'Golpe de suerte': tragicomedia del azar
Aseguraba Woody Allen en una reciente entrevista que hay dos clases de personas: las que creen en el azar y las que creen que pueden controlar el azar, que son las que están equivocadas. Como escuchamos decir a una voz en off al comenzar Match Point (2005), esa incontestable obra maestra del director que también disertaba sobre la idea del azar como fuerza motriz de nuestras vidas: “Aquél que dijo más vale tener suerte que talento, conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte, asusta pensar cuántas cosas escapan a nuestro control”. Ya saben, la pelota de tenis golpeando la red y gravitando durante un instante sin saber hacía que lado de la misma caerá, el impredecible gesto final de una pequeña esfera cómo metáfora deportiva de la fragilidad del destino.
Con Golpe de suerte vuelve a incidir en una de sus obsesiones más recurrentes, esa certeza de que son los pequeños e insignificantes acontecimientos los que crean finalmente las grandes diferencias que escribirán nuestro paso por este mundo. Y aunque lo hace de forma más liviana que en Delitos y faltas (1989) o en la mencionada Match Point, cintas que abordaban el tema de manera más existencial y profunda, la conclusión (o precisamente la ausencia de ella) es la misma: la imposibilidad de controlar todas esas infinitas eventualidades que acaban gobernando las presuntas decisiones que nos harán escoger un camino vital u otro.
Un encuentro casual en las calles de París entre Fanny y Alain es el que desencadenará una imparable cadena de acontecimientos. Ella, una mujer casada con un hombre adinerado que le ofrece una vida cómoda y rutinaria, acabará en los brazos de él, un antiguo compañero de estudios convertido en escritor que llenará sus días de paseos por el parque, romanticismo y bohemia. La película crece lenta y sabiamente, pasando de ese costumbrismo que retrata a la alta sociedad parisina y nos presenta a los personajes con la siempre velada comicidad de Allen, a desgranar sobre la pantalla muchas de las zozobras que tanto han inspirado su filmografía: la infidelidad, el adulterio, los encuentros y desencuentros amorosos, las aprensiones, los tipos diletantes y afectivamente inmaduros, el crimen, la ausencia de moralismo, la dictadura del azar o, por encima de todo, esa profunda e inteligente ironía con la que observa el vasto caos de probabilidades que dirige nuestras vidas.