El 'procés' comunero de Castilla que destruyó 500 años de sistema foral leonés
La derrota de Villalar en la Guerra de las Comunidades de Castilla cumple quinientos años. Irónicamente los mismos que tenía entonces el sistema foral leonés, creado en el Fuero de León de 1017 que devino en los Decreta de las Cortes de 1188 –convocadas en la misma ciudad en estas fechas de hace ocho siglos–, y que copiaron todos los reinos hispánicos. El mismo sistema legal de derechos de los ciudadanos que Carlos V fulminó tras vencer estrepitosamente a los comuneros aquel 23 de abril de 1521.
La Junta de Castilla y León ha invertido millones de euros durante cuarenta años en contar que fue la primera revolución burguesa y de la Historia (y de la Edad Moderna), antecedente del movimiento liberal y un levantamiento general contra el despotismo que fue ejemplo de lucha por la libertad. Sin embargo, nada de esto se sostiene mirando a los hechos históricos de aquel momento, porque más bien lo que ocurrió fue un 'procés' similar al catalán de hoy en día y una protesta medievalizante; que, ni siquiera, fue la primera que se dió en los mismos años en España.
Las cosas no ocurren porque sí y no es la mejor manera utilizar el presentismo para usar el conocimiento de hoy en día reescribiendo la Historia a conveniencia utilizando la retrocontinuidad –una herramienta falaz denominada 'continuidad Retroactiva' también denominada retcon– como hacen hoy en día los independentistas catalanes con su Instituto de Nova Historia que defiende absurdamente que Cervantes era catalán y que la heráldica del Rey de León se creó en Cataluña entre otras barbaridades.
Pero esta falacia es la que ha utilizado durante decenas de años la Fundación Villalar, ahora Fundación Castilla y León, invirtiendo millones de euros –haciendo incluso jurar “por Castilla” a niños zamoranos– para vender el cuento romanticista que se generó en el siglo XIX por el incipiente liberalismo español; y exagerado enormemente por la izquierda de la Transición del siglo XX, como si los comuneros hubieran sido el ejemplo libertario de lo que ellos no hicieron durante la dictadura de Franco (salvo la excepción del maquis).
Una explicación histórica distinta, pero más coherente
Pero yendo a los hechos de hace cinco siglos, se observa contemplándolos en su propia realidad histórica una versión mucho más coherente y lógica que la política del siglo XIX supervitaminada por la Junta de Castilla y León. Los reinos hispanos creían a principios del siglo XVI que su Rey sería el infante Fernando de Habsburgo, el hermano de Carlos de Gante, del que los Guzmanes leoneses fueron sus ayos y preceptores, y que fue criado en España como el ojito derecho de su abuelo, Fernando el Católico.
Ya en vida de Felipe el Hermoso, su padre, esta nobleza se había enfrentado duramente al príncipe flamenco, apoyando al viudo aragonés de Isabel de Castilla y de León. Y volvieron a tomar posición preponderante como 'fernandinos' durante su regencia tras la muerte de ambos.
Pero al final la visión estratégica política de Fernando de Aragón pudo al corazón. En su último testamento cambió la cabeza de las monarquías hispánicas de su nieto español con su mismo nombre al nacido en Gante, Carlos, que no sabía una pizca de español y desconocía por completo la legislación española. Ésta estaba basada en el sistema foral hispánico legislados por primera vez en el Fuero de León de 1017 que se reprodujeron en villas y ciudades durante cinco siglos, en la que los ciudadanos tenían un peso mucho mayor que en Europa. El hermano pequeño fue enviado a Flandes y el joven rey llegó a España con una corte flamenca que empezó a intentar usar el dinero de la corona más rica de entonces (la castellana y leonesa), gracias a los beneficios de la exportación de la lana con la Mesta. Con ellos quería financiar sus intereses en centroeuropa y pagar las prebendas y sobornos necesarios para que Carlos de Habsburgo fuera votado emperador de Alemania.
“Flandes nos roba”
Y por lo que podríamos llamar un 'Flandes nos roba', comenzaron a sumarse una serie de factores largamente larvados que devinieron en el conflicto comunero. En primer lugar, las tensiones entre los burgueses de las ciudades y la nobleza –que durante los dos siglos habían causado varias guerras civiles en los territorios de la corona de Castilla y de León que retrasaron la toma de Granada hasta 1492– que se reprodujeron con la falta de tacto de Adriano de Utrech (que llegaría a ser Papa por las influencias de Carlos, ya emperador de Alemania).
En segundo, la colisión entre el sistema legal hispánico basado en la foralidad de las ciudades a ejemplo de la legislación leonesa y el ansia recaudadora de los flamencos, que pretendieron cambiar el sistema de impuestos tradicional. Lo que puso en alerta a las ciudades representadas en Cortes y acrecentó la oposición a un rey, Carlos I de España, que no vivía en el país y que gobernaba con una mano de hierro basándose en su derecho divino que chocaba, frontalmente, con la antigua ideología sociopolítica legionense del pactismo con el monarca: lo era porque su pueblo así lo quería.
Sumado todo ello, por resumir, a la malísima impresión que tuvieron del marido flamenco de Juana la Loca –la reina oficial, pero encerrada en Tordesillas por una supuesta enfermedad mental que le impedía gobernar– y que su hijo, Carlos, recordaba a los nobles que se enfrentaron a él y fueron los protectores de su hermano Fernando, cayendo en desgracia a su advenimiento al trono e intentando recuperar el poder perdido. Esto provocó que esta nobleza, en muchos casos menor, viera en la polémica del 'rey extraño' una forma de volver a liderar y manipuló todo lo que pudo a las ciudades para usarlas en su propio interés. Un “quítate tú, que me pongo yo” que dividió profundamente a la población. Mucho más de lo que se cuenta, o se quiere contar.
La mentira de la unidad comunera
Pese a todo lo invertido por la Junta de Castilla y León para poner como ejemplo de libertad y de unión la causa comunera, los mismos hechos de la época desmienten que fuera una revuelta unitaria al alimón de las ciudades representadas en Cortes. Ni mucho menos.
En Historia los hechos se han de comprobar con documentos y buscando entender la ideología de la época para interpretarlos con aquellos mimbres. Ciertas ciudades de la Corona de Castilla y de León fueron muy levantiscas durante la revuelta y otras se posicionaron de perfil y fueron no sólo tibias, sino que se posicionaron al filan claramente e en el bando realista. Entre éstas nada más y nada menos que Burgos, la cabeza del Reino de Castilla.
La Guerra de las Comunidades no surgió de la nada. La ideología hispánica de que el Rey debía su poder al pactismo con las Cortes chocaba frontalmente con la idea de los Habsburgo de un poder divino, como se ha dicho anteriormente. Una filosofía que en la Edad Moderna devendría en el regreso del gobernante-Dios, al absolutismo que llegaría a su culmen con el Rey Sol, y que el emperador Carlos alimentó para su grandeza a lo largo de su vida.
Los españoles confiaban en que Fernando, el hermano de Carlos, fuera su rey. Pero eso no fue así. Los reinos de León y de Castilla eran los más ricos de la época en Europa gracias a la exportación de la lana de la Mesta. La estrategia política de los Reyes Católicos había sido casar a sus hijas con familias de los territorios que tenían los telares, Catalina en Inglaterra y Juana en Flandes, para así asfixiar a los enemigos comunes de los Trastámara y Habsburgo: Francia y la Liga Hanseática.
Financiar la proclamación imperial
Maximiliano de Habsburgo, el otro abuelo poderoso, tenía gran interés en que Carlos fuera emperador del Sacro-Imperio Romano Germánico. ¿Y qué mejor que contar con las ingentes cantidades de dinero de sus posesiones españolas? Así, en abril de 1520, en las Cortes de Santiago, Carlos I intentó aumentar los impuestos, que ya venía incrementando con mucha polémica su valido Adriano de Utrech en los últimos cuatro años. Pero se encontró con la oposición de las ciudades, quienes los recaudaban, y no lo consiguió. Las suspendió y días después –el 22 de abril– convocó otras Cortes en La Coruña y, a base de amenazas y prebendas, sí que consiguió su objetivo.
El problema es que los ciudadanos de las representadas en Cortes no lo vieron bien, porque era una época de malas cosechas. Toledo declaró directamente la insumisión fiscal, en ese plan de “Flandes nos roba”. Muchos procuradores de esas últimas Cortes lo pagaron con insultos, ceses y altercados –en León, Zamora y Ávila–, disturbios en Burgos y Guadalajara; y en casos como Segovia, hasta con la muerte de dos funcionarios y su representante en La Coruña.
Los toledanos convocaron en agosto de 1520 una asamblea de ciudades en Ávila, a la que asistieron siete y se quedaron cuatro; puesto que León, Zamora y los mismos representantes abulenses abandonaron la llamada Junta al ver el cariz que tomaban contra el monarca. Allí es donde se redactó la llamada 'Ley Perpetua de Ávila' –que era una serie de peticiones de comportamiento al monarca y sus funcionarios y reglas para cobrar impuestos basada en “mandar y señorear el mundo como lo han hecho sus antepasados”, pero nada parecido a las Constituciones Medievales anteriores–, pero que no se aprobó puesto que sólo Toledo, Segovia, Salamanca y Toro no tenían legitimidad suficiente.
Ante esta especie de sublevación política, el bando realista actuó y asedió Segovia. Al intentar retirar unos cañones de Medina del Campo, hubo oposición y la villa terminó ardiendo... y, claro, esto precipitó las cosas. Los nobles del Partido Fernandino, caídos en desgracia cuando habían estado llamados a ser la corte del rey de España antes de que llegara Carlos de Gante, se lanzaron a protestar por lo ocurrido y comenzaron a dominar a los munícipes; y las ciudades, temerosas de lo que pudiera ocurrir, volvieron a reunirse en Tordesillas.
Todas no, porque las andaluzas se negaron a ir, aunque Murcia y Madrid sí estuvieron presentes. Allí intentaron que la reina Juana, la todavía titular de la corona castellana y leonesa aunque la tuvieran encerrada, les diera legitimidad. Ella se negó a perjudicar a su hijo.
Envalentonado, el populacho se rebeló en varios lugares contra los nobles, posiblemente azuzados por los nobles 'fernandinos', siendo el ejemplo de esas revueltas populares la de Dueñas contra el conde de Buendía. En esa tesitura, la Santa Junta quedó en la duda de si apoyar o no al pueblo, y finalmente, por su propia esencia de procuradores ciudadanos, lo hizo... provocando una crisis importantísima entre sus miembros.
Burgos y Soria, fervientes realistas contra los comuneros
Burgos, nada menos que la 'cabeza de Castilla', se pasó al bando realista y, en un golpe de mano, el ejército del Almirante de Castilla consiguió tomar Tordesillas en diciembre y capturar a varios procuradores rebeldes. Y, lo que es más importante, el sello real con el que firmaba los documentos esta asamblea para darles validez legal y tener en su poder la guarda de la reina Juana.
Zamora se puso de perfil y el obispo Acuña, uno de los líderes comuneros, la intentó asediar, pero sin éxito. No sería tan comunera si no le dejó entrar. León nominalmente quedó en el bando comunero, porque su líder Ramiro Núñez de Guzmán controlaba a los regidores y al cabildo catedralicio –tras fuertes discusiones y hasta peleas–, pero la división era tan grande que no tenía mando sobre la guarnición de la muralla. Ni Astorga ni Ponferrada se sumaron y la mayoría de la provincia (salvo el sur, como Toral de... los Guzmanes) quedó en manos de sus archienemigos, los Quiñones.
Sin embargo, en una situación tan anómala y con la esquizofrenia propia de ser conscientes que estaban yendo en contra del rey, procuradores zamoranos y leoneses acudieron en 1521 a la nueva Junta de Valladolid; una ciudad que había estado a punto de abandonar la causa junto con la burgalesa. Todo en un ambiente de desconfianza política no fuera que otras ciudades decidieran por ellas y les hicieran una mala jugada y 'perdieran cacho'. Sin embargo no contaron ya tampoco con Guadalajara y Soria, que habían estado presentes en Tordesillas al parecer para 'espiar' para el bando realista.
Que las tropas comuneras comenzaran a realizar actos de pillaje a primeros de 1521 no ayudó. Al final las ciudades de Toledo, Salamanca y Segovia fueron las más radicales. Todo para sufrir una estrepitosa derrota en Villalar el famoso 23 de abril. Fue una batalla que tuvo muchos menos combatientes que la mayoría de las medievales. Lo que indica que tampoco es que los comuneros tuvieran un apoyo militar decidido, se cuentan seis mil hombres en su bando.
Toledo tardó un poco más en rendirse, pero en octubre todo había terminado.
Así Carlos V ofreció un Perdón General en 1522 y se dedicó a terminar la otra revuelta simultánea que tenía en España, la de las Germanías. Durante los siguientes años las ciudades más tibias en el movimiento, como León –en menos de una semana– y Zamora, pronto comenzaron a dar excusas y a proclamar que habían sido más realistas que nadie para no perder comba con Burgos.
Los verdaderos intereses de los líderes comuneros
La Guerra de las Comunidades fue más una disputa política entre familias nobles enfrentadas que otra cosa, trufada con el intento de ascenso social de algunos hidalgos. Y esto se observa leyendo los propios escritos de la época, no haciendo interpretaciones interesadas cinco siglos después. Arturo Rodríguez Lope-Abadía, historiador investigador especializado en documentos de la Era Moderna, que fue adjunto de dirección de la Casa-Museo de Cristóbal Colón en Valladolid, es uno de los divulgadores históricos que lleva durante años desmintiendo la versión oficial.
“Es que no cuadra nada con una revuelta 'por la libertad'. La mayoría de los líderes comuneros eran o baja nobleza o nobles peleados con otros en sus territorios, que tenían intereses personales y querían ser ellos los que mandaran. ¿En qué cabeza cabe decir que un obispo como Acuña era el líder de una revolución liberal?, se pregunta.
Sobre los líderes comuneros recomienda leer a Fray Antonio de Guevara, uno de los escritores más leídos en Europa en aquella época. “Los tenía fichadísimos y cuenta bien cuáles eran sus motivaciones personales en su Libro de las Epístolas Familiares”, asegura. Guevara transmitió a los líderes comuneros la oferta de paz del Rey antes de Villalar.
No cuadra nada con una revuelta 'por la libertad'. La mayoría de los líderes comuneros eran o baja nobleza o nobles peleados con otros en sus territorios, que tenían intereses personales y querían ser ellos los que mandaran
Pese a que todos conocemos a Bravo, Padilla y Maldonado “en realidad, lo justo sería hablar de cinco principales comuneros”, indica el experto. Una brevísima reseña personal muestra que poco tenían de ciudadanos normales: Juan de Padilla representante de Toledo, yerno del marqués de Villena; Juan Bravo de Laguna y Mendoza –“al que nunca se le llama por su nombre entero porque suena poco a héroe popular” comenta irónicamente Lope-Abadía–; Francisco Maldonado “con domicilio en la Casa de las Conchas de Salamanca nada menos”; Pedro Girón, cuyo nombre completo era Pedro Téllez-Girón y Fernández de Velasco “conde de Ureña y grande de España” en la zona de Valladolid; y el obispo Antonio de Acuña que actuó en Zamora.
En esta lista no se encuentra Ramiro Núñez de Guzmán, que era el más importante comunero leonés “completamente enfrentado a los Condes de Luna, los Quiñones; que tuvo que exiliarse en Portugal, pero que luego fue perdonado por el Rey diez años más tarde, que era familia noblona, noblona y a esos no se les ajusticia tan fácilmente”, evidencia el experto documentalista histórico.
Es más, los líderes comuneros llevaron al desastre al movimiento por su ambición. Incluso rechazaron una oferta de paz generosísima por parte de Carlos V porque ya se habían radicalizado tanto y se habían enfrentado de tal manera a sus adversarios en sus territorios que, endiosados, no quisieron dar marcha atrás. Arturo Rodríguez Lope-Abadía explicaba hace dos años en este hilo suyo de Twitter bajo su alias @TheMarquesito que se puede seguir aquí debajo.
Para Rodríguez Lope-Abadía la cosa está clara: los líderes comuneros se aprovecharon de los ejércitos y los dineros de las ciudades para llevar adelante su propia agenda política. “Cada cual tenía asuntos propios: Acuña ambicionaba la mitra primada de Toledo, Bravo pretendía el condado de Chinchón, Maldonado ser el amo de Salamanca, los Padilla tenían cuitas contra los Guzmanes por las dignidades de la Orden de Santiago, y Girón pretendía el ducado de Medina Sidonia que poseía su suegro”. Todo ello resumido en una irónica frase: “Motivaciones nobles donde las haya, dónde va a parar”.
El conveniente olvido de la veleidad comunera: el caso de León capital
Una de las cosas que no son recomendables en el estudio histórico riguroso y de calidad, es el magnificar lo ocurrido sin mirar alrededor y observar qué huellas han dejado del pasado los hechos. Tanto en documentos como en la producción artística. Uno de los problemas de regar con dinero público cierto tipo de investigaciones como la de los comuneros, es que se produce una situación denominada cherry picking (“recoger cerezas” en inglés). Algo muy criticado por los científicos porque consiste en tomar la parte que se quiere de los hechos y datos para así explicar “la parte por el todo”. Esto se llama Falacia de Evidencia Completa que lleva al ahora conocidísimo sesgo de confirmación.
Para evitar caer en ello, es bueno intentar mirar con otro punto de vista en vez de buscar denondadamente cualquier referencia a un comunero en la provincia de León para conseguir financiación durante años investigando su biografía y magnificando su importancia con ello. Cuando un movimiento es realmente exitoso, deja huella en el arte y la ideología. En este sentido, el profesor de Historia del Arte de la Universidad de León, César García Álvarez, apunta del movimiento comunero leonés “que León nunca fue la ciudad impulsora de las comunidades, y que además se fue volviendo más y más tibia. La situación fue bastante tranquila. Eso sí, cuando ganó el Rey se apresuraron a hacerle la pelota en todos los monumentos posibles”.
Se habla de la adscripción comunera de la ciudad de León, pero lo más significativo que dejaron los comuneros en la historia leonesa fue la primera descripción de una procesión de Semana Santa en la ciudad... que terminó a tortas
Se habla de la adscripción comunera de la ciudad de León, pero lo más significativo que dejaron los comuneros en la historia leonesa fue la primera descripción de una procesión de Semana Santa en la ciudad... que terminó a tortas. “La posición del cabildo en realidad no cambió, y fue, tibia pero oficialmente, favorable a los comuneros. Fueron alguno de sus miembros los que, al pertenecer o simpatizar con alguna de las familias en conflicto, se rebelaron y hasta llegaron a las manos hace 500 años durante la primera procesión documentada en León”, cuenta. “O sea, que también se celebran los 500 años de la primera procesión penitencial en León en estos años. Que terminó a golpes. Así somos en León”, ironiza.
¿Queda algo de la ideología comunera en los códigos del arte en León? “Del lado comunero comprensiblemente no ha quedado nada directamente. Pero creo que la iconografía y el lema del palacio de los Guzmanes –que viene a ser 'La dignidad debe adornar la casa. No toda la dignidad debe buscarse en la casa'– es reveladora en el el deseo de proclamar la autonomía y dignidad de la casa familiar; pero con el matiz ciceroniano de prudencia que, quizá sea consecuencia de la lección aprendida durante las comunidades. En realidad es algo especulativo, pero encaja bien”, reflexiona.
Lo que sí es cierto es que una vez derrotados los comuneros el Regimiento de León se avino a congraciarse con el Emperador como fuera, pagándole representaciones en los momumentos de la época. “Con la llegada del obispo don Pedro Manuel a León, quien se convierte en el mecenas catedralicio de las obras que impulsan la llegada de la estética renacentista a la ciudad, hay referencias laudatorias indirectas en el arco de don Pedro Manuel, y creo que más directas en el Arco de San Alvito, que estudié para mi tesis. En él, creo que pueden identificarse los retratos de Carlos V e Isabel de Portugal, que han pasado totalmente desapercibidos”, comenta el experto en Arte.
“Es, sin embargo, en San Marcos, el lugar en el que las loas al emperador son cruciales, quizá para reafirmar el poder de la orden de Santiago y, sobre todo, su fidelidad a Carlos, que ocupa el medallón más destacado de una fachada que es todo un despliegue iconográfico, simbólico y jeroglífico de alabanza al victorioso emperador. Quizá con eso lavaron las sospechas que pudieran existir en el seno de la sede leonesa de la orden sobre un posible apoyo a los comuneros, no sé, pero desde luego no hay programa iconográfico más laudatorio hacia Carolus imperator que el de San Marcos”, remacha García Álvarez, que en esta intervención en Onda Cero da su opinión sobre la Guerra de las Comunidades.
¿Los Comuneros, la primera revolución burguesa?
Otra de las cosas que defienden los millones de la Fundación Castilla y León, antes Fundación Villalar, es que la Guerra de las Comunidades es “la primera revolución burguesa”. En ocasiones lo dicen así, a pelo. En otras añaden como un intento de algo más rigor el apósito “de la Edad Moderna”. Y hay muchos investigadores en las universidades que así lo defienden en sus artículos sin cortarse lo más mínimo.
Quizás uno de los problemas serios de la historiografía española sea la falta de visión completa del entorno, o que el dinero de los asuntos que interesan a los políticos no tiende más que a agrandar el cherry picking. Sobre las revoluciones burguesas, decir que los Comuneros es la primera es olvidar que en Sahagún durante la Edad Media no hubo una, sino dos de este tipo en los siglos XI y XIII. Por no hablar de que sesenta años antes se produjo en Galicia la fortísima Revuelta de las Hermandades, conocida como la de los Irmandiños. Las dos muy consideradas como ejemplos de revoluciones burguesas pioneras por la historiografía europea.
Esto desmonta directamente la primera premisa. ¿Pero la segunda, la de la primera en la Edad Moderna? Aquí la propia visión de los primeros años del reinado de Carlos V muestra el colosal sesgo de confirmación que se produce con los Comuneros. En 1519, un año antes, comenzó la Revuelta de las Germanías en los reinos de Valencia y Mallorca en la Corona de Aragón; que fue controlada por el bando realista un año después de la de las Comunidades, en 1523.
Un espectacular ejemplo de sesgo de confirmación por parte de los historiadores que ensalzan la Fiesta de Castilla y León en base a Villalar. ¿Cómo es posible que se obvie de esta manera tan gruesa un hecho coetáneo en el tiempo como las Germanías? Cherry picking de manual y algunos historiadores financiados por la Junta deberían taparse las vergüenzas. No es de extrañar el desprecio de algunas escuelas europeas de historiadores sobre la española con ejemplos lamentables de ceguera al gusto tan clamorosos como este.
¿Y lo de la primera revolución liberal de la Historia?
Y, por otra parte, también queda el otro mito de los Comuneros. Que fue la primera revolución liberal de la Historia. Nada más lejos de la realidad. La propia Ley Perpetua –que recordemos, no fue aprobada jamás y era un borrador sin validez como lo fue la Constitución de la Primera República– es un compendio de peticiones al rey basadas en la costumbre del sistema foral de derechos ciudadanos iniciado en León quinientos años antes.
Podría parecerse a una constitución, 'a su manera'; pero desde luego nada que ver con la ideología liberal. El término constitutio significa “agrupación de leyes”. Hubo consituciones en Atenas, en Roma y en la Edad Media, como los Fueros de León de 1017 y los Decreta de Las Cortes de León de 1118, que se copiaron en otros reinos. De hecho la Ley Perpetua no aprobada por los comuneros no puede ser más medievalizante porque recoge los avances del pactismo de aquella época. La ideología de la Edad Media hispánica desarrolla a partir del año mil las relaciones políticas entre la Iglesia, la nobleza y el pueblo llano con la monarquía. Es cierto que va en contra del creciente poder real, pero es que la Edad Moderna es una etapa de involución de los derechos políticos en la que se vuelve al concepto del monarca-Dios, con su culmen en absolutismo despotista del Rey Sol; camino que iniciaba Carlos V, y que finaliza con la Revolución Francesa y la Declaración de los Derechos Humanos. Mientras la Edad Media es desarrollo político, la Moderna es involución y la Edad Contemporánea es revolución.
A esto se suma la tensión entre nobles y ciudadanos, constante en los dos últimos siglos de la Edad Media. “La Santa Junta aglutina a los poderes concejiles, con representantes de numerosas villas y ciudades. La representación del pueblo por medio de los procuradores de ciudades y villas es algo con hondas raíces históricas en el foralismo leonés, y que luego se extiende al conjunto de la Corona de Castilla y de León. Por supuesto, a la nobleza no le gustaba esto ya que las ciudades más importantes eran realengas y podían ocupar espacios de poder que de otra manera tendrían magnates como los marqueses de Astorga o de Villafranca, por poner un par de ejemplos”, pone de manifiesto Arturo Rodríguez Lope-Abadía.
¿Qué significa 'Constitución'?
La palabra “constitución” no ha significado siempre lo que significa hoy en día: refiéndose a una norma fundamental superior de ámbito nacional y liberal. ¿Pero cómo se ha llegado a decir que un movimiento medievalizante que ensalza las normas de los fueros es ejemplo de liberalismo antes de su tiempo? Es relativamente sencillo si volvemos a hacer el intento de mirar alrededor de los hechos en su tiempo. Durante tres siglos no se pudo celebrar la conmemoración comunera, puesto que los reyes eran absolutistas, pero en 1821 España acababa de terminar la Guerra de Independencia y estaba en pleno Trienio Liberal.
Es un verdadero mito que la Guerra de las Comunidades fuera una revuelta liberal. Los cabecillas eran hombres de la nobleza, con ambiciones y problemas propios de la nobleza de la última época del feudalismo
Pongamos en contexto esta primera celebración: España acababa de luchar contra un rey extranjero, José I Bonaparte, en un esfuerzo común entre élites y el pueblo que no se había visto desde hacía más de un siglo. Sobre todo porque las élites habían dado la espalda al pueblo al sustituirla desde 1700 por el pensamiento borbónico que despreciaba el acervo popular, y como franceses la propia idea de aquella España Austria. Pero los dos pensamientos tan alejados se volvieron a unir contra el enemigo común: el “ogro de Napoleón”. Así que la visita del famoso guerrillero el Empecinado a Villalar en 1821 lanzó la imaginación de los escritores de la época. Utilizaron la resistencia al 'rey extranjero' que fue el emperador Carlos en el siglo XVI para hacer un espejo de la situación recién vivida (y negocio con sus escritos en sus incipientes periódicos).
A ello se suma que en 1821 están en el gobierno los liberales, en lo que se llamó Trienio Liberal, antes de que Fernando VII volviera al absolutismo y los persiguiera. Es decir, que espejando y mitificando, como buenos románticos usando la Historia como arma política, los Comuneros se convirtieron en arte de birli birloque en pura cepa liberalista. Además, justo en el momento en que querían congraciarse con el Borbón (que luego les traicionaría) para atraerlo a su causa de la monarquía constitucional. Qué mejor ejemplo de 'tiempos de libertad' tras Napoleón... si no fuera una enorme mentira completamente interesada.
“Nos ha llegado una serie de narrativas procedentes del Romanticismo que se han ido perpetuando y contaminando, intentando dar continuidad retroactiva a algo que no lo tiene por buscar una cierta legitimidad histórica. No son una primera revolución liberal en modo alguno, fue un conjunto superpuesto de luchas de distintos tipos, entre ellos las particulares de ciertos nobles y prelados, además de tener como raíz el control del poder. La cosa se desencadena por el reparto que Carlos I hace de los cargos españoles entre su camarilla de flamencos y borgoñones, pero en la revuelta comunera se juntaron demasiados factores”, resume Arturo Rodríguez Lope-Abadía.
“Respecto a los comuneros, cada uno ve la feria como le va en ella”, opina César García Álvarez. En un correo electrónico lo define así: “Creo que desde la existencia de nuestra bienamada Comunidad, se enseña una versión parcial y distorsionada, que convierte intereses (en parte legítimos) de comerciantes y familias aristocráticas, en liberales (absurdo), adelantados a su tiempo (más absurdo), cuando en realidad obraron al principio sin refrendo teórico. Y después no tengo muy claro si los comuneros buscaron a los frailes salmantinos y la universidad, o fue al revés. Pero sí se comenzó a buscar una fundamentación teórica a la superioridad del reino sobre el rey, algo que parece muy poco medieval, pero que enlaza con la semilla de control del monarca comenzada, no por casualidad, en León en 1188”.
“Es un verdadero mito que la Guerra de las Comunidades fuera una revuelta liberal –añade Arturo Rodríguez Lope-Abadía–. Los cabecillas eran hombres de la nobleza, con ambiciones y problemas propios de la nobleza de la última época del feudalismo. El contexto es fundamental, y a los comuneros no se les puede separar de la lucha por el control de las estructuras de poder que venía de los Reyes Católicos, quienes domaron a la levantisca nobleza que había tiranizado a Enrique IV”.
En resumen: los Comuneros no son ni de lejos lo que nos quieren contar
Todo esto demuestra que no fue una revolución unitaria, ni la primera burguesa, ni la primera liberal. Y que tiene demasiadas similitudes con lo que es el 'procés' independentista catalán de hoy en día –incluso en celebrar como fiesta autonómica una derrota que supuso la pérdida de la legislación foral propia– de lo que quisieran los que pagan para que sea un ejemplo histórico que definiría el espíritu de la actual autonomía de Castilla y León.
También hay que recordar que llegado el fin del franquismo la izquierda amplificó la historia de los Comuneros hasta puntos insospechables. Es cierto que el color morado de la bandera tricolor de la República tiene una indirecta relación con aquel levantamiento porque se cuenta que la joven Mariana Pineda fue ejecutada por Fernando VII y llevaba un símbolo morado en recuerdo de los Comuneros de Castilla. Lástima que el color de Castilla sea el carmesí y no el morado (que es más cercano al púrpura de León). Los liberales del siglo XIX se confundieron de pigmento: otro fallo más en esta historia cocinada por motivos políticos.
Arturo Rodríguez Lope-Abadía: Diría que hay una tendencia a la mitografía con los comuneros, con la intención de adscribirse cada uno a los comuneros a su propio equipo porque hay un mito popular muy fuerte de los comuneros como capitanes populares
Esto llevó a los movimientos de izquierdas del comienzo de la Transición a crear su propio mito en la campa de Villalar y los castellanistas extremistas lo llevaron al paroxismo. Tanto, que hasta que no empezó el siglo XXI los partidos de derechas no podían ni acercarse a ella. El PSOE, que fue el primer partido que gobernó Castilla y León, fue el que institucionalizó la mentira. Y el PP, que era recibido a pedradas, la oficializó, pagando su “entrada” a la campa con un fuerte apoyo económico a los juglares contemporáneos de este cuento decimonónico supervitaminado con millones de euros.
Para López-Abadía está claro que se ha retorcido la Historia de la Guerra de las Comunidades a conveniencia: “Diría que hay una tendencia a la mitografía con los comuneros, con la intención de adscribirse cada uno a los comuneros a su propio equipo porque hay un mito popular muy fuerte de los comuneros como capitanes populares. Eso y el ver la revuelta comunera como algo homogéneo, cuando ahí convergían las luchas particulares de los nobles, reivindicaciones concejiles, el partido fernandino, y un obispo alborotador”.
Como todo, depende del punto de vista por donde se mire. Como se decía al principio del artículo, no es bueno observar la historia con el punto de vista presentista. Por tanto, hay que reconocer que pese a la sorprendente coincidencia del movimiento comunero con el 'procés' independentista que hoy se da en Cataluña, no es precisamente la mejor manera de definir lo que pasó hace quinientos años. Sin embargo, es curioso ver cómo los propios catalanes protestan contra la imposición del Decreto de Nueva Planta que no es más que la introducción de la misma legislación Austria que impuso Carlos V a León y a Castilla doscientos años antes de su derrota; cuando ellos defendían el bando austracista. Otra de esas curiosidades irónicas que tiene la Historia.
La autonomía de Castilla y León no tiene 500 años
Por mucho que los Comuneros y la Fiesta de Villalar se quiera vender como la esencia democrática de Castilla y León esto, como los propios hechos de la época demuestran, no es así. No tiene nada que ver, no se puede explicar un ente administrativo creado hace menos de cuarenta años con un hecho de hace cinco siglos como los comuneros. Menos cuando muchos de sus ciudadanos bajo su administración hoy rechazan su existencia; y no sólo critican esta festividad, sino que luchan contra ella, y activamente contra esta autonomía. Como si la Junta fuera un monarca absoluto, despótico y extraño (que no extranjero porque españoles somos todos) a su identidad leonesa.
Quizás la única explicación que sí podría tener algo de rigor histórico –lo que se puede hacer en un artículo de prensa, por largo que sea– intentando evitar el presentismo y el sesgo de confirmación puede ser: “La revuelta comunera fue otra de tantas situaciones en la Historia en la que el pueblo se vio manipulado por una élite política que lo utilizó para conseguir sus propios intereses y venganzas. Unos líderes que apostaron tanto por seguir adelante en contra de toda lógica política que no quisieron volverse atrás y llevaron la situación al más absoluto desastre provocando la extinción del pionero sistema foral de derechos cívicos que surgió en la ciudad de León cinco siglos antes”.
Similar al 'procés', pero no lo mismo. No debería valer esta comparación para explicar lo sucedido hace quinientos años con rigor, aunque las dos situaciones se parezcan como dos gotas de agua. Sobre todo porque Carlos V no se quedó quieto como Mariano Rajoy.