Cine y Televisión

Catástrofes (de cine)

Película de desastre del fin del mundo.

Antonio Boñar

Como bien reflexiona José Luis Sánchez Noriega en su Diccionario temático del cine, podemos encontrar el origen de gran parte de las catástrofes cinematográficas en los cuatro elementos naturales de los filósofos presocráticos: tierra (terremotos, hundimientos), aire (tormentas, huracanes, tornados), fuego (incendios de bosques, ciudades o edificios) y agua (maremotos, inundaciones, naufragios). Aunque en los últimos tiempos se han sumado nuevas causas y hecatombes a la lista: virus y epidemias, seres mutantes, actos terroristas, alienígenas hostiles, meteoritos, explosiones nucleares…

Este tipo de películas alcanzó su época de mayor esplendor en la década de los setenta, en la que surgieron como churros bajo ese caldo de cultivo que se nutría del clima de inseguridad y desconcierto generado por la crisis del petróleo. Algo que en la actualidad ha sido sustituido por el cambio climático como desencadenante de las grandes tragedias humanas. De aquellos primeros años son algunos de los títulos más paradigmáticos de este subgénero: Aeropuerto (1970), La aventura del Poseidón (1972), El coloso en llamas (1974), Terremoto (1974)…

La mayoría de estos filmes han sido revisitados o directamente exprimidos por la industria de Hollywood hasta la saturación, generando en las últimas décadas una larga lista de títulos prescindibles entre los que apenas destacan unos pocos y brillantes acercamientos a la desgracia como Titanic (1997), Lo imposible (2012), No mires arriba (2021), Trece vidas (2022), La sociedad de la nieve (2023) o la magnífica serie Chernobyl (2019).

Si algo tienen en común las conocidas como disaster movies es que suelen ser superproducciones que nacen con una clara vocación de espectáculo y en las que la trama narrativa, o el diseño de los personajes, están casi siempre supeditados a la acción. Bajo la aparatosidad de los distintos desastres que nos ha regalado el cine, solemos encontrar el mismo catálogo de respuestas humanas ante la amenaza. Unos arquetipos que no han variado a lo largo del tiempo y que acostumbran a estar encabezados por ese ciudadano común al que las circunstancias convierten en héroe.

Alrededor de él, y dependiendo del cataclismo que aborde cada filme, aparecerán una serie de líneas narrativas que suelen visitar ciertos lugares comunes: la mezquindad de unas autoridades descreídas e ineficaces; la catarsis emocional de uno o más personajes que recorren durante la aventura esa distancia que separa la soberbia de la humildad; el fortalecimiento de una pasión o romance que antes de la tragedia agonizaba y que suele tener como protagonista a nuestro héroe circunstancial; un niño y su consabida familia disfuncional; una pareja de venerables ancianos que, entre carrera y carrera, aprovechan para moralizar sobre la condición humana; o el típico listo que desde el primer minuto de proyección lleva escrito en la cara su condición de cadáver prematuro.

Lamentable y tristemente, lo de la incompetencia de las autoridades para gestionar el drama seguro que les suena de algo.

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