Un beso, quizá el único, para Triana Martínez

La funcionaria de Diputación que mantuvo contacto con Triana a pesar de dejar de trabajar en el Palacio de los Guzmanes.

C.J. Domínguez

Por la sala de vistas de la Audiencia Provincial de León hoy voló un beso. Un beso silencioso, casi furtivo, lanzado por la única mano amiga que se ha acercado a Triana Martínez en el último año y medio, aparte los de mamá, la perpetua mamá. El beso partió de la boca de su Isabel Llamazares, funcionaria como ella en la Diputación de León en los tiempos en los que la joven ingeniera se creía en la cumbre a resguardo de la presidenta a la que después su madre asestó tres tiros a bocajarro. Funcionaria que se trocó en aún más íntima, en “casi una madre” -dijo ella-, cuando Triana dejó el Palacio de los Guzmanes por la puerta de atrás de la humillación y cayó en desgracia de Isabel Carrasco, cuando comenzó lo que ambas coinciden en considerar una persecución personal con saña.

El beso partió de la boca de Llamazares y se lo lanzó con un batir de la palma de la mano. Ya se retiraba del sillón de los testigos, al que Montserrat González, la madre auténtica, esa del corazón duro de hacerlo coraza para defender -hasta la muerte- a su pequeña, se dignó hoy por primera vez dirigir su mirada, por lo demás siempre lejana, siempre ausente, siempre fría.

Le debió ese beso ir directo al corazón a Triana porque sonrió con un rictus tristón, arrugó la cara y lloró. Fue un “te quiero”. Un “ánimo”, Triana, que me acuerdo de ti“. Algo leve, casi imperceptible. Pero enorme cuando se lleva camino de dos años en prisión.

Otros gestos llamativos de la sexta jornada del juicio fueron los de la policía local también acusada, Raquel Gago, especialmente ante la dubitativa, pausada forma de responder del controlador de la ORA, Julio Mozo, un hombre al que le tocó estar en el peor sitio en el peor momento: hablando con quien acabó teniendo -voluntariamente o no- el arma que asesinó a Carrasco. El agente de aparcamiento sufrió ante las preguntas de los abogados y acabó admitiendo que desde donde estaba Gago, ésta pudo ver -sólo pudo- cómo su amiga Triana abría su coche e introducía la bolsa que contenía el revolver. Ante sus respuestas, la agente entornaba los ojos, le miraba una y otra vez y anotaba, anotaba como pocas veces.

Apaguen sus teléfonos móviles

Fue un día de muchos testigos. Y también de bastantes sorpresas. Quizá por eso el público asistente en la sala, que hoy fue inusualmente más numeroso, reía entre dientes e incluso mostraba su admiración en voz alta en ciertos momentos. Hoy como ningún otro día, varios de los asistentes fueron obligados, literalmente, a apagar sus teléfonos móviles. E incluso ocurrió que hoy alguno abandonó la sala sin permiso del juez, que tiene advertido que quien entra a ver los testimonios no -puede salir hasta que no se produzca un receso. “Cierren la puerta y que no salga ni entre nadie más”, recordó algo molesto.

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