La algarada comunera que arruinó a golpes la Semana Santa de León en 1521

Un grabado antiguo de una procesión de Semana Santa.

Jesús María López de Uribe

La historia de los Comuneros no es tal cual la han contado. La mayoría de la gente se apunta a que es “la primera revolución burguesa por la libertad” y que todas las ciudades y ciudadanos estaban a una con la Revuelta de las Comunidades, pero esta definición cae en un presentismo inadecuado, puesto que ni fue la primera revuelta ni siquiera de ese momento (la de las Germanías en el levante comenzó un año antes, en 1519 y terminó dos después en 1523) y tampoco tuvo un apoyo popular decidido.

Lo demuestran las peleas feroces que se dieron en muchos lugares, entre ellos la ciudad de León: en la que las disputas fueron tantas y tan salvajes que terminaron por arruinar el Jueves Santo de 1521 –o la de Zamora que en un primer momento tonteó con el movimiento pero luego cerró las murallas a su propio obispo Acuña, uno de los líderes de la revuelta; con lo cual muy comunera no se puede decir que fuera–, con una espectacular trifulca entre religiosos y penitentes días antes de la batalla en la que los realistas machacaron a los Comuneros en Villalar.

Aquí fueron leoneses contra leoneses, tanto en la ciudad de León como en la provincia, provocados más por la disputa secular entre los Quiñones y los Guzmanes que por otra cosa. Una profunda división social y política que, salvando las enormes distancias históricas y sociales de cinco siglos, se parecía mucho a la del procés independentista catalán de 2017.

En la ciudad de León, los que apoyaban a los comuneros eran los sacerdotes del cabildo catedralicio, en el bando de los Guzmanes, que habían sido ayos del hermano de Carlos V, Fernando, el que creyeron que iba a ser Rey de España y nunca fue. El Ayuntamiento, controlado por los Quiñones (los condes de Luna), era totalmente del bando realista. En la urbe legionense lo que ocurrió se explicaría más por una lucha ancestral entre familias nobles de alta alcurnia –sobre todo cuando una creía que iba a tener el favor de un rey que educó para no reinar–, que otra cosa.

Aprovecharon Guzmanes y Quiñones, para situar a los suyos en los bandos que tocaban, y en un primer momento los primeros tomaron control sobre las calles y el regimiento de la ciudad, pero no sobre las murallas. Y pronto, en noviembrede 1520 tuvieron un gran revés, cuando un contingente de los Quiñones dirigido por Diego de Valderas les quitó las armas dando una enorme paliza a los Comuneros en Puente Castro, nada más salir de León.

Cosas que se cuentan en el libro de 1916 Historia de los Comuneros de León y de su influencia en el Movimiento General de Castilla  Eloy Díaz-Jiménez y Molleda, y que muestran que incluso desterrado el clérigo Diego de Valderas, en marzo-abril de 1521 la ciudad distaba de estar controlada por los de la Santa Junta comunera. Según él, por culpa de un arcediano en solitario se produjo tal trifulca en Jueves Santo que llegó al archivo municipal por primera vez una procesión de Semana Santa en León (aunque se sepa que ya había desde el siglo XIII), por la algarada que supuso. Así lo explica.

Desterrado Diego de Valderas, tan sólo se tildaba al arcediano D. Andrés Pérez de Capillas de espiar los actos de los comuneros y de favorecer en secreto a los adictos del conde de Luna.

Sus ideas realistas, que había sabido ocultar hábilmente por largo tiempo, se manifestaron bien a las claras al notarse su ausencia en el acto del juramento, y, muy principalmente, cuando el Jueves Santo del año 1521, al salir del coro, después de terminadas las tinieblas en la catedral, y tras empeñada discusión sobre los asuntos de la guerra, promovió un verdadero escándalo, acometiendo, en plena nave mayor y delante del Santísimo Sacramento a Don Francisco de Lorenzana, arcediano de Mayorga.

No son para descritos el terror y la confusión que, por el momento, se apoderaron de los devotos allí congregados. Reñían a brazo partido los dos arcedianos, dirigiéndose palabras injuriosas y deshonestas; daban voces de alarma las mujeres y, atropellándose, huían despavoridas hacia las puertas de la iglesia, ansiosas de ganar la calle; lloraban los niños; braceaban y discutían apasionadamente clérigos, cantores, ministriles y cuantos hombres había en el templo. A los repetidos y violentos empujes de unos y otros, caían de sus altares y eran pisados por la muchedumbre, cruces, blandones, credencias y otra multitud de objetos destinados al culto divino...

No tardó el sagrado recinto, por obra y gracia de un canónigo, en verse transformado en un verdadero campo de batalla, en el cual se acometían, sin duelo, con espadas, broqueles y otras armas ofensivas y defensivas, de un lado los parientes, deudos y amigos del arcediano de Tria-Castella, y del otro, una parte de los comuneros leoneses.

Arruinando la procesión de los Disciplinantes

Es de señalar que en el libro se habla constantemente de que tanto Diego de Valderas como este arcediano Pérez de Capillas “estaban solos”, pero sin embargo la trifulca fue, como se apunta, monumental. Es decir, por necesidad tenía que haber bastantes más que clérigos solitarios en contra de los comuneros (y, por ende, de los Guzmanes) leoneses; porque si no, por lógica, no se habría producido tamaña golpiza en la Catedral y sus calles aledañas.

Tampoco se puede saber quién atacó primero a quien. Es de suponer que si el arcediano no juró por la Santa Junta de Tordesillas como los demás sacerdotes del Cabildo Catedralicio, al verle allí se lo increparan. El caso es que fuera como fuera la bronca fue monumental hasta para hacer salir corriendo a las mujeres y los niños. Sin embargo, ciertamente hay que decir que los comuneros fueron los que se hicieron con la situación como explica Díaz-Jiménez:

Vencido aquél, trató de huir con todos los suyos, consiguiendo, después de mil esfuerzos, acercarse a la puerta de Nuestra Señora de la Blanca, situada a los pies de la iglesia. Creyó el buen arcediano que había llegado el momento de salvarse; pero he aquí que se le interpuso una muchedumbre de hombres, mujeres y niños, que penetraban por la misma puerta en la catedral, interrumpiéndole el paso. 

Era la piadosa procesión de los Disciplinantes, precedida de un gran crucifijo, que fue a chocar violentamente contra el desdichado arcediano. Este y alguno de los suyos abriéndose camino, a duras penas, por entre la multitud, aún pudieron huir, no sin que antes lucharan con el portador de la cruz, al cual asestaron tantos y tan duros golpes que dieron con él en tierra y, como dice el documento, de hecho le mataran sino fuera por Dios que milagrosamente le quiso remediar... (1).

Los canónigos Juan de Betanzos, Juan de Mayorga,Pedro de Joara, Nicolás de Rasnero, Juan de Avia y Alonso García, nombrados por el Cabildo para juzgar los hechos narrados, dieron sentencia condenando a Pérez de Capillas a comprar dos candeleros de plata, con sus velas, para alumbrar al Santísimo Sacramento, y a ser desterrado de la ciudad; si bien esta última pena le fué alzada en consideración al estado de guerra por que atravesaba España.

La rendición comunera en León, días después

Pero las cosas para los comuneros y los Guzmanes no fueron igual de bien tras Villalar. La ciudad de León rápidamente olvidó sus veleidades comuneras y se puso a pelotear a Carlos V. De hecho la primera parte construida de la fachada de San Marcos, la que está pegada a la iglesia, “es toda una loa directa a Carlos V”, explica el historiador del Arte de la Universidad de León César García Álvarez; que remacha: “No hay programa iconográfico más laudatorio hacia Carolus imperator que el de San Marcos”.

“Hecho esto, se imponía la necesidad de congraciarse con el emperador y su gobierno, a cuyo efecto, en 1.° de mayo de 1521, dirigieron un memorial al cardenal de Tortosa, suplicando el olvido y perdón de las alteraciones pasadas. Al día siguiente, el Concejo, unido al justicia, regidores y vecinos también exoneraban de la sentencia a Diego de Valderas”, explica el libro de los comuneros de León. “Atendiendo a los ruegos que el conde de Luna les había dirigido, y por atención, respeto y servicio a él, autorizaron a todos para que pudieran hablar libremente y sin pena alguna de la revocación de la sentencia dictada contra Diego de Valderas, y, después de anularla, terminaron por reponerle en su cargo”, termina. 

Ni una semana duró la fiebre comunera de la ciudad de León una vez se supo de la derrota en la campa castellana. Lo que se dice comuneros, muy comuneros, no demostraron serlo si se echaron para atrás tan rápido y de forma tan contundente.

Una historia hecha a medida para la fiesta de Villalar

La revuelta comunera fue importante, lo suficiente como para dejar huella históricamente, pero ni siquiera el ejército que consiguieron los revoltosos tenía cifras propias de la Edad Moderna, sino de la anterior, con tan sólo seis mil soldados que terminaron derrotados estrepitosamente en la batalla de Villalar el 23 de abril de 1521. Pero su explicación o recuerdo comenzó en el Trienio Liberal tres siglos después, por cuestiones políticas románticas y nacionalistas... con lo que se buscó una retrocontinuidad inexistente con la lucha de las libertades de la época para animar la ideología liberal decimonónica. Y después de Franco, con la llegada de la Democracia, una fiesta de izquierdas propia exclusivamente de la provincia de Valladolid alzó sus mitos hasta convertirla en la fiesta de la comunidad autónoma de Castilla y León. Una festividad que hoy en día causa tanta división y rechazo como los Comuneros provocaron hace cinco siglos.

La Junta ha invertido mucho dinero en la Fundación Villalar primero, convertida en Fundación Castilla y León después, para afianzar un discurso sobre la 'Lucha por la Libertad' que se destiló en el quingentésimo aniversario de hace dos años. Sin embargo, adolece de crear una historia que no mira atrás y que afirma que la Santa Junta comunera creó un documento político novedoso en la Ley Perpetua de Ávila, llegando a indicar que fue “la primera constitución española”.

Una ley, esta de Ávila, que nunca fue aprobada y que lo que hace es reiterar el derecho político medieval foral ante el ascenso del poder absoluto del monarca: es decir, defender las constituciones medievales del derecho foral creado en León en 1017 –y confirmado en los Decreta de las primeras Cortes Estamentales de 1188– del que la concepción actual de Castilla se apropia como si fuera suyo. Porque aunque parezca lo contrario, la Historia no siempre va en progreso: los comuneros eran medievalizantes porque la Edad Media avanzó en la protección de los derechos ciudadanos y de las ciudades frente a la aristocracia (en positivo para las personas), mientras que los realistas eran la modernidad que reclamaba el centralismo y poder del monarca por encima (a favor del Estado) de todo que era lo que entonces demandaba el progreso que se denominaría como Edad Moderna. Suponer que por eso los Comuneros eran la quintaesencia de la izquierda actual o antepasados de la democracia del siglo XIX, o la que entendemos hoy, es de un presentismo muy inadecuado que empaña la comprensión ecuánime y rigurosa de lo que entonces pasó.

Lo que ocurrió en la Guerra de las Comunidades fue –haciendo una comparativa con la actualidad para intentar lograr entenderlo en un resumen muy básico para todos, pero que necesitaría de muchos libros y estudios que la Junta de Castilla y León no parece dispuesta a financiar– una especie de procés de unos nobles que usaron a las ciudades y a sus ciudadanos en su propio interés para recuperar el poder que podrían haber disfrutado de haber sido los consejeros del Rey Fernando que no fue.

Y una enorme división entre los ciudadanos atrapados en esa lucha entre poderosos, que llevó a arruinar en León capital hasta una Semana Santa. La ceremonia más importante ya no sólo del año, sino para su eterna alma cristiana.

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