'Pájaros': el viaje

Como esas grullas que vuelan aprovechando las corrientes del viento y empujadas por su atávico instinto de aves migratorias hacia paisajes más cálidos en los que anidar, nuestra pareja protagonista se embarca en un viaje imposible en busca de esa escurridiza redención que de sentido a sus vidas, que les permita empezar a llenar las páginas en blanco de su futuro con días nuevos, ligeros de todo ese equipaje sentimental que tanto puede llegar a lastrar las ganas de seguir empujando el tiempo hacia adelante. Estos pájaros que recorren Europa como dos vaqueros en una vieja película del oeste vuelan con sus alas rotas: uno frágil como un jilguero, tartamudo desde niño y traumatizado por una reciente desgracia; el otro caótico y experto en dejar las cosas a medias. Juntos buscarán su propia identidad en los recodos del camino. 

Las películas de carretera son filmes cuya estructura responde a la transformación paulatina, o directamente catarsis, que experimentan uno o más personajes en el transcurso de su desplazamiento por distintos espacios físicos. Básicamente estaríamos hablando de un tipo de cine empezó a fraguarse con esas películas del oeste en las que, casi siempre, nos encontramos con un tipo solitario que llega a un pueblo con la intención de rehacer su vida, huyendo de un pasado que inevitablemente acabará regresando en forma de pistolero. Ahí ya tenemos el trayecto vital e interior de los personajes, los conflictos íntimos en los grandes espacios y, como en la cinta que nos ocupa, la redención final del camino. Luego las historias de carretera se diversificaron y se volvieron más sofisticadas, pero la esencia ya estaba en el western. Y Pájaros tiene mucho de western contemporáneo, sin armas que disparar pero mucha marihuana que fumar, con estos dos vaqueros imposibles que transitan paisajes nuevos y horizontes sin grandeza en busca de esa segunda oportunidad que les debe la vida.

Pájaros se eleva como una pequeña joya cinematográfica desde todos esos parámetros clásicos del cine de carretera, desde la belleza atemporal de la sosegada y bella fotografía del paisaje, desde el retrato levemente disparatado del paisanaje,  desde la mirada sentimental e inteligente con la que Pau Durà nos muestra a estos dos pájaros rotos y expertos en fracasos, o desde las prodigiosas interpretaciones de Luis Zahera y Javier Gutiérrez. Lo de estos dos actores gallegos es punto y aparte, capturan toda la esencia de esta historia íntima bajo los cielos horizontales de Europa con un extraordinario dominio de gestos, miradas y dicciones. Su colosal trabajo no solo sostiene con emoción el relato, también lo hace veraz y conmovedor.