la Católica en el 2006.
La leonesa María Edén Fernández, doctora por la Universidad de León en la espacialidad de Antropología Física y la única mujer que ha estudiado los restos óseos de Alfonso, el hermano de Isabel la Católica, cuenta de primera mano su experiencia y relata sus horas con el verdadero Alfonso, el hermanod e Isabel, no con el que le da vida en la pantalla, Víctor Elías.
Mañana del 6 de abril de 2006-
“Madrugo. Hay que viajar de nuevo desde León hasta Burgos. Llevo todo lo necesario, los guantes de látex, las cajas, el material de embalaje, ropa de faena y, como no, mi cámara compacta.
En Burgos esperan Don Jose María, Padre Procurador de la Cartuja, Consuelo Escribano, arqueóloga de la Dirección General de Patrimonio de la Junta de Castilla y León y Arturo Balado, arqueólogo de la empresa UNOVEINTE.
Hace frío, la nieve aún no había abandonado los alrededores de la Cartuja la primera vez que fui y de eso hacía ya un mes. Ya no quedaban restos de la nieve, pero el frío seguía entrando en mis huesos como la primera vez. Estoy tiritando y no sé si es por el frío o por la emoción que supone el volver a entrar en la Cartuja y encontrarme cara a cara con el pasado. Me doy cuenta de que soy una de las pocas afortunadas que va a acceder a los sepulcros reales y que soy la única mujer que va a estudiar los restos óseos de Juan II de Castilla y del infante Rey Don Alfonso, padre y hermano respectivamente de Isabel la Católica.
Respiro hondo y entro en el interior de la Cartuja. La luz del sol de esa fría mañana ilumina una cristalera que vierte sus reflejos sobre las lápidas que descansan en el suelo. Se respira tanta paz a intramuros....esa imagen hace que me calme. Hago una foto. Fotografía que posteriormente sería elegida por mí como fondo de pantalla del ordenador del despacho que ocupaba en la Universidad durante varios años.
Ya acompañada por Don Jose María, Arturo y por Consuelo, recorro el interior del edificio hasta llegar a la estancia donde se ubican los sepulcros reales. Está en plena restauración y hay andamios por todas partes. Hace un mes estuve allí y bajé a la cripta de los Reyes, situada bajo el Sepulcro real, el que tiene forma de estrella y lleva esculpidos en alabastro a Juan II y a Isabel de Portugal, padres de Isabel la Católica. Los restos esqueléticos recuperados en su interior ya están en León. Hoy hay que trasladar a Alfonso, que se encuentra en otro sepulcro.
Subo por los andamios hasta el sepulcro. A los pies de la escultura hay un boquete a través del cual se ve su interior. Está el ataúd de Alfonso y sus restos óseos, removidos, muy deteriorados y sin ajuar. El que estuvieran removidos es comprensible porque Alfonso no fue enterrado originariamente en la Cartuja sino en el convento de San Francisco en Arévalo en 1468, donde permaneció casi 24 años, hasta su segundo enterramiento definitivo en la Cartuja de Miraflores, hacia donde fue trasladado el 1 de agosto de 1492 por orden de su hermana la Reina Isabel I. El ataúd encontrado en la Cartuja no es el original, ya que como se vio posteriormente, éste medía 146 cm y Alfonso en el momento de su muerte tenía una estatura de 165 cm según la longitud máxima del fémur y tibia del lado derecho. Lo más probable es que la caja depositada en Miraflores sea un segundo receptáculo, con el que se hizo su traslado desde Arévalo hasta Burgos.
Alguien tiene que introducirse por el boquete y lo hago yo, ya que soy de pequeñas dimensiones. El interior del sepulcro no me permite permanecer de pie. Es reducido en altura y en anchura y no puedo evitar sentir cierta claustrofobia. Tiene un olor característico mezcla de humedad y de espacio cerrado. No huele a muerto porque, en contra de lo que pueda pensar mucha gente, los huesos no huelen.
Al finalizar la extracción de los restos óseos, saco también los tablones del ataúd, que son recogidos por Consuelo en el exterior. Ahora toca salir del sepulcro y es cuando pienso “entrar se entra fácil, ahora a ver cómo sales”. Varios intentos fallidos (no tengo fuerza en los brazos) y por fin logro salir con la ayuda de Consuelo que tira de mí. Don Jose María, el Padre Procurador, me llama “heroína” y hace que sonría. El pobre debió de verme con la cara un poco desencajada.
Toca volver a León, y en el coche va uno más. Esta vez viene Alfonso. Hay que tener cuidado en su traslado. Su estado de conservación es muy precario y tiene algo excepcional que no he vuelto a ver en mis 11 años de vida profesional. En el interior de sus huesos aparecen cristalizaciones de carbonato cálcico“.