'Malditos bastardos': Érase una vez, en una Francia ocupada por los nazis…
![Malditos Bastardos, película de Quentin Tarantino.](https://static.eldiario.es/clip/b53bfcf8-4b27-42ad-8219-8665da12e2a9_16-9-discover-aspect-ratio_default_0.jpg)
Así comienza el primero de los cinco capítulos en que se divide Malditos bastardos (2009), una frase que esconde un guiño a su admirado Sergio Leone al evocar aquel otro de Érase una vez en America (1984), la última y mejor obra del director italiano. Un pequeño homenaje que no se queda únicamente en las palabras y que cobra todo su sentido cuando vemos como, en esa estupenda introducción, Tarantino traslada con brillante descaro los paradigmas estéticos del más puro spaghetti-western a la Francia ocupada por los nazis.
Es en ese poderoso arranque donde conocemos a los dos grandes personajes de la película: la bella y fatal Shosanna, interpretada por una magnética Mélanie Laurent, y Hans Landa, ese impagable coronel nazi que se apodera del relato desde su primera aparición en pantalla, cuando nos habla de la diferencia entre las ratas y las ardillas para explicar delirantemente su eventual oficio de cazajudíos. Además de este prólogo, y entre todos esos destellos que iluminan intermitentemente la cinta, destaca por encima del resto la larga secuencia del café, treinta minutos de sutil comicidad y tensión que este crítico ya guarda en el cajón de la memoria para siempre. Christoph Waltz nos recuerda con su caracterización del disparatado e inquietante Hans Landa al mejor Peter Sellers, a esos desquiciados personajes que interpretó para Stanley Kubrick en Lolita (1962) o ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1963).
También, con ese título que encabeza el primer episodio del filme, Tarantino ya nos avisa sobre el carácter fantástico de lo que vamos a ver a continuación. Porque Malditos bastardos está muy lejos de ser una recreación histórica. Aquí la II Guerra Mundial es únicamente un marco de realidad determinado y reconocible por todos en el que Tarantino derrama con una prodigiosa capacidad de invención sus grotescos personajes, su despliegue deliberadamente estridente de recursos visuales y musicales, su inagotable y brillante abanico de diálogos imposibles, su violencia pop o su gamberro sentido del humor.
Malditos bastardos es una película tan seductora como irregular que se nutre de numerosas referencias cinematográficas que van desde la obra de Leni Riefensthal a la ya mencionada de Sergio Leone, o de filmes bélicos como Doce del Patíbulo (1967) a comedias como Ser o no ser (1942). Y quizás el mayor mérito de Tarantino sea la libertad creativa que demuestra al disolver distintos géneros o al atreverse a reinventar la historia y proponer otras realidades. Sólo por eso, y a pesar de que la cinta adolezca de cierta arritmia narrativa o deje algunos personajes sin perfilar, ya es cine del bueno, como casi todo lo que ha filmado este maravilloso realizador