Villalar: una ínfima batalla mitificada en el siglo XIX que la izquierda de Valladolid comenzó a celebrar tras morir Franco

El cuadro 'Rendición de los comuneros', de Manuel Picolo López.

La Comunidad de Castilla y León celebra una derrota. Con mucha polémica, mucho mito y mucha división política. La batalla de Villalar también lo es históricamente, así como la interpretación actual de la Guerra de las Comunidades –mitificada por la izquierda hasta el punto de ensalzar cuasi religiosamente a sus líderes nobles y eclesiásticos– y también desde el punto de vista popular, haciendo de ella la más importante que haya ocurrido nunca en Valladolid, cuando eso no es ni de lejos así. Por no ser, no fue ni siquiera una batalla propiamente dicha: sino una cacería de la caballería realista sobre unas tropas comuneras desbandadas que huían del campo de batalla en medio de una inmensa tormenta.

Alberto Raúl Esteban Ribas, historiador experto en Historia Militar por el Instituto Universitario General Gutiérrez la define así: “Diversos historiadores calificaron la jornada como 'una ligera y mal sostenida escaramuza, que no debe llamarse batalla'. Afirmaron 'que lo sucedido en el Puente de Fierro apenas merece el nombre de batalla' y atribuyeron lo que allí pasó 'al descuido, torpeza y aun insensatez de los jefes populares”, según apunta en sus consideraciones de lo ocurrido en Villalar ese 23 de abril de hace 503 años en un artículo que explica tácticamente la jornada en el número especial de Desperta Ferro Historia Moderna sobre la Guerra de las Comunidades.

¿Cómo una escaramuza se ha convertido en una de las batallas más importantes para la Autonomía de Castilla y León? ¿Es lícito celebrar una derrota, cuando además crea enorme revuelo y agitación en León y clarísima división entre izquierda y derecha? ¿Es una fiesta adecuada para ser la oficial de esta comunidad sin identidad autonómica? Son ya 48 años de celebración en la campa vallisoletana y la polémica sigue más viva que nunca. El resumen más fácil es que, en origen, es una fiesta de la izquierda... y de Valladolid.

Pero las cosas son mucho más complejas para entender el fiasco como fiesta oficial de Castilla y León. La revuelta de los comuneros es algo muy importante para la izquierda castellana y también para la leonesa. Es su “de derrota en derrota hasta la victoria final”, su leyenda Comunera de libertad, su forma de mostrar que estaban en contra de la dictadura franquista y que comenzaron a festejar en 1976 convocados por el Instituto Regional Castellano-Leonés (aunque algunos se acercaban años antes) terminando aquella jornada con la disolución por la Guardia Civil de los cuatrocientos concentrados para acrecentar más el mito todavía. Un año después, en 1977, volvió a convocar la fiesta conjuntamente con la Alianza Regional de Castilla y León. El festejo sí fue autorizado y participaron cerca de veinte mil personas. Un número nada baladí. Pero ninguna bandera de León en 1978. Y también es, no se puede negar, una fiesta muy sentida como propia por los vallisoletanos. No en vano la mayoría de la campaña decisiva de la Guerra de las Comunidades se produjo en esa provincia entre 1520 y 1521, con una segunda final de remate en el asedio de Toledo en 1521.

Todo esto no puede evitar reconocer que para la Historia contemporánea los Comuneros sean más que significativos. Sobre todo por el mito establecido por los románticos en el siglo XIX. Lo explica bien el historiador Daniel Aquillué, profesor de la Universidad Isabel I de Burgos, autor de España con honra, imprescindible libro en el que defiende que el siglo XIX español no fue tan terrible como se cree. “En historias y crónicas de la Edad Moderna se va a mencionar a los comuneros, pero no será hasta el siglo XIX cuando se recupere su memoria en el contexto de la revolución liberal que va a tomar a los Comuneros como bandera simbólica, como los primeros mártires de la libertad española, junto a las Germanías y a Juan de Lanuza”. 

Así, “durante el largo siglo XIX y los inicios del XX, hasta la Segunda República, el mito de los Comuneros está muy vivo. La dictadura franquista reniega del siglo XIX por ser origen del liberalismo, el constitucionalismo, el parlamentarismo y los movimientos obreros. Franco quiere borrar cualquier atisbo de libertad, no solo del presente sino del pasado. El franquismo exalta glorias imperiales y monarcas, no a revolucionarios”, apunta.

“Los Comuneros van a ser, eso sí, un mito liberal, y liberal progresista en concreto, republicano y de izquierdas en los siglos XIX, XX y XXI”, especifica. 

El mito de los Comuneros progresistas y modernos

El problema es que lo que hoy se cuenta, lo que hoy alaba la izquierda, lo que celebran los vallisoletanos, no se sostiene demasiado al observar lo que realmente ocurrió si dejamos de mirar sólo a los Comuneros como si no hubiera habido gente que se puso en contra de ellos. Comenzando con la postura de Valladolid ciudad, que fue bastante tibia... estando a punto de pasarse al bando realista –como sí hizo Burgos–, aunque el incendio de Medina del Campo por parte de las tropas del emperador hiciera estallar la chispa de la rebelión de varios nobles que controlaron las milicias de algunas ciudades. También es de destacar que no todas de las que se creen comuneras lo fueron tanto: en León ciertamente el Regimiento (el Ayuntamiento de entonces) pasó a su bando, pero no controlaba las murallas y el primer contingente militar que mandó a apoyar a las Comunidades fue apalizado y despojado de su armamento según salió de la ciudad en Puente Castro. En El Bierzo, quizás aprendidos por las nefasta consecuencias cincuenta años antes de la Revuelta Irmandiña, no tuvieron apoyos, pero sí es cierto que en sur de León, con Toral de los Guzmanes como base comunera al ser Ramiro Núñez de Guzmán uno de sus líderes, la revuelta triunfó.

Mención especial lo de Zamora, hoy considerada comunera. No permitió entrar en la ciudad a su propio obispo –Acuña, uno de los principales líderes del bando comunero, que armó a cien frailes con arcabuces–, que tuvo que sitiarla. Muy comunera no pareció ser teniendo en cuenta este detalle que se suele olvidar convenienemente.

La división social y política durante la revuelta contra Carlos I de España fue tremenda. Fue una especie de procés del siglo XVI, aderezado con un 'Flandes nos roba' , que terminó en estrepitosa derrota y la eliminación del sistema foral creado en el Reino de León en 1017, casi 500 años antes. Dos bandos enfrentados hasta tal punto que en León terminaron a palos en la procesión del Jueves Santo de 1521, “irónicamente la primera de la que se tiene constancia escrita en la ciudad”, según el profesor de Historia del Arte de la Universidad de León César García Álvarez.

Una revuelta que se cree popular, pero con líderes ricos y de alta alcurnia, muchos de ellos intentando recuperar la preponderancia política que creían tener cuando pensaban que el Rey de España iba a ser Fernando, el hermano de Carlos, en una especie de “quítate tú, que me pongo yo” al mando cuando vieron la oportunidad. La que les dio la imposición de impuestos especiales para pagar la elección del nieto de los reyes católicos como Emperador del Sacro Imperio Germánico. En Historia hay que mirar siempre lo ocurrido anteriormente, para ver si hay motivos que expliquen las crisis que se desatan, y no sólo los hechos que aparentemente las desbocan. Ciertamente que Carlos I pusiera a sus allegados flamencos al mando de España no gustó, que forzara impuestos excesivos menos; pero si se tiene en cuenta que el favorito para ser el Rey Hispano era su hermano criado en España –que tuvo que exiliarse– y que los nobles que dirigieron las Comunidades eran de su Corte –y habían caído en desgracia cuando se veían los dueños de la situación–, las cosas muestran importantes motivaciones distintas a las que a priori se cuentan hoy en día. La historiografía se centra demasiado en los revoltosos, y casi nada en los realistas, lo que podría considerarse un cherry picking (escoger los datos que interesan dejando de lado los que no, en término español denominado 'espigueo') poco aconsejable para la total y ecuánime comprensión de los hechos acaecidos entonces.

Un ejemplo: se habla de la Ley Perpetua de Ávila como algo novedoso, moderno y ejemplar como legislación avanzada para la época. Pero una lectura sosegada de su contenido muestra que no es más que es una lista de peticiones que avalan los derechos medievales del sistema foral creado en León en 1017 (y que se extendió a Castilla posteriormente). Y se omite interesadamente que ni siquiera se aprobó por la Santa Junta, por lo que no es ni ley ni perpetua y mucho menos asimilable al primer proyecto de una Constitución en España. Pero eso no lo cuenta nadie, olvidando además sibilinamente la importancia de los Decreta de León de Alfonso IX de 1188 en el corpus legal hispánico y denostando el concepto de Constitución medieval; que es nada menos que el resumen de un conjunto de leyes ya preexistentes para un reino. Tampoco es adecuado pensar que ninguna de estas legislaciones se pueda comparar a las Constituciones liberales, que sí son normas básicas en las que basar el Derecho de las Democracias Occidentales como pensamos hoy en día con la Constitución de la Segunda República de 1931 o la actual de 1978.

Así, la defensa a ultranza de algunos sectores de la verdadera izquierda y los regionalistas castellanistas de que los Comuneros eran progresistas –hasta el punto de definir de forma un tanto surrealista al Obispo Acuña como “el Lenin de la época” con un presentismo realmente inadecuado para definir a un eclesiástico de alta alcurnia en esa época–, también resulta poco edificante. Los comuneros eran medievalizantes en el sentido de que estaban protegiendo sus derechos adquiridos durante quinientos años, mientras que los realistas defendían lo que ellos consideraban como un avance político: la centralización y unificación del Derecho que le permitiría al Emperador un mejor control de la situación sin tener que dar cuentas ciudad por ciudad. La Historia no es sólo progreso, en el caso de la Edad Media se avanzaron en derechos de los ciudadanos, terminando con un fuerte humanismo en el Renacimiento; mientras que al llegar a la Moderna se produjo una involución, con los nobles mandando sobre el pueblo y la monarquía marcando el camino hacia el absolutismo.

Algo que incluso el propio Marx tenía más que claro: “En realidad se trataba de la defensa de las libertades de la España medieval contra los abusos del absolutismo moderno”, expuso en uno de sus artículos en la New York Daily Tribune sobre la 'España revolucionaria'. Eso sí, para él las Comunidades de Castilla fueron, “la primera y única 'revolución seria' que conoció Castilla en la Edad Moderna”.

Para Daniel Aquillué llamar progresistas a los comuneros es poco preciso: “Esos son conceptos que surgen en el siglo XIX. Los Comuneros fueron un movimiento de rebelión complejo, de contestación al poder y propuesta de alternativas políticas”. Sin embargo, defiende –pese a que sus líderes “eran ricoshombres y de nobleza de alcurnia” como asegura Arturo López-Abadia, historiador investigador especializado en documentos de la Era Moderna–, que “también tenían un germen revolucionario, sobre todo antiseñorial”. 

Para el profesor de la Universidad Isabel I, a los comuneros entonces “hay que entenderlos en el contexto de una sociedad tardofeudal del siglo XVI, en que determinadas élites urbanas, baja nobleza, artesanado y campesinado podían confluir en contra de un nuevo monarca rodeado de camarillas extranjeras y una alta nobleza que perjudicaban al cuerpo del reino, al común y a las tradiciones”.

Esto último, por lo excepcional en la zona vallisoletana –territorio principal de las operaciones militares de esta revuelta contra el monarca–, hizo pensar a muchos liberales del siglo XIX y republicanos del XX que el ir contra la política de un rey era claramente progresista o de izquierdas. Y de ahí surgió el engrandecido mito actual. Que Franco renegara de ellos explicaría la reticencia de la derecha a celebrar la fiesta de Villalar. Respecto al leonesismo, lo rechaza por ser el día conmemorativo de una autonomía que lucha por extinguir para crear la suya propia del Reino de León apostando por otras fechas como el 18 de abril o el 24 de abril conmemorando las Cortes de León de 1188 y potenciando su 'Cuna del Parlamentarismo'.

¿La primera revolución moderna?

Esto lleva a la crítica respecto a la consideración de “primera revolución de la Época Moderna”, que tanto se abandera hoy por parte de la Junta de Castilla y León, los historiadores financiados por ella y los escritores de izquierda que ensalzan hasta los cielos la revuelta de las Comunidades. Podría decirse que es una perversión de la opinión de Karl Marx, que sólo indica que es la primera y única de la época “en Castilla”; no en toda Europa. Sólo mirar a la Revuelta de los Irmandiños producida medio siglo antes en los albores de la Edad Moderna, o la de Las Germanías en los reinos de Valencia y Mallorca –que empieza un año antes, en 1519 y termina uno después, en 1523– ya deja claro que no es la primera ni de lejos; ni siquiera en España. Y tampoco que fuera en consonancia al desarrollo político de la Edad Moderna –el camino hacia el absolutismo– al ser medievalizante. El que involucionaba derechos era el monarca, pero los Comuneros tampoco avanzaban en ellos, sino que pretendían mantener lo conseguido durante cinco siglos recuperando en algunos casos lo que habían perdido.

El historiador Daniel Aquillué apunta que “tanto las Germanías como los Comuneros son movimientos que albergan distintas vertientes en su seno. En realidad, ampliando el marco geográfico y cronológico, desde mitad del siglo XIV, tras la peste negra y sus implicaciones socioeconómicas, y luego en el XVI con la crisis de la Cristiandas al estallar la Reforma, se ve todo un ciclo de movimientos de protesta, de rebelión campesina, de contestación al poder, de distinta índole. Tenemos la rebelión de John Ball en Inglaterra en 1381, la Jacquerie francesa, la rebelión husita en Bohemia, los Irmandiños en Galicia, los remensas en Cataluña, la Guerra de los Campesinos en en el Sacro Imperio Romano Germánico, las Germanías de Valencia y Mallorca, los Comuneros en Castilla y León, los anabaptistas de Münster, la rebelión aragonesa de 1591... eso se apaga con el afianzamiento de monarquías fuertes, aunque no absolutas, que reprimen movimientos campesinos, disensiones religiosas y merman el poder de cortes y parlamentos estamentales”. 

Por su parte, Miguel Ángel Ferreiro, editor de la web El Reto Histórico ve a los comuneros “como un movimiento que suscita controversias e interpretaciones de diferentes tipos entre los historiadores. Está claro que los primeros conatos de sublevación contaron con un apoyo mayoritario pero cuando los actos se tornaron en contra de la alta nobleza, Carlos I encontró ahí un poderoso aliado para controlar la causa rebelde”. Sin embargo, matiza: “En un principio, aquello no le representaba ningún problema. Su mente estaba ocupada en su coronación en Aquisgrán, los problemas con Francia, la amenaza del turco o el luteranismo, a pesar de las cartas de Adriano de Utrecht en las que se da cuenta de los problemas de la Hispania. Es cuando los rebeldes entran en Tordesillas y hablan con su madre cuando reacciona”.

Eso sí, defiende la importancia histórica a día de hoy de las Comunidades de Castilla: “La revuelta de los comuneros, y su clímax en Villalar, representa un momento crucial para la historia de España donde se manifestaron tensiones entre el poder emergente de la monarquía centralizada y las tradiciones de autonomía local. Aunque fracasada, la revuelta refleja un capítulo significativo en la lucha por la representación y la justicia fiscal... además, llevó a muchos cambios para con la nobleza, cambio de posiciones y privilegios para los vencidos que a la larga serán importantes. Sin tampoco olvidar las figuras de los derrotados como la de Antonio de Rincón, excomunero, que se dedicó a ser agente de Francia ante el sultán otomano y la Regencia de Argel, destilando odio hacia los Habsburgo, tanto, que sus gestiones fueron decisivas para la invasión de Hungría y el cerco otomano de Viena”.

Aquillué defiende que “los Comuneros partían obviamente de su experiencia y tradición política y a la vez alumbraban la semilla de algo nuevo. Eso es lo fascinante de estos movimientos, lo viejo y lo nuevo que hace soñar y plantear utopías. Y ahí está también la fuerza del mito para cualquiera que desee un mundo mejor”. Precisando que “claro está, hay que poner contexto, contexto y contexto, desde un punto de vista histórico”. 

Por contra, Arturo Rodríguez Lope-Abadía –que fue adjunto de dirección de la Casa-Museo de Cristóbal Colón en Valladolid– no opina lo mismo respecto a la importancia de la revuelta de las Comunidades, pero sí sobre el renacimiento de ella para los liberales españoles. Para él “la revuelta comunera fue poco menos que una anécdota, una de tantas revueltas que se veían desde mediados del siglo XIV y hasta que Fernando e Isabel mandaron parar. Los comuneros fueron derrotados y olvidados durante mucho tiempo, pero reemergieron en la conciencia liberal en 1820 ya que los liberales estaban con las leyes y la Constitución, en contra de un rey que la ignoraba o despreciaba abiertamente”. 

Los orígenes de la fiesta de Villalar

En Valladolid la fiesta de Villalar tiene unas connotaciones nacionalistas y progresistas a la vez. Pese a lo que pudiera no parecer, existe un nacionalismo castellano que tiene en ese día su máxima expresión. Una Castilla amplia, que supera los límites del Reino de Castilla –lo que vendría a ser las ocho provincias de la región de Castilla La Vieja– para incluir las tres provincias del Reino de León y el Reino de Toledo –lo que vendría a ser la comunidad de Castilla-La Mancha– y el de Murcia. Luego, las izquierdas de la época de la Transición se vieron representadas en ella, con el PSOE y el PCE (luego IU) como abanderados políticos. De tal forma, que hasta la segunda mitad de los años 90 los partidos de derechas no se atrevían a ir a la campa. Hubo años que a miembros del PP les recibieron a pedradas.

Pero Villalar no es un festejo que sólo empezara tras la muerte de Franco (con la excepción de unos pocos valientes que iban a primeros de los setenta), sino que es bastante más antigua. De hecho fueron los liberales en 1821, aprovechando que estaban en el poder durante el conocido Trienio Liberal, los que tras tres siglos de olvido la recuperaron con toda la pompa y boato de la historiografía romanticista que buscaba crear un relato político que los vinculara con el pasado.

Apunta Daniel Aquillué: “En el siglo XIX se hace la revolución liberal y se construye el estado-nación. Y hay una mirada retrospectiva, se busca en el pasado una esencia, una tradición revolucionaria y española, y la encuentran, especialmente los liberales radicales y progresistas, en los Comuneros de Castilla del siglo XVI. Entienden que antes de los Austrias, había unas libertades españolas que subyuga el despotismo de los Habsburgo, extranjerizante y luego el borbónico, afrancesado. Se legitiman así, en que la revolución de 1810, 1820, 1835-1836 es una recuperación de la verdadera esencia nacional española que es la lucha por su libertad, contra la tiranía, sea el tirano Carlos V, Felipe II, Felipe V, Napoleón, Fernando VII o el pretendiente carlista. Ese es su discurso, en el que usan el pasado en su presente. Y eso se plasma en obras de teatro, sociedades patrióticas, libros... y pintura de historia como la de Gisbert en 1862”.

¿Pero cómo comienza la fiesta en Villalar? Fue Juan Martínez Díez, el Empecinado el que se encargó de visitar Villalar en 1521 a recordar a “los héroes por la libertad” e inició el mito vinculándolo al liberalismo progresista. Detalle a tener en cuenta es que el famoso guerrillero de la Guerra contra el Francés (que acababa de terminar seis años antes) era nacido en Castrillo de Duero, provincia de Valladolid.

El experto en el siglo XIX español lo explica más a fondo: “El Trienio Constitucional (1820-1823), segunda fase de la revolución liberal en España, es clave en la recuperación de la memoria comunera, en la reinterpretación de los sucesos de 1521-1521. Los liberales del XIX, sobre todo los exaltados, se ven herederos de aquellos comuneros del siglo XVI. En la prensa de la época hay multitud de referencias a los Comuneros y a Villalar. A modo de ejemplo, en una oda publicada en el periódico El Universal el 1 de abril de 1821 se lee: Oh, santa libertad, por tí la España / Tres siglos suspiraba, / Después que en dura esclavitud sumida / Quedó de Villalar en la campaña”. 

“La prensa de 1821 presta mucha atención a los actos desarrollados en torno a Villalar. Se da cuenta de la demolición de 'la piedra donde estuvieron escarpiadas las cabezas de aquellas ilustres víctimas' y del levantamiento de 'una especie de sarcófago donde se depositó una urna mortuoria'. El 24 de septiembre de 1821 llegó el Empecinado a Villalar 'acompañado de un destacamento de caballería y de música militar, y entre repetidos vivas de aclamaciones', seguido de un destacamento de la Milicia Nacional de Salamanca”, comenta. “Se cuenta que había multitud de gentes aquellos días, que 'entonaban canciones patrióticas', 'derramaban lágrimas de ternura' e invocaban 'los nombres de las ilustres víctimas que han hecho memorable aquel lugar con su preciosa sangre, y jurando morir por la libertad de la patria'. Desfilaron, por delante de los sepulcros de los comuneros, los milicianos nacionales de Zamora y Toro. Luego llegó el jefe político provincial y las tropas acaparon en el lugar de la batalla de Villalar. Se dice que en 1521 se 'acabó la antigua Constitución de Castilla', haciendo así paralelismos con el siglo XIX. Hubo una procesión funeral y una misa y oficio de difuntos, descargas de fusilería, oraciones, proclamas y baile”.

El Empecinado, mito gerrillero de 1808, dio un discurso en Villalar en 1821. Toda una fiesta cívica liberal que reivindicaba a los Comuneros y los elevaba a los altares de la nación española

Daniel Aquillué Historiador especializado en el siglo XIX

“El Empecinado dio una proclama que comenzaba así 'Trescientos años hace que en este campo mismo perecieron ilustres castellanos y con ellos la libertad de nuestra madre Patria. Tiranizada por extranjeros viles' y seguía 'aprendiendo de su desgracia que unión es solo el gran garante de la libertad, jurad conmigo Constitución o muerte'. Así lo narra el periódico El Imparcial del 30 de septiembre de 1821. En definitiva, toda una fiesta cívica liberal que reivindicaba a los Comuneros y los elevaba a los altares de la nación liberal española”, concluye. 

El Empecinado mismo, “mito guerrillero de 1808, se convierte en 1825 [durante la durísima reacción absolutista de Fernando VII en la Década Ominosa] en mártir de la libertad. Es calificado de 'Moderno Cid', un ejemplo patriota de virtudes cívicas y enlaza con el final trágico de los Comuneros ante un rey tiránico”.

¿Cómo llegó una derrota a ser la fiesta autonómica de Castilla y León?

Puede parecer un contrasentido celebrar una derrota como una fiesta nacionalista. Pero no es Villalar el único lugar donde pasa. En la misma España, la Generalitat catalana celebran la Diada el 11 de septiembre conmemorando la toma de Barcelona por parte de las tropas borbónicas de Felipe V en 1714.

Aquillué tiene explicación para esto: “Muchos mitos fundacionales, creadores de identidades, se basan en pequeños encuentros militares o en derrotas. Por ejemplo, en Estados Unidos son mitos fundacionales de la independencia la 'Masacre de Boston' de 1770 en la que murieron 5 personas o la batalla de Lexington de 1775 en la que participaron unos centenares de combatientes. Por otro lado, las derrotas bélicas en distintas épocas han sido utilizadas por los diversos nacionalismos contemporáneos, véase el caso de Numancia, Alesia, Viriato en época antigua o el asedio de Barcelona en 1714, utilizados por los nacionalismos de los siglos XIX al presente, ya sea español, francés, luso o catalán”. 

“En el caso de la batalla de Villalar de 1521, sería comparable con la rebelión aragonesa de 1591 y su derrota tras la no batalla de Utebo. Pequeños enfrentamientos bélicos, o directamente ausencia de ellos, pero cuyos movimientos políticos precedentes e impacto político y simbólico posterior son enormes. Tras Villalar, la resistencia comunera se mantiene aún un tiempo en Toledo con María Pacheco. Sin embargo, el emperador Carlos V y las élites que sostienen la Monarquía, como es lógico desde su perspectiva social y política, van a procurar correr un velo sobre el movimiento comunero. Lo denominemos rebelión o revolución, fue todo un pulso al poder y una propuesta de cambio”, añade. 

“En historias y crónicas de la Edad Moderna se va a mencionar a los comuneros, pero no será hasta el siglo XIX cuando se recupere su memoria en el contexto de la revolución liberal que va a tomar a los comuneros como bandera simbólica, como los primeros mártires de la libertad española, junto a las Germanías y a Juan de Lanuza”, termina. 

La errada visión histórica de la izquierda

Hay que diferenciar entre liberales progresistas y conservadores en el siglo XIX. Los últimos eran menos propensos a loar a los Comuneros y con el paso del tiempo, y la llegada de los socialistas y comunistas, éstos pasaron a ser parte de la derecha. La evolución de los términos políticos hizo que el término liberal se asocie hoy a los conservadores, mientras que PSOE y PCE-IU –los que más defienden Villalar junto a Tierra Comunera-Partido Castellano Villalar–, fueron los principales impulsores de la recuperación de la fiesta en la campa vallisoletana; los más estrictos defensores de la esencia comunera hoy en día y los que más escriben de la Guerra de las Comunidades.

Esto implica que a los Comuneros se les haya estudiado de una forma un tanto sesgada. Desde un punto de vista izquierdista en el que parecieran los más revolucionarios de España, de Europa o del mundo entero. Algo que a priori es exagerado pero para los progresistas vallisoletanos es lógico, puesto que la idiosincracia castellana es dura y conservadora y este es su único momento en creer que alguna vez estas gentes se posicionaron con sus creencias. El cuento que tanto gusta, la película que tanto eleva, la historia que hace sentirse orgulloso a uno mismo es importante para el ser humano.

Sin embargo, los líderes comuneros, a los que tanto alaban, no eran para nada pobres ni baja nobleza ni gentes humildes. Eran los que dominaban las ciudades, los que pudieron tomar el mando de las milicias urbanas potenciadas por los Reyes Católicos para formar parte del sistema de vigilancia de caminos de la Santa Hermandad. Los burgueses y nobles contra los que hoy la izquierda se enfrentaría por ser empresarios y la casta municipal y estatal. “Sinceramente, a mí también me sorprende que una revuelta de carácter reaccionario que defiende fueros y privilegios medievales sea un referente para la izquierda”, apunta Arturo Rodríguez Lópe-Abadía. “Lo mismo me pasa con la fascinación que tiene la izquierda por el PNV, como si un partido que se define por jaungoinkoa eta legi zarra [Dios y Ley Antigua en vasco o id est Fueros en latín] pudiera ser progresista. Los comuneros defendían el statu quo, del que ellos eran beneficiarios. Lo único racional que hacían los comuneros era apoyar un sistema basado en leyes más que basado en reyes, y puedo entender perfectamente su malestar con la camarilla flamenca llegada con Carlos de Gante, que poco menos que veían los reinos de Castilla y de León como una gran oportunidad de forrarse, parafraseando a Rosendo Naseiro. El mejor ejemplo de esta falta de vergüenza lo vemos en Guillermo de Croy el joven, sobrino de Guillermo de Croy a quien su tío consiguió que Carlos I le adjudicase la poderosa y rica mitra toledana, que tenía jurisdicción plena sobre unas 50 villas y 200 pueblos”.

“Es común que figuras históricas sean reinterpretadas o idealizadas para ajustarse a narrativas contemporáneas. En el caso de los líderes comuneros, su elevación a símbolos de resistencia o reforma por parte de ideologías modernas puede reflejar más sobre las necesidades actuales de representación y justicia que sobre la realidad histórica de sus acciones y motivaciones”, añade Miguel Ángel Ferreiro. Que cree tener explicación a la obnubilación de la izquierda actual con señores municipales contra los que hoy lucharían: “Aunque algunos líderes comuneros provenían de la nobleza y tenían intereses propios, su lucha también resuena con temas universales de resistencia contra la opresión y la búsqueda de autonomía local, lo que puede explicar su atractivo duradero en ciertos círculos ideológicos”.

¿Quiénes eran realmente los líderes comuneros?

Rodríguez Lope-Abadía, como experto en documentación de la Edad Moderna, tiene bien localizados a los líderes de la Guerra de las Comunidades. Y cuando explica quién es quién, basándose en los legajos de la época, la cosa dista bastante de los “humildes hidalgos que buscaban la libertad” que nos cuenta la historiografía actual.

Juan de Padilla “era un caballero de notable alcurnia, del mismo linaje que en época del rey don Pedro señoreaba los reinos de Castilla y de León, merced a su directa conexión con el rey. Además, Juan estaba casado con María Pacheco, hija del célebre y poderoso marqués de Villena que tantos quebraderos de cabeza dio Enrique IV y a Isabel la Católica”. Llamada popularmente la Leona de Castilla, –de forma un tanto inadecuada puesto que ni era del reino de Castilla ni del de León sino del de Toledo–, ella mantuvo la resistencia de la capital toledana hasta 1521 tras la muerte de su marido. Para ver su importancia aristocrática, hay que indicar que su padre era nada menos que Íñigo López de Mendoza y Quiñones, primer marqués de Mondéjar y segundo conde de Tendilla. Padilla era hijo de un regidor de Toledo, Pero López de Padilla, que le cedió el cargo en 1518. “Los Padilla tenían cuitas contra los Guzmanes por las dignidades de la Orden de Santiago”, señala el historiador indicando la complejidad de las cuestiones políticas de la época. Era, en esencia, un burgués adinerado y poderoso con enormes contactos entre la nobleza.

Juan Bravo de Lagunas y Mendoza, “que dicho así suena menos popular que Juan Bravo, era el hijo del alcaide de Ariza, y por parte materna era el nieto del conde de Monteagudo. Tanto los Bravo de Lagunas como los Mendoza eran linajes de gran prosapia, aunque más los segundos que los primeros”. Bravo pretendía el condado de Chinchón.

Francisco Maldonado “era uno de los individuos más linajudos de la Extremadura leonesa, natural del Salamanca. No era de familia de título, pero estaba emparentado con los duques de Benavente, y tenía el mejor domicilio de la universitaria ciudad: la Casa de las Conchas”. Pretendía el control de Salamanca. Su madre se llamaba María de Mendoza y era hija del conde de Monteagudo, por lo tanto, sobrina del gran cardenal Mendoza, de modo que, por parte materna, era primo de María Pacheco, la mujer de Padilla. “Otro ilustre hombre del pueblo, vaya”, ironiza Rodriguez Lope-Abadía.

Antonio Acuña y Osorio, que fue embajador en Roma. Allí gestionó con el papa Julio II su nombramiento como obispo de Zamora. El rey Fernando y el Consejo Real se opusieron, pero Acuña tomó posesión por la fuerza de su diócesis en 1507. En los años siguientes, tuvo una serie de litigios con el Regimiento de Zamora (lo que explica que la ciudad no era precisamente partidaria de su aventura comunera). “Era el obispo de Zamora, hombre tan ambicioso como peligroso. Por más señas, su padre había sido obispo de Segovia y Burgos, cosa que tampoco es que fuese a escandalizar a nadie. 'El bullicioso prelado', como lo llamaba fray Antonio de Guevara, ambicionaba la mitra toledana, y cuando la vio en manos de un mozuelo flamenco se puso 'hecho un Satanás'. Su hermano Diego Osorio, en cambio, empuñó armas por el rey, y las fuentes que hablan de él, como Gonzalo Fernández de Oviedo o fray Antonio de Guevara, dicen que era un dechado de virtudes, casi sin creerse que pudiera compartir sangre con el obispo”, explica el experto en documentación de la Edad Moderna.

Ramiro Núñez de Guzmán, leonés, nació en el seno de una familia noble formada por Gonzalo de Guzmán y María Osorio, señores del condado del Porma y marqueses de la villa de Toral de los Guzmanes, donde poseían casa y palacio. Del citado matrimonio nació también Diego Núñez de Guzmán, obispo de Catania y uno de los educadores del príncipe Fernando, el esperado rey de las Españas que nunca fue. También estuvo casado con María Juana de Quiñones, en un matrimonio de conveniencia que se supone que era para terminar con la eterna disputa entre Quiñones y Guzmanes que discurrió varios siglos en León a modo de Montescos y Capuletos. Arturo Rodríguez Lope-Abadía lo describe así: “Noble de tronío en en el bando comunero en León, sí. Destacaba por ser sobrino del conde de Luna (un Quiñones). Le tenía ganas a los títulos y tierras de su tío, que no parece la motivación más noble para unirse a una insurrección popular”.

Así las motivaciones de los líderes comuneros eran poco humildes y nada propias de hidalgos del pueblo. Según el historiador documental “Padilla se veía maestre de Santiago como lo fuera su suegro, Juan Bravo de Lagunas se veía conde, Acuña prelado toledano, y Maldonado se imaginaba mariscal y regidor en Salamanca. Otro noble destacable que compartía afición con Ramiro de Guzmán era don Pedro Girón y Velasco, tercer conde de Ureña y señor de la villa de Osuna, que le tenía echado el ojo al ducado de Medina-Sidonia. Este Girón era un muy respetable militar, causa de que la Comunidad le nombrase capitán general”. Aunque luego se pasara al bando realista provocando la batalla de Villalar en condiciones favorables para los imperiales. Era nada menos que sobrino del condestable de Castilla, Íñigo de Velasco, y aunque le costó un año de destierro su veleidad comunera, consiguió la ansiada amnistía y, vuelto a la gracia imperial, comenzaron sus años de gloria junto a Carlos V al que acompañó en sus viajes.

Poco líderes populares parecen para ser loados por la izquierda como si fueran asumibles a los revolucionarios rusos del siglo XX, o santos revolucionarios. Pero así lo indican algunos, con visiones presentistas que dan explicaciones de las peticiones comuneras como novedosas –cuando son nacidas en su mayoría quinientos años antes al albor del año mil en el Reino de León y su sistema foral–, miran al futuro vinculándolas a la Revolución Francesa dos siglos posterior sin más, explican la revuelta sin mirar lo sucedido anteriormente y sin contar con las ambiciones de todos esos nobles del partido Fernandino expulsado del poder por la elección del Rey Católico de Carlos de Gante como rey español y muestran un presentismo histórico bastante inadecuado, tanto político como social e histórico, para hacer de unas gentes de la meseta ibérica norte de hace medio milenio los más avanzados progresistas de Europa.

“Villalar fue la escaramuza en la que se acabó una revuelta a la que nadie hizo particular caso en trescientos años, y que ahora está envuelta en ideas que cada uno proyecta sobre los comuneros, algunas de ellas ciertamente coloridas, como uno que compara a Acuña con Lenin en vez de con Iznogud”, remacha con dureza Rodríguez Lope-Abadía. Vamos que rayo hubo, pero la semilla es muy anterior; y el fuego, más azul que rojo, se apagó hace tiempo: no continúa la llama.

¿Entonces hay que celebrar Villalar?

Pues obviamente sí. O no. Depende, como todas las cosas. La derrota de Villalar supone muchas cosas para unos y para otros. Tanto en lo político, como en lo regionalista (teniendo en cuenta que la comunidad autónoma se compone de las distintas regiones de León y de Castilla), como en lo popular, puesto que es una fiesta propia vallisoletana y no de las restantes ocho provincias de la autonomía.

Para los leonesistas es una provocación, un insulto. Porque supone el tener que celebrar la imposición de una comunidad autónoma que no querían en León como demostró la inmensa manifestación en contra de Castilla y León en 1984, repetida contra todo pronóstico cuarenta años después el 16 de febrero de 2020, dejando boquiabierta a toda España poco antes de la pandemia del Coronavirus. En ambos casos más de ochenta mil personas salieron a la calle. La imposición, sin referéndun ni para los dos cambios del estatuto, de la autonomía a los leoneses no hace precisamente grata la autonómica del 23 de abril en León. Los que no salen a protestar llaman irónicamente a este día 'San Ikea', porque aprovechan no tener que trabajar para ir a Asturias a su centro de Oviedo para comprar muebles.

Para la derecha, la fiesta es extraña al ser actualmente de esencia política claramente de izquierdas. Sólo la celebran porque el PP lleva gobernando desde 1989 ininterrumpidamente y en algún momento tenían que asumir que la campa de Villalar era el lugar donde se tenían que efectuar actos oficiales, ya que la festividad es oficial por estar indicada en el Estatuto de Autonomía. Fue después de que los leonesistas quemaran una falla de un Castillo y protestaran enérgicamente en 1996, cuando se decidieron a aparecer por el pueblo. Con muchos problemas al principio, al tirarles piedras, pero con la creación de la Fundación Villalar (hoy Fundación Castilla y León), por parte de las Cortes en Valladolid, pusieron financiación y regaron de dinero a los estudiosos de entonces de la Guerra de las Comunidades y así compraron voluntades. Por ello, la mayor crítica a la Historia de los Comuneros es, precisamente, que está vinculada a la creación de una identidad centenaria que no tiene la actual comunidad autónoma de Castilla y León (con sólo 41 años), que es pura propaganda. Con la entrada de Vox al Gobierno Autonómico en 2022, la extrema derecha ha conseguido que se hayan abandonado los actos oficiales en la localidad y ha vuelto al sistema de celebrar la onomástica autonómica en diversas ciudades a la vez. Causando una enorme polémica en León –donde volverán a quemar un castillo de cartón como hace casi cuarenta años– y otra fuerte disputa con los hosteleros en Ponferrada.

Para la izquierda, sí. Es su fiesta. Por muchas razones, pero por ser su bandera castellana legendaria contra los abusos del poder. Está clarísimo que la muerte de Franco ayudó a ensalzar Villalar como símbolo contra la dictadura. Tanto, que la llegaron a imponer como fiesta oficial nada menos que incluyéndola en el Estatuto. Para la izquierda castellana, por supuestísimo: es su esencia. ¿Y para la izquierda leonesa? Pues hay división. Al principio los socialistas leoneses no estaban muy dispuestos a ir, pero luego al tener el primer Gobierno autonómico el PSOE, sí acudieron... la mitad. Otra no. Para el PCE o IU de León, lo mismo, pero con menos división a favor que se ha ido dando la vuelta a lo largo de los años tras ver el enorme perjuicio que las políticas de la actual autonomía dirigida desde Valladolid han provocado en la Región Leonesa. Sin embargo, muchos historiadores leoneses cercanos a estas ideologías sí estudian a favor de la imagen progresista y revolucionaria de los Comuneros, y defienden su importancia histórica para justificar el hecho autonómico de 1983. Hay dinero de las Cortes para estudiar la Edad Moderna con esa excusa. Pero cada año que pasa se va notando más pereza entre los afiliados del PSOE y los de IU-Sumar en ir a la campa. Sólo Podemos se ve obligado a ir (su líder autonómico es leonés, que reclama un referendum para ver si se divide en dos Comunidades), pero ahora con la excusa de que Vox ha traicionado la fiesta de la Comunidad ya institucionalizada, es ineludible.

Pero sobre todo, hay que respetar que, por mucho que se pueda criticar la visión actual de los Comuneros, para los de Valladolid es una fiesta propia, identitaria. Una fiesta de primavera que se podría comparar con de San Froilán en León (fiesta de otoño, hasta en eso son distintos) con la Romería de la Virgen del Camino. Una fiesta de alegría y sol, que muchos vallisoletanos celebran este 23 de abril sin pretender más que divertirse.

Pero precisamente, quizás ese es el mayor problema. Es una fiesta propia de Valladolid, que en otras provincias es bastante polémica. Más allá del aparente sinsentido de celebrar una derrota, o la marcada ideología que tiene, por ser una fiesta propia de una sola provincia no parece ser la más adecuada para la oficial de una comunidad autónoma que una de sus regiones, la leonesa, no sólo no celebra sino que quiere que desaparezca.

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