Musa de Euterphe y de apellido Quevedo

margarita morais

j m lópez

En muy difícil que Margarita Morais pierda la sonrisa sincera, y cargada de esa fuerza interior que se cuela por tus poros como una ráfaga de aire fresco, cuando está frente a frente. Su universo es la música, las Carmelitas, el noviciado, Roma, en donde escuchó el nombre del leonés considerado una celebridad en el Instituto de Música Sacra de Roma, Ángel Barja. Allí, en Roma y con una carrera musical muy brillante bajo el brazo, se sintió insignificante, pequeña ante el desfile de maestros. Ahora es la musa invisible que teje los hilos de la gran familia que es la Fundación Eutherpe, por la que ya han pasado más de 3.000 jóvenes artistas. Su sello es sinónimo de honradez, de veracidad. Siempre quiso enseñar música y por eso añade con gracejo que “claro, allá por el año 1968 o 1969 era raro ver a una monja dando conciertos”.

De la familia, la tercera de doce hermanos, aprendió disciplina y trabajo en equipo. En 1965 entró en el noviciado en Valladolid y tres años después inicio la aventura en la capital romana:

“Te sientes insignificante porque estás rodeada de grandes maestros, de alumnos de todo el mundo; la visión que me dio, cambió bastante mi forma de entender y transmitir la música”.

Recuerda que allí conoció al gran Ángel Barja. En el Instituto de Música Sacra de Roma se hablaba de él con solemnidad.

2004

Antes de ser destinada a León, en 1976, para hacerse cargo de la escuela de Música, en un momento en el que la dirección provincial de la orden abarcaba los territorios de varias ciudades y en otras comunidades, estuvo varios años en Villafranca de los Barros, en Badajoz, un escenario muy diferente al fértil pasto del valle cántabro de Muña donde nació, equidistante entre Reinosa y Torrelavega.

Al arrancar el nuevo siglo Margarita sentía el deseo expreso de dar un paso más. Muchos jóvenes artistas reclamaban un escenario para modelar su aprendizaje y para dar los primeros pasos como concertistas. Primero fue una asociación de profesores y el primero que se apuntó a la idea fue el maestro Joaquín Achúcarro. La idea prendió y el lleno de ese primer concierto con el gran pianista bilbaíno hizo el resto; Euterphe estaba listo para salir del horno y así sucedió en 2004.

Desde que puso en marcha la página web, cuando la orden le otorgó una pequeña sala entonces llena de trastos, las demandas para acudir a la llamada del sello Euterphe llegan de todo el mundo. Margarita relata con asombro que nada más arrancar se presentó en León un joven talento moscovita, Andreí Sicov.

Desde la sombra, Margarita ha ido tejiendo una enorme red de complicidades con grandes artistas, que arrastran a las nuevas generaciones y que ha elevado a la fundación Euterphe a techo de calidad. El maestro Joaquín Soriano, junto a Borja Quintas patronos de la Fundación Euterphe, ha expresado en varias ocasiones que lo que sucede entorno a Euterphe es cierto.

Quevedo y Villegas

Y para ello, para llegar hasta donde ha llegado, nunca ha echado mano de su linaje, que entronca con el siglo de Oro. Su tatarabuela, Juana Bustamente Quevedo y Villegas, fue la última que recogió el legado de don Francisco. Ahora quizás sea la duodécima o decimotercera generación del ilustre escritor.

Nunca ha ocultado nada y el parentesco habría pasado desapercibido a no ser por un reportaje de un dominical que erraba de forma notoria en el linaje de Quevedo. Margarita solicitó una rectificación y se armó el lío.

El rostro de Margarita Morais aparece en las revistas nacionales e internacionales. Eutherpe llena los aforos que le prestan. A veces hasta el Auditorio. Aunque caigan chuzos o nieve. Una vez al mes organizan un concierto en Valencia. Este fin de semana vienen los profesores y alumnos de Alcalá de Henares. Han cerrado su escuela, los recortes.

Desde las navidades pasadas no había visto a los suyos, pero lo ha hecho hace tan sólo tres semanas. Siempre hay algo que hacer. De ocho de la mañana a ocho de la tarde, o lo que sea. Es feliz en la congregación y se define muy casera. Y siempre tiene la sonrisa a flor de piel. Su discurso plácido es balsámico.

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