La mina y la muerte ante el “año negro” en que Santa Bárbara vuelve a vestirse de luto

“¡Se mataron dos mineros!”. La frase, que podría ser de hace un par de semanas en Cangas del Narcea (Asturias), data de hace 70 años en el Bierzo Alto. Aquilina Adonina Viloria Fernández tiene 85 años. Doni, como todos la conocen en Santa Marina de Torre (Torre del Bierzo), apenas llegaba a los 12 cuando empezó a ir a la mina, de la que volvía muchas veces “llorando”. Y todavía recuerda el día en que estaba cribando carbón en el lavadero y se empezó a arremolinar la gente en torno a una explotación cercana. Su primo Pepe pasó corriendo. “¡Se mataron dos mineros!”, dijo. “Y uno era quinto mío”, añade ahora Doni, que luego padeció la muerte de su hijo Juan Antonio Álvarez Viloria, con apenas 19 años en un accidente, y de su marido, Francisco Álvarez, debido a la silicosis. “Y desde entonces no he vuelto a estar buena”, zanja.

“¡Papá, no nos dejes solos!”. Las frases son así de crudas en las cuencas mineras. El escritor Julio Llamazares hacía de monaguillo en Olleros de Sabero cuando, sin haber cumplido todavía los 10 años, iba en la comitiva del entierro de un minero fallecido. Sus hijos lanzaron por la ventana ese grito desgarrador. “Y yo era otro niño...”, expone Llamazares. “Se adensaba la tarde y la plaza estaba llena de miradas y gestos luctuosos”, escribe Luis Mateo Díez en uno de los capítulos de su novela Mi hermano Antón para recrear la secuencia de cómo varios niños lacianiegos fueron a dar el pésame a la madre de un joven muerto en un accidente. “Y veías cómo un valle se oscurece de manera tremenda”, relata ahora el premio Cervantes de 2023. “En el colegio, en la mayoría de los cursos había algún huérfano de minero”, abre Noemí Sabugal el capítulo dedicado precisamente a 'La muerte y la mina' en su ensayo Hijos del carbón. Y es que “la muerte, por desgracia, es una constante en las cuencas”, señala.

Nacido en Albares de la Ribera (Torre del Bierzo), Hernando Vega González tardó en entrar a la mina. “Fui a trabajar con 25 años en unas vacaciones, y me quedé”, explica. “¿Cómo te vas a meter ahí? La mina es peligrosa”, le advertía su entorno todavía sin sospechar que hasta formaría parte de la Brigada de Salvamento Minero del Bierzo Alto. De Quintana del Castillo, en la Cepeda, procede Máximo Álvarez, que ya tuvo entonces contactos con mineros antes de ordenarse sacerdote y ejercer durante 28 años en Fabero. “La gente ya tenía asimilada la muerte. Y los mineros se casaban muy jóvenes”, cuenta el clérigo, al que luego le tocó oficiar funerales como los de los ocho fallecidos en el accidente del Grupo Río de Combustibles de Fabero (Cofasa) en 1984, tres muertos en el acto y el resto de forma paulatina, un proceso al que tiempo después le puso poesía sentida con un vídeo titulado La muerte vino a la mina.

La muerte ha vuelto a la mina, de manera inopinada en este 2025. Con las explotaciones leonesas cerradas a cal y canto desde finales de 2018 con el fin de las ayudas a la producción, los accidentes se han producido en Asturias, en marzo en Cerredo (Degaña) y en noviembre en Cangas del Narcea. Pero el drama ha golpeado de lleno a la provincia, de donde procedían hasta seis de los siete fallecidos (cinco lacianiegos y un berciano de Torre). “Con el fin de la minería, pensábamos que la única parte positiva era que no iba a volver a haber estas muertes. Y la realidad nos ha despertado de la manera más cruel”, reconoce el alcalde de Villablino, Mario Rivas. “El duelo en las cuencas es colectivo, sin duda”, añade el alcalde de Torre, Gabriel Folgado, que cita la frase de un colega para zanjar el planteamiento de suspender este año las celebraciones de la patrona de los mineros. “En Santa Bárbara se honra a los vivos y a los muertos”. Y es que la muerte está tan interiorizada en las cuencas que su emblemático himno, ese Santa Bárbara bendita que volverá a entonarse este jueves 4 de diciembre, se basa en un accidente que se cobró en 1949 hasta 17 vidas en el asturiano Pozo María Luisa.

No existe el riesgo cero, pero tampoco la responsabilidad cero. No me gusta la idea de la fatalidad porque eso exime de responsabilidades. Y no me gustan frases como la de que 'la mina se cobra su tributo'

Los niños de las cuencas mineras se asoman a la muerte a edades a las que en otras latitudes esta trata muchas veces de enmascararse. Luis Mateo Díez creció en Villablino en plena posguerra. “Yo tengo la sensación de haber sido un niño familiarizado con la muerte”, apunta el autor al evocar aquellos tiempos de presos en el calabozo de la Casa Consistorial y huidos en el monte, a los que se sumaban “los fogonazos de accidentes terribles”. “Son de las muertes más crudas y crueles”, cuenta al reconocer un “estremecimiento infantil” ante un contraste que también dejó por escrito en el capítulo citado de Mi hermano Antón: “Cuando el silencio recobrase el espesor de la muerte, reventarían en la cima de los montes los cartuchos de dinamita que extinguirían definitivamente cualquier eco que no fuese el de las explosiones que despedían al compañero fallecido en el fatal accidente”.

Julio Llamazares recuerda otros ruidos y secuencias que disparaban las alarmas en las cuencas: el “sonido de la sirena” y “los gritos de las mujeres cuando pasaba antes de tiempo la Chivata (la furgoneta) y la gente empezaba a correr hacia el pozo de la mina”. El escritor, que ha puesto por escrito parte de esas impresiones grabadas en su memoria en textos periodísticos y libros como Escenas de cine mudo y que cita el largo listado de fallecidos en accidentes sólo en la cuenca de Sabero que corona el vídeo de Carlos García Kubala Las casas de los mineros, apunta dos factores que agravan el dramatismo en el caso de las muertes mineras: por tratarse de accidentes “inesperados” y por afectar a “hombres jóvenes”. Si el siniestro está asociado a los sonidos, “el silencio y el sobrecogimiento” imperan en las despedidas. “Los entierros de mineros son los más emocionantes y emotivos que yo he vivido”, destaca.

“Los entierros son bestiales. Participa todo el mundo. Hay mucho dolor en toda la cuenca. Y a veces acude gente de otras zonas. Hay una muy buena unión en el sector”, coincide Hernando Vega González, que cita participaciones en labores de rescate que terminaron con muertes en Igüeña y La Silva. ¿Cómo se recupera uno de esos trances? “Los mineros tienen esa fortaleza. Y a los dos días ya estás trabajando con normalidad”, responde quien acabó ejerciendo como vigilante de primera y, apenas unos meses antes de prejubilarse, se quedó atrapado cuando procedía a desmontar el cabezal de un panzer en el Pozo Malabá de Torre del Bierzo. Él mismo se vio en el otro barrio. “Yo no perdí la consciencia, pero sí dejé de sentir dolor. Y estuve un mes de baja”, relata.

La minería es “una actividad peligrosa”, dice como punto de partida Noemí Sabugal para a continuación precisar: “No existe el riesgo cero, pero tampoco la responsabilidad cero. No me gusta la idea de la fatalidad porque eso exime de responsabilidades. Y no me gustan frases como la de que 'la mina se cobra su tributo'. Ante un accidente en la construcción, nunca decimos 'el andamio se cobra su tributo'”. 2025 ya es “un año negro”, máxime al tener en cuenta “las poquísimas explotaciones” que existen. “Y, por eso, siete muertes es un porcentaje altísimo, más propio de otros tiempos”.

Eran otros tiempos cuando Doni trabajaba en lavaderos de carbón. “Lo hice de niña, de casada y de viuda”, cuenta. De niña tenía que sorberse las lágrimas por las penalidades de un trabajo duro, impropio para esas edades. Luego tuvo que regresar al tajo para contribuir a la economía familiar tras las muertes que la golpearon, en directo la de su hijo por un accidente y en diferido la de su marido por la enfermedad respiratoria de la silicosis. Y es que los años de mina dejaban secuelas físicas. “Yo”, dice Luis Mateo Díez, “me acuerdo de ver heridas mineras en manos y piernas. Y tenían una cicatrización azulada”.

Hay una sensación terrible de vacío por cómo se hizo la liquidación de la minería. Fue una liquidación excesiva y con pocos miramientos. El proceso es discutible. Y que cierre la minería como sector y siga habiendo muertes es terrible

Llamazares, que se había ido a los 12 años a estudiar a Madrid, ya hacía carrera periodística y literaria en la capital cuando a finales de los ochenta fue enviado por la revista El Globo a hacer reportajes sobre una sucesión de accidentes mortales en la minería leonesa. “Y me encontré un poco de todo”, apunta para citar sucesos ocurridos en chamizos de dudosa legalidad, muertos trasladados fuera de la explotación para eludir responsabilidades y otra frase que se le quedó grabada, la de un capataz en Fontoria (Fabero) respondiendo a la pregunta de qué haría para evitar o reducir la siniestralidad en el sector. “Quitar los lunes”, le contestó sobre lo recurrentes que eran las imprudencias tras el fin de semana. Sin ir más lejos, al accidente del pasado marzo en Cerredo ocurrió un lunes.

El autor de La lluvia amarilla, que viene de recrear en El viaje de mi padre el trayecto que hizo su progenitor durante la Guerra Civil, compara estos últimos sucesos fatales con los estertores de un conflicto. El sacerdote Máximo Álvarez también tira de la analogía bélica para describir cómo las cuencas naturalizaban lo extraordinario. “Era como los países en guerra: desgraciadamente, se acostumbraban a las muertes”, señala quien se recuerda en las homilías de los sepelios tratando de lanzar dos mensajes: uno “humano” recalcando “la importancia de la seguridad” y otro tratando de “dar esperanza”. Álvarez se implicó también en dar respuesta a la reconversión. “Eso me costó amenazas e incomprensión”, dice para emparentar “la denuncia de una injusticia” con “la doctrina social de la Iglesia” en una cuenca en la que encontraba complicidad y retroalimentación: “Y muchos de los feligreses eran mineros en activo”.

A los dos accidentes mortales se ha sumado este 2025 la polémica sentencia absolutoria por la muerte de seis mineros de la Hullera Vasco-Leonesa por un accidente ocurrido en 2013 en el Pozo Emilio del Valle de la cuenca del Gordón. “Una sentencia que llega 12 años más tarde es injusta, sea a favor o sea en contra”, remarca Julio Llamazares. “Parece que sólo hay casualidades y no responsabilidades”, insiste Noemí Sabugal para determinar que ese pronunciamiento judicial “añade sal sobre la herida” de un sector castigado.

Y es que el sector también sufrió su propia muerte. El paralelismo se entronca en la biografía de David Álvarez, que padeció el cierre del Pozo Salgueiro en Santa Cruz de Montes (Torre del Bierzo) para dar por finiquitada la minería del carbón en El Bierzo en noviembre de 2018 y falleció en Cerredo en marzo de 2025. “Él decía que le gustaba el trabajo en la mina. Y logró volver a la mina”, indica Gabriel Folgado, que creció con “la suerte” de que la muerte no tocara a sus familiares directos, que rodó como cineasta el documental Paisajes interiores cuando ya “se intuía” el final del carbón y que ya ejercía como alcalde de Torre cuando se echó el candado al sector: “Ha sido una agonía muy larga. No se vive con dramatismo, pero sí con tristeza. Se acabó con una forma de vida, que era muy dura, pero era un modo de vida”.

Hay en las cuencas una manera diferente de entender la vida, la muerte y los derechos laborales

Su homólogo en Villablino, Mario Rivas, expresa la “rabia” de su cuenca por condenar a los jóvenes “a jugarse la vida” por “no dar una alternativa real para quedarse en su territorio”. “Hay una sensación terrible de vacío por cómo se hizo la liquidación de la minería. Fue una liquidación excesiva y con pocos miramientos. El pasado parecía que no tenía demasiada importancia. Y se laminó el sector en zonas que fueron de las que más contribuyeron a la riqueza del país. El proceso es discutible. Y que cierre la minería como sector y siga habiendo muertes es terrible”, analiza Luis Mateo Díez, que ya en marzo 1992 escribió en El País el artículo titulado La mina o la nada mientras centenares de mineros caminaban desde Laciana hasta Madrid en lo que fue la primera Marcha Negra.

Sigue grave el minero muerto ayer. Julio Llamazares aprovechó unos meses antes, en diciembre de 1991, una célebre errata en la prensa leonesa para titular un artículo en El País y hacer otro simbolismo con el estado de salud del sector, sometido durante años a continuas reconversiones hasta su final. La minería llega a la Santa Bárbara de 2025 con siete muertes y una sentencia absolutoria. Mario Rivas, que considera que el accidente de Cerredo “retrotrae a los años más oscuros de la minería”, afronta la festividad de la patrona desde una triple vertiente: tener a los muertos “en el recuerdo”, “entender lo que supone la minería” y subrayar “lo positivo” tanto en su aportación al desarrollo económico como en su condición de vanguardia para la creación de una “conciencia social reivindicativa”. “Hay en las cuencas una manera diferente de entender la vida, la muerte y los derechos laborales”, sentencia el regidor lacianiego.

A Doni la mina le llevó a sus seres queridos. Pero el sector sigue siendo fuente de conversación incluso con una vecina que también sufrió la pérdida de un hijo. “Si no hubiera accidentes, yo querría que funcionaran las minas. Nos dejaron buenas casas levantadas y buenas pagas”, señala esta vecina de Santa Marina de Torre que volvía llorando del tajo de niña y que ahora, a los 85 años, celebrará Santa Bárbara “en un valle de lágrimas”.