Luis Mateo Díez rinde un sentido homenaje a los cines, “los palacios de los sueños”, en su nuevo libro
Confiesa Luis Mateo Díez ser “poco propicio” a la nostalgia, un sentimiento que considera “un poco flojo”, pero sí reconoce que, con la edad, se acentúa su ‘padecimiento’ de melancolía. De la mano de Nórdica Libros, el Premio Nacional de las Letras Españolas regresa a las librerías con ‘El limbo de los cines’ (21,95 euros), un volumen exquisitamente ilustrado por Emilio Urberuaga, donde conjuga lo que él denomina “una conexión melancólico-divertida” para trazar, con tintes de cierta “elegía”, su personalísimo “homenaje a los cines”, recintos que no duda en calificar como “palacios de los sueños”.
En el libro, el escritor leonés establece un “ajuste de cuentas” con el que espera despertar en los lectores sensaciones que les hagan ser conscientes de la “enorme deuda emocional que tenemos con los cines”. “Las películas, por suerte, siguen ahí y podemos volver a verlas de una u otra manera”, pero los auténticos protagonistas de sus relatos son las salas, lugares de tintes mágicos que “eran capaces de generarnos todo tipo de sensaciones y expectativas, con sus peculiares aromas, a humanidad o a ozonopino”.
Para Luis Mateo, “cinéfilo empedernido” desde su más tierna infancia, los cines son “un espacio de sublimación de la imaginación”. Fue en el “extraordinario” teatro-cine municipal de su Villablino natal donde él vivió sus “primeras experiencias imaginarias”, a las que acudía religiosamente como si asistiera a “una misa maravillosa”, en contraste con la “pesadez terrible” que para él suponía tener que ir a la iglesia cada domingo. “Si hoy vas por allí, apenas quedan las paredes. Se ha convertido en un almacén de residuos, sin nada dentro. Fue liquidado en su momento pero, sin embargo, ese espacio pertenece muy profundamente a la vida imaginaria de quienes fuimos niños en el valle y de tanta otra gente...”, relata.
Ese espacio evocador de su niñez, hoy en ruinas, lo recrea ubicándolo en sus familiares Ciudades de Sombra, los enclaves “antiguos y extraños” en los que transcurre su imaginario narrativo. Como algunos estudiosos de su obra han descubierto, los cines son para él “espacios metafóricos” y “elementos simbólicos cruciales ” de su “mundo literario”, ya que representan en cierta forma “la imaginación destruida”. En ese sentido, explica que esos espacios propician “una cadena de conciencia de la fantasía”, donde la imaginación y la destrucción conviven, mientras las salas quedan como “residuos” o “refugios” en los que cobijarse frente a la desaparición.
El arte de contar
Las películas condensan, según explica a Ical, “el arte de contar a través de las imágenes animadas”, algo que tiene para él “un sentido muy hondo y muy profundo”. “Una parte crucial de mi aprendizaje como narrador está en el cine. Hay un sustrato profundo de la ficción literaria asentado en la ficción cinematográfica, que ha influido muchísimo en los modos de contar y de escritura en la novela moderna”, reflexiona.
Si el séptimo arte tuvo mucho que ver en su formación como narrador, más importante si cabe fue el lugar que las salas oscuras jugaron en su educación sentimental, recintos que relaciona irremediablemente con “el placer, el entretenimiento y la comunicación de una manera muy física de emociones y sentimientos entre la pantalla y el espectador”. No en vano, compara los antiguos cines que protagonizan su último libro con “grandes iglesionas” donde los espectadores recibían “historias subyugantes, hasta las que eran malas”, y lo hacían “en compañía de otras personas, en la oscuridad”, algo que para él era como “recibir una cierta gracia de Dios que llegaba desde la pantalla”.
En las páginas de su nuevo libro, Luis Mateo escribe una frase muy simbólica: “El limbo es donde sobrevivo como espectador”. Con una honda sonrisa profundiza sobre esa idea, para señalar que el limbo es “una creación religiosa, como una sala de espera para llegar al cielo, pero era también el sitio donde se quedaban los niños que no habían sido bautizados”, un lugar que él siempre ha imaginado como “muy bonito”, impregnado de “una nada beneficiosa” que él siempre ha relacionado con los cines: “lugares deliciosos, donde todo podía pasar y nadie te requería para nada, mientras tú en tu butaca eras el dueño de todo aquello”.
Una docena de relatos
Es por eso que en la docena de relatos que conforman ‘El limbo de los cines’, el lector se sumerge en una “comunicación total entre el espectador y los actores o las historias”, con narraciones donde “todo va y viene, como si los espectadores estuviéramos sentados en ese patio de butacas donde nos avasalla como una tromba todo lo que sale de la pantalla”, desde donde somos testigos de “una realidad poderosa, a veces terrible, medrosa y maravillosa, con la capacidad de conturbarte”.
Llenas de humor y de amor por el séptimo arte, las páginas de ‘El limbo de los cines’ están salpicadas de momentos únicos y de ideas que el autor califica como “ocurrencias estrafalarias” o “gracias”. Así sucede con la lapidaria frase, digna del crítico más severo: “Hay películas con menos galones que estrellas”.
Aunque no lo haya hecho de forma premeditada al concebir la obra, Díez aborda cada uno de sus relatos desde un género cinematográfico diferente, desde el bélico o el thriller, hasta el cine de aventuras, el melodrama romántico o hasta una improbable invasión marciana, propuestas dispares con las que, probablemente, reivindica la infinita posibilidad de contar historias que nos ha dejado el cinematógrafo desde su irrupción en nuestras vidas.