Sin rastro de la muralla de Ponferrada

El arqueólogo Rodrigo Garnelo, junto a María Teresa Rodríguez, nieta de los últimos inquilinos de la casa de la plaza del Temple que se ha derruído, y en la que estaban adosados los restos aparecidos de la Puerta del Comendador en la antigua muralla de entrada a Ponferrada. / César Sánchez / ICAL

V. Silván/ ICAL

El derribo de la casa de piedra de la plaza del Temple, adosada al último pilar en pie de la antigua Puerta del Comendador, abría esta semana la puerta a encontrar algún resto o vestigio de la muralla que cercaba a la Ponferrada medieval siglos atrás. Unos trabajos de demolición con seguimiento arqueológico ante la posibilidad de un nuevo hallazgo que permitiera arrojar luz y más información sobre su trazado, pero que finalmente han concluido sin rastro de la cerca.

“No hay nada”, reconocía el arqueólogo Rodrigo Garnelo, encargado del control arqueológico al que obliga la ubicación de esta vivienda en el corazón del conjunto histórico-artístico de Ponferrada, que es Bien de Interés Cultural (BIC) desde 1976. Se desvanecía la pequeña esperanza de que un tramo de la muralla estuviera bajo esta casa, alentada por otras intervenciones arqueológicas realizadas en el casco antiguo y la evidencia de los restos de una de las cinco puertas con las que contó la cerca desde la Edad Media.

Aunque las escasas excavaciones realizadas en esta zona de la ciudad -exceptuando las del castillo de los Templarios- no han generado mucha información, sí han resultado relevantes los restos encontrados en la calle Carnicerías y los hallazgos en la iglesia de San Andrés durante unas obras de restauración en el 2007, que sacaron a la luz un muro paralelo de dos metros que, según el historiador Vicente Fernández, pertenecía a la muralla. “Lo identifica como el mismo que se halló en 1858 al construir la torre situada a los pies del templo y dice que se mantuvo en pie hasta 1882”, explica.

Así, también influyó en esta expectativa la intervención en un solar en la calle Gil y Carrasco, justo al lado del templo. En esa intervención arqueológica no se encontró la muralla, pero sí restos de material de derrumbe que llevaron a los arqueólogos a pensar que los cimientos de la muralla discurriesen por la travesía del Temple -una pequeña y estrecha calle que comunica la calle Gil y Carrasco con la plaza donde se ubica la casa-, pero no pudieron confirmarlo.

“Podría ir por el medio de esa calle, sabemos que la puerta tenía una torre encima y que tenía que ser una estructura bastante más grande de los que vemos ahora”, cuenta Garnelo, que cree que la cerca podría “hacer algún quiebro”, dada la ubicación de la puerta, la iglesia de San Andrés y la albacara del castillo -una especie de recinto amurallado en la parte exterior de la fortaleza-, con la que tendría que empalmar el muro. Así, el trazado exacto y completo de la muralla de Ponferrada no está del todo claro, con varias hipótesis.

El trazado

Uno de los trazados que tiene un mayor reconocimiento es el que expone el historiador Vicente Fernández en el libro 'Ponferrada Monumental', por ser el único estudio amplio y detallado existente. Desde la puerta del Reloj, la cerca seguía la calle Carnicerías hasta enlazar con la puerta del Paraisín, que fue demolida en los años 40, para seguir en línea recta por la plaza de la torre de San Lorenzo y girando al oeste en la travesía del Temple, coincidiendo con la finca en la que se encuentra la casa, culminando en su esquina, donde se abría la puerta del Comendador -también llamada del Cristo o de San Lorenzo-.

Desde ese punto, continuaría hacia el castillo, dejando extramuros a la iglesia de San Andrés y, a diferencia de otros autores que han estudiado el trazado de la muralla, para Vicente Fernández la cerca no enlazaba aquí con la fábrica del castillo, sino que lo englobaba en su interior, situando en este punto una puerta de la cerca que no recoge nadie más, enfrontada a la del castillo, denominada de puerta la rúa del Boeza. Desde la esquina noroeste del castillo, su muro delimitaba la pendiente hacia el río hasta enlazar con la puerta de Las Nieves.

“Esta es la parte más conflictiva”, advierte Garnelo, que explica que también mientras Fernández sitúa esta puerta, más o menos, en la confluencia de las calles del Rañadero y del Mirador, otros autores como Justiniano Rodríguez la sitúa calle arriba, casi en la plaza de la Encina, o Avelino Gutiérrez, que se va a la parte baja de la calle del Rañadero, cerca ya del puente de la puebla. Su recorrido enlazaría entonces, según el trazado de Vicente Fernández, con la tapia del convento de la Concepción -uno de los escasos tramos conservados en la actualidad- hasta cerrar su perímetro en la puerta del Reloj.

Este historiador explica que cada puerta contaba son su torre y señala, al menos, otras tres torres más en la cerca que serían la de Columbrianos -en la esquina noroeste de la muralla-, la de Santo Tomás -en la ribera del Sil- y la de Pedro de Castro -que podría ser la torre de San Lorenzo y que da nombre a la plaza que lleva este nombre-. Así, la casa derribada descansaba sobre el pilar que se conserva de la puerta del Comendador, que fue reedificada en el siglo XVI y se conservó su arco hasta 1841, cuando su deficiente estado llevó a Antonio Valdés y Barrios, propietario entonces de esa vivienda, a solicitar su derribo y desmontaje.

La memoria de una casa

La casa de la plaza del Temple, también conocida como casa de 'Los Chatos', estaba prácticamente en ruinas tras cerca de medio siglo deshabitada y abandonada, guardando entre sus paredes muchas historias y recuerdos. Algunos de esos recuerdos se despiertan en María Teresa Rodríguez, mientras ve como desaparece la que fue la casa de sus abuelos, unos de los últimos habitantes de esta vivienda, junto a uno de sus hijos, el 'tío Manolo', dice ella, Manuel Fernández Voces. “Mi abuelo era José Fernández Macías y mi abuela era Florinda Voces. Ellos compraron la casa y se vendrían a vivir aquí a principios del siglo pasado”, recuerda.

A su memoria llegan imágenes de cuando la calle del Comendador era la calle del Cristo, cuando bajaba desde la casa de sus padres en La Obrera a ver a los abuelos, cuando pasaba ratos en su gran huerto o cuando pasaban las procesiones por su puerta. “Me da mucha pena porque recuerdo a mis abuelos y todas las vivencias”, confiesa María Teresa, que asegura que era “una casa muy alegre” para “una familia grande”, ya que José y Florinda tenía diez hijos. “En mi familia se cantaba mucho pertenecían al coro de la basílica de la Encina y también hacían teatro en un tiempo en que Ponferrada era pequeñita y en La Puebla había poca cosa”, cuenta.

Era una casa grande, con bodega y huerta, en la que cultivaban de todo. “Eran de las típicas familias bercianas”, apunta, mientras recuerda además que su abuela vendía la simiente del pimiento. “Teníamos unos pimientos del Bierzo, de esos que pica, buenísimos”, recuerda la nieta, señala a la higuera que todavía sigue en pie, mientras que echa de menos al “hermoso cerezo”, que en tiempo estaba en el centro de la finca y que se murió poco después de que fallecieran los abuelos. “Cuando ellos murieron, mis tías hicieron una hoguera al lado del cerezo para quemar cosas viejas de la casa y murió con ellos”, rememora María Teresa, segura de que sus recuerdos sí seguirán vivos, aunque esos muros de piedra ya no estén.

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