Una opinión muy personal
El Reino de León, vístase como se vista desapareció como entidad aparte hace 835 años. Se puede argumentar en contra que mantuvo sus Cortes y cierta normativa propia durante algún tiempo más, e incluso existió de forma nominal cuando algunos reyes de España incluían en su nómina de títulos los territorios agrupados bajo una misma corona y entre ellos figuraba, como no podía ser de otro modo, el Reino de León. Más allá de estos premios de honorífica consolación. No hay nada más. Antiguas costumbres, historia, folclore y la sensación laxa, muy laxa de haber pertenecido a una realidad extinta.
Soy consciente de que más de un lector, entre los más recalcitrantes apologetas de los réditos que podría acarrear nuestro pasado regio para alcanzar el autogobierno, me estarán conjurando los huesos si acaso no me han tildado de traidor u algún otro calificativo peor. Bien, en defensa de mis tesis voy a comenzar con dos argumentos de peso, irrefutables creo yo. El primero es que por más voluntad que se ponga, no se me podrá negar que un reino sin rey propio es, a lo sumo, una posesión descabezada inmersa en un universo superior que con suerte reconoce su pretérito, no así su presente, menos aún su futuro. Una ficción en suma.
Mas por si esta razón no alcanzara, vamos con la segunda: por más reconocimientos fingidos que se nos pudieran tributar en un principio –un dilatado espacio de tiempo que nos han concedido hasta que la llama reivindicativa se dé por extinguida– carentes de representación oficial y sobre todo de hacienda propia, convierte a cualquier entidad, máxime un reino, en una pura entelequia. ¿Gobernamos los recursos de León? ¿No, verdad? ¿Entonces qué proyectos vamos a emprender? Todo se lo regalaron nuestros gerifaltes a Castilla en 1983 al ente castellano: vidas, hacienda, historia. Careciendo de recursos económicos para emprender cualquier maniobra, toda propuesta son fuegos de artificio, trampas al solitario para escamotearnos la falta de poder decisorio.
El asunto va más allá
Reconozco que mi querencia republicana pueda resultar lesiva para entusiastas irreductibles de cetros y coronas, pero el asunto va más allá y tiene tantos matices que corroboran el exiguo capital que el Reino de León supone para nuestro empeño autonómico, que estremece el mero hecho de enumerar los más importantes como pueden ser: deslavazado secular del sentimiento de pertenencia a un mismo proyecto, desconexión y falta de unidad entre los sucesores y herederos en Zamora, Salamanca y León. Asturias renunció a sus derechos regios, con innegables lazos de sangre con León y prefirió seguir siendo un Principado.
Pero aún hay más, las tan pregonadas Cortes Leonesas fueron consecuencia de hacer de la necesidad virtud, dada la precariedad de las arcas que recibió Alfonso Nono. Por otro lado, los reyes de León, como casi todos los reyes del resto del mundo, nunca han sentido una desmedida pasión por el bienestar de sus súbditos. Desprenderse de posesiones como Miranda de Douro y las demenciales particiones territoriales de Alfonso VI y Alfonso VII entre sus hijos, así lo corroboran. A mayor abundamiento, las renuncias de Sancha y Dulce a sus derechos dinásticos es la prueba inequívoca de cuanto hemos dicho. La reina Urraca, por interés propio, exhibió otro proceder.
Pero porque no sea todo negatividad y pudiéramos ser acusados de señalar el mal pero no su remedio, señalaremos en nuestra opinión cual es la mayor aportación que el Reino de León puede hacer a nuestra pulsión por alcanzar la Autonomía 18, al margen –margen total– de Castilla. Como la figura de un rey sería un anacronismo trasnochado, se precisa de representantes salidos de las urnas –la Cuna del Parlamentarismo obliga– y otro tanto se podría decir de la hacienda propia de nuestro País Leonés porque si no se dispone de recursos propios todo serán proyectos etéreos, todo castillos en el aire.
El Reino de León ha de ser como aquel manto de color púrpura del rey de Tiro cuya intensidad cromática abrumaba a otros monarcas al hacer palidecer el resto de mantos reales. El Reino de León ha de ser el espejo en el que se miren (nos miremos) los leoneses actuales hasta igualar o superar lo que hicieron nuestros antepasados. Sí, sí, los antepasados míos y los de cuantos estén leyendo o dejen de leer este artículo.
Si no somos capaces de igualarnos con nuestros predecesores todo esfuerzo será baldío, si por el contrario podemos llegar a ser dignos émulos, la autonomía sería el premio. Pero pensar en adquirir la condición de Comunidad aparte sin aportar absolutamente nada de nuestro peculio actual, queriendo pagar el peaje con el óbolo de lo que afanosamente reunieron unos leoneses de hace 835 años es, además de una inmoralidad, un gesto de cobardía. Hay muchos, pero muchos leoneses a los que el concepto de León, como entidad política, les tiene sin cuidado y no vacilarán en zancadillear al resto si con ello obtienen beneficios, para ellos León es el pesebre donde llenar la andorga o promocionarse.
Despertar de sueños regios y arrimar el hombro
Así pues, es bueno despertar de sueños regios, arrimar el hombro, esforzarse –escribir en redes sociales, lanzar soflamas incendiarias, enardecer ánimos ajenos sin participar o hacer ondear muchas banderas de León, ayuda pero no es el camino – y excluir de la ecuación personajes fraudulentos que ni han demostrado ni demostrarán nada. Se precisa gente leal que pueda acreditar a diario su lealtad, que genere confianza, tener al Reino de León como patrón, no como moneda. Precisamos de coherencia, de erradicar egos y el individualismo. Reunir un cuerpo social hoy maliciosamente desintegrado y por sobre todo, afán de lucha.
Y aunque nunca se repara en ello, tener en el horizonte disponer de una hacienda propia. ¿Cómo se hace esto último? No lo sé, sólo sé que estamos huérfanos de recursos y si León no llega a patrocinar su crecimiento y su desarrollo con fondos propios, ni somos Reino ni seremos autonomía. Hoy los únicos recursos en manos leonesas, aunque eficazmente tutelados por la Junta de Castilla y León y los partidos que se disputan el Palacio de los Guzmanes, están en manos de la Diputación, que dista mucho de ser el primer bastión por León. La Diputación podría ser el sustituto del Reino de León en la actualidad, pero me temo que tal empresa desborda todas sus capacidades y todas sus aspiraciones.
Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata