Cine

'Crash': la disección de una Sociedad

Un fotograma de la película 'Crash', de 2004.

Antonio Boñar

“A veces, un golpe, una colisión, un accidente, nos ayuda a despertar, a sentirnos vivos, es necesario para volver a empezar”. Estas palabras que escuchamos en la primera secuencia de la película le sirven a su guionista y director, Paul Haggis, como catalizador argumental para mostrarnos su demoledora visión sobre el hombre contemporáneo. A partir de un hecho tan cotidiano como un accidente de tráfico iremos descubriendo la fragilidad y soledad de unos personajes cuyos miedos, odios, amores y miserias quedan al descubierto ante el leve y exacto soplo del azar. El azar se convierte así en la fuerza motriz de sus destinos, en lo único que puede romper el delicado equilibrio que parece unir las vidas de estos habitantes de Los Ángeles. Una ciudad que, por otra parte, ejemplifica mejor que nada la deshumanización de los territorios urbanos, selvas de cemento en las que hemos cambiado las lanzas por tarjetas de crédito y donde millones de habitantes luchan por sobrevivir cada día ignorándose entre sí, sin apenas rozarse, como comenta uno de los personajes al inicio de la película.

Estamos pues ante una cinta coral poblada por personajes de distinta condición social y racial, y cuyos pequeños dramas domésticos son las certeras pinceladas que utiliza Paul Haggis para pintar este fresco desolador de una Sociedad, la americana, cuyas terribles patologías quedan desnudas ante el espectador. La esposa de clase alta, los delincuentes negros de poca monta, el tendero musulmán, el policía amargado y racista, el productor de televisión humillado, el honesto cerrajero hispano o el escéptico detective    que condensa en su mirada el hondo desarraigo vital de todos ellos, son algunos de los personajes que deambulan por el paisaje frío y duro que conforman autopistas y edificios; y que solo a veces, cuando chocan, son capaces de abrir su interior y de mirar por encima de esa barrera invisible y hermética que separa su propio gueto de los demás. Son como esos tipos, detenidos en el tiempo y ensimismados en sus diminutas e intensas soledades, que habitan los cuadros de Edward Hooper; o como todos esos supervivientes de sí mismos que vagan por los grandes espacios de Norteamérica en los cuentos de Raymond Carver. 

Haggis, autor del espléndido guión de Million Dollar Baby (2004),  teje esta historia con un estilo sosegado que parece remitirnos a los clásicos americanos: pintores, escritores y, por supuesto, cineastas. De entre estos últimos es casi imposible no pensar en Robert Altman y su Vidas cruzadas (1993); o en Magnolia (1999), de Paul Thomas Anderson; o en los guiones poliédricos de Guillermo Arriaga Jordán, Amores perros (2000) y 21 gramos (2003). Pero es posiblemente la cinta de Lawrence Kasdan, Grand Canyon (1991), la referencia que parece latir con más intensidad en cada plano de esta película, una cinta capaz de depositar en nuestra conciencia reflexiones sobre la vida, el destino o la esperanza con una extraña pero efectiva carga emocional.

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