La paliza que se llevaron los Comuneros en Puente Castro nada más salir por primera vez de la ciudad de León

Uno de los leones que jalonan el Puente Castro.

Jesús María López de Uribe

Apalizados y con todas las armas y los pertrechos perdidos a muy pocos kilómetros de la capital leonesa. Así terminaron los miembros del primer contingente de los comuneros que salió a primeros de noviembre de 1520 comandados por los Guzmanes y el cabildo ante los realistas de los Quiñones, en venganza por una pelea multitudinaria por las calles de la ciudad que se dio entre los que apoyaban a los primeros y los munícipes del Ayuntamiento que defendían a los segundos y al emperador Carlos.

Un fracaso y ridículo absoluto que muestra que la revolución de las Comunidades no fue lo que nos han contado, ni la primera (antes de ellos se habían levantado en la Corona de Aragón los campesinos en la Revuelta de las Germanías, que encima terminaron dos años después en 1523) ni la lucha de “todos los castellanos” contra las tropelías de los consejeros flamencos del rey de España y emperador de Alemania. Aquí fueron leoneses contra leoneses, tanto en la ciudad de León como en la provincia, provocados más por la disputa secular entre los Quiñones y los Guzmanes que por otra cosa. Una profunda división social y política que, salvando las enormes distancias históricas y sociales de cinco siglos, se parecía mucho a la del procés independentista catalán de 2017.

Una revuelta, la de las Comunidades, mitificada y muy mal contada por una historiografía romantizada –y por tanto politizada al gusto de los vallisoletanos en los años ochenta para imponerla como fiesta de la autonomía que se creó en Castilla y León sin preguntar a sus ciudadanos–, que terminó en un sonoro fracaso el 23 de abril de 1521 en Villalar, y que tuvo como consecuencia que el procés comunero destruyera quinientos años de sistema foral leonés; que fue lo que eliminó Carlos V tras aquella ignominiosa derrota.

División social con los curas a favor de la revuelta

Lo curioso del asunto, al menos en la ciudad de León, es que los que apoyaban a los comuneros era el cabildo catedralicio. Es decir, los sacerdotes. El Ayuntamiento, controlado por los Quiñones, era totalmente del bando realista. Las discusiones fueron subiendo de tono, alentadas por los Guzmanes que querían recuperar el terreno político perdido tras haber sido exiliado el infante Fernando –del que Pedro Núñez de Guzmán fue su preceptor–, el hermano de Carlos que todos creían que iba a ser el rey español (y que luego terminó siendo, en su vejez, el emperador Fernando I de Alemania).

Cuenta Eloy Díaz-Jiménez y Molleda, catedrático del Instituto de León y correspondiente de la Real Academia de la Historia, en su libro de 1916 Historia de los Comuneros de León y de su influencia en el Movimiento General de Castilla una situación de división total en la ciudad y provincia leonesa –ni Astorga ni Ponferrada se sumaron y la mayoría de la provincia, salvo el sur como Toral de... los Guzmanes, quedó en manos de los Quiñones– que derivó en que los propios canónigos tuvieran enormes disputas y que en agosto de 1520 hubiera un escándallo enorme entre los seguidores de las dos familias que se saldó en una pelea multitudinaria durante una reunión concejil que se extendió violentamente por las calles de León con el resultado de que los que apoyaban al emperador tuvieran que salir de la ciudad “por su seguridad”.

Sin embargo no todos los vecinos que quedaron fueron “francamente comuneros” como indica Díaz-Jiménez en su interpretación de hace un siglo. Él mismo indica: “Excepción hecha de unos cuantos, entre los que se hallaba el alcaide de las Torres”. Bien pudieran tener los sacerdotes del cabildo el control político en ese momento, pero la guardia de las murallas estaba a las órdenes de ese cargo, con lo que es fácil colegir que el control estratégico no lo tenían. Y mucho menos del alfoz, como se verá a continuación.

El relato de la vergonzosa golpiza

Desde Tordesillas, a donde se había trasladado la Santa Junta pidieron a Ramiro Nuñez de Guzmán, el verdadero líder comunero de León, que “con urgencia y con destino al ejército de Padilla, enviara cuantos caballos, armas y dineros pudiera reunir en la ciudad de León”. Salió mal. Rematadamente mal.

Así explica el libro de Eloy Díaz-Jiménez sobre lo que sucedió con esa primera intervención de la mesnada comunera de la ciudad de León.

En uno de los primeros días de noviembre [... ] salían del palacio de los Guzmanes en dirección a Tordesillas, custodiando las armas y pertrechos de guerra que necesitaba su señor. Con la despreocupación y la alegría que se apoderan de los ánimos en tiempos de guerra, cuando se tiene la seguridad de andar por terreno propio y dominado, la comitiva, abriéndose camino, poco menos que a viva fuerza, entre la multitud de curiosos que la rodeaban, recorrió la corta distancia que hay desde aquel palacio hasta el final de la calle de Santisidro, doblaron la esquina que forma ésta con la de la Ferrería de la Cruz, al dar vista a la humilde casa de San Marciel, y una vez que hubo recorrido las calles de Euviana y Frenería y atravesado la Puerta Moneda, emprendió la marcha por el camino real que se dirigía a Valladolid.

Cuando más distraídos iban los que formaban la comitiva y más avivaban el paso, obligados por el frío intenso de aquella tarde, quiso la mala suerte que, antes de penetrar en el Puente del Castro, fueran atacados por la espalda, cayendo todos ellos y cuanto llevaban, después de violenta lucha, en poder de un grupo, no muy numeroso, de hombres armados, que obedecían la voz de mando de un clérigo, recio de cuerpo, de rostro enjuto, que cabalgaba en brioso caballo, dejando ver, bajo los hábitos de negro paño, los quixotes de una brillante armadura, y luciendo en sus pies, colocados en férreos estribos, dos agudos acicates.

El autor de semejante hazaña era el famoso canónigo Diego de Valderas, clérigo audaz, ser atávico, en quien se agitaban los instintos ardorosos de los antiguos guerreros del hábito talar y decidido paladín de la causa imperialista, el cual contribuyó, no poco, a mantener la continua agitación que sufrían los pueblos castellanos defensores de la causa de los comuneros.

Vamos, un ridículo absoluto en toda regla. En el propio libro no se especifica demasiado cuántas tropas pudieron enviar más en apoyo a los comuneros en Villalar, pero sí se habla de que “don Francisco Fernández de Quiñones, cuando fue expulsado de León por Ramiro Núñez de Guzmán, se dirigió a Ríoseco, engrosando los ejércitos de los realistas con cien lanzas y 1.500 hombres que trajo de Asturias y de su país natal”.

Al canónigo realista Diego de Valderas el cabildo leonés lo condenó meses después por lo ocurrido:

El día 24 de diciembre, los jueces y el señor provisor, don Martín Zabala, teniendo a Dios, de quien todo justo juicio pende, ante sus ojos, se decidieron a dar cumplida satisfacción a los deseos del pueblo, dictando una sentencia por la cual se condenaba al canónigo realista Diego de Valderas a restituir a sus dueños las armas,ropas, caballos, picas y dineros de que se había apoderado, con notoria injusticia; a perder la jubilación que el Cabildo le había concedido, contra todo derecho, y en virtud de la cual hacía tiempo que no residía en dicha iglesia y andaba vagando de un sitio para otro y cometiendo hechos feos, muy deshonestos y contrarios a su orden y profesión; a no cobrar ni un maravedí de la remuneración que como canónigo le correspondía; a pagar, en breve plazo, todas las deudas que hubiera contraído con la fábrica y la mesa capitular; a ser desterrado, por un año, de la ciudad de León, y, en el caso de que se negara a cumplir el destierro, que sufriera prisión en la cárcel pública del obispado; a no entrar en los cabildos ni en los demás ayuntamientos que celebraran los canónigos de la Catedral, y a no cobrar renta alguna, anual o perpetua, de la dicha iglesia.

Victoria realista, recule de los comuneros y las disculpas de la ciudad de León al emperador

La derrota en Villalar, con una ciudad leonesa que no terminó mojándose demasiado con la Santa Junta –se nego a aprobar las leyes perpetuas y sólo acudía a las reuniones para no perder comba con respecto a las demás– hizo que el navegar entre dos aguas de los leoneses comuneros se fuera a pique. De hecho, no tardaron un mes en pedir perdón al Emperador Rey Carlos y en intentar lavar su actuación, una vez que los realistas Quiñones (los Condes de Luna) volvieron triunfantes a dominar una ciudad que se les rindió a los pies sin más.

Díaz-Jiménez apunta:

Los continuados éxitos que en Castilla alcanzaban los imperiales, fueron apagando el entusiasmo con que el Cabildo de la Catedral había luchado, haciéndole perder lafe en el triunfo. Los canónigos, ante la desagradable perspectiva de los males que sufriría la ciudad si entraban en ella los realistas sin haber dejado las armas, pensaron, desde luego, en la paz y en los medios que habían de emplear para obtenerla.

Atendiendo a los ruegos que el conde de Luna les había dirigido, y por atención, respeto y servicio a él, autorizaron a todos para que pudieran hablar libremente y sin pena alguna de la revocación de la sentencia dictada contra Diego de Valderas, y, después de anularla, terminaron por reponerle en su cargo.

Hecho esto, se imponía la necesidad de congraciarse con el emperador y su gobierno, a cuyo efecto, en primero de mayo de 1521, dirigieron un memorial al cardenal de Tortosa, suplicando el olvido y perdón de las alteraciones pasadas. Al día siguiente, el Concejo, unido al justicia, regidores y vecinos de León, redactaba y dirigía asimismo a los reyes una súplica razonada, pidiendo clemencia para las faltas cometidas por la ciudad durante el período de la rebelión.

Vamos, lo que hoy se consideraría una bajada de pantalones en toda regla; aunque ya deberían haberlo visto venir si la primera tropa que mandaron no consiguió pasar de unos pocos kilómetros indemne y mucho menos del Alfoz de la ciudad. León dejó de ser comunera en días, con lo cual... mucho, mucho no sería.

Eso sí, “a pesar de estos esfuerzos hechos por el Cabildo Catedral,el Municipio y el conde de Luna, en la famosa carta de perdón general leída por Carlos V el día 28 de octubre de 1522 en la plaza Mayor de Valladolid, ante el pueblo y la grandeza española, fueron excluidos treinta y tres comuneros leoneses”. Ramiro Núñez de Guzmán se exilió en Portugal y tardó diez años en ser perdonado.

Eso sí, la Historia terminó a lo largo del tiempo dando como ganadores a los Guzmanes antes que a los Luna (los Quiñones realistas) en su lucha centenaria de Montescos y Capuletos, como puede ver casi todo leonés de hoy en día mirando el estado de sus palacios y cuál se terminó por completo.

Una más de tantas contradicciones de los leoneses que se vislumbran más en cada 23 de abril, una jornada en que casi ninguno celebra el Día de la Comunidad y los Comuneros.

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