Una tragedia estadística

Los peligros de la democracia son muchos.

Como uno ya no va para joven, se puede permitir ciertas viejas preguntas que hoy parecen superadas, pero que no lo están en realidad. Venga, vamos a echarle ganas y empezar por una realmente chunga:

¿Qué es la democracia, un fin o un medio?

Se supone que el fin el es desarrollo de los pueblos y las personas, o su felicidad, como les gusta escribir a los americanos que redactan constituciones, por aquello de poner en negro sobre blanco un término piruletero. Se supone que el fin es la prosperidad, la igualdad de oportunidades y el desarrollo de las personas, y que la democracia es un instrumento para lograr esos fines.

Pero claro... luego llegó Lenin (¿No os acojona que yo cite a Lenin?) y dijo que la libertad de opinión era en realidad la libertad del dueño de la imprenta (o del blog con pretensiones, verbigracia), y vino luego Spengler a decir que la democracia era el gobierno de quién tenía capital y medios para comprar la opinión pública, y quedó un poco menos claro eso de qué coño podía ser la democracia fuera de la caverna de Platón y el mundo de las ideas. Porque cuando Spengler y Lenin, un conservador alemán y un revolucionario ruso, dicen cosas tan parecidas, entonces hay que pensar que pasa algo jodido. Pero muy jodido.

Y ahí nos encontramos aún: exigiendo democracia para pueblos que no la pueden gestionar, o pensando que nosotros podemos gestionarla de una manera razonable cuando la irrupción de internet ha hecho que no valga la pena convencer de nada al 25% más formado, y que lo óptimo es comer la cabeza al 40% con menos formación. Las matemáticas son así de hijas de puta y la democracia se alimenta de matemáticas, y de estadísticas, por más que nos empeñemos en repetir que se nutre de valores y de ética.

Cada cultura, supongo, tiene sus respuestas a los desafíos sociales y medioambientales que su entorno le plantea. Y la democracia es una respuesta más, u otra ilusión óptica. Podemos actuar en nombre de la democracia, exigiendo a los demás que se comporten conforme a sus normas? Seguramente podemos, pero no somos más justos que el esclavista o el colonialista de otros tiempos, esa gente que no comprendía más cultura que la suya.

Porque hasta ahora, el problema de la media era sólo un problema teórico, pero con el big data y la sociedad de la información el problema pasa a ser práctico, y tiene tres premisas:

  1. La mitad de la población, aproximadamente, está por debajo de la inteligencia media.
  2. Convencer de lo que sea al que es medio tonto es más fácil y barato que hacer lo mismo en una escala intelectual superior.
  3. Con la mitad inferior, tienes votos suficientes para gobernar el país entero.

¿Para qué iba nadie, en esas condiciones, a elevar la calidad intelectual de sus premisas?

He ahí nuestra tragedia. Nuestra idiocracia puesta en cifras.

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