'Malditos bastardos': Érase una vez, en una Francia ocupada por los nazis…

Malditos Bastardos, película de Quentin Tarantino.

Antonio Boñar

Así comienza el primero de los cinco capítulos en que se divide Malditos bastardos (2009), una frase que esconde un guiño a su admirado Sergio Leone al evocar aquel otro de Érase una vez en America (1984), la última y mejor obra del director italiano. Un pequeño homenaje que no se queda únicamente en las palabras y que cobra todo su sentido cuando vemos como, en esa estupenda introducción, Tarantino traslada con brillante descaro los paradigmas estéticos del más puro spaghetti-western a la Francia ocupada por los nazis. 

Es en ese poderoso arranque donde conocemos a los dos grandes personajes de la película: la bella y fatal Shosanna, interpretada por una magnética Mélanie Laurent, y Hans Landa, ese impagable coronel nazi que se apodera del relato desde su primera aparición en pantalla, cuando nos habla de la diferencia entre las ratas y las ardillas para explicar delirantemente su eventual oficio de cazajudíos. Además de este prólogo, y entre todos esos destellos que iluminan intermitentemente la cinta, destaca por encima del resto la larga secuencia del café, treinta minutos de sutil comicidad y tensión que este crítico ya guarda en el cajón de la memoria para siempre. Christoph Waltz nos recuerda con su caracterización del disparatado e inquietante Hans Landa al mejor Peter Sellers, a esos desquiciados personajes que interpretó para Stanley Kubrick en Lolita (1962) o ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1963).

También, con ese título que encabeza el primer episodio del filme, Tarantino ya nos avisa sobre el carácter fantástico de lo que vamos a ver a continuación. Porque Malditos bastardos está muy lejos de ser una recreación histórica. Aquí la II Guerra Mundial es únicamente un marco de realidad determinado y reconocible por todos en el que Tarantino derrama con una prodigiosa capacidad de invención sus grotescos personajes, su despliegue deliberadamente estridente de recursos visuales y musicales, su inagotable y brillante abanico de diálogos imposibles, su violencia pop o su gamberro sentido del humor.

Malditos bastardos es una película tan seductora como irregular que se nutre de numerosas referencias cinematográficas que van desde la obra de Leni Riefensthal a la ya mencionada de Sergio Leone, o de filmes bélicos como Doce del Patíbulo (1967) a comedias como Ser o no ser (1942). Y quizás el mayor mérito de Tarantino sea la libertad creativa que demuestra al disolver distintos géneros o al atreverse a reinventar la historia y proponer otras realidades. Sólo por eso, y a pesar de que la cinta adolezca de cierta arritmia narrativa o deje algunos personajes sin perfilar, ya es cine del bueno, como casi todo lo que ha filmado este maravilloso realizador

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