Sólo los pobres roban a diario

Un manojo de billetes de euro, según una interpretación de una inteligencia artificial.

Los honrados van aparte. Los hay, incluso en un país en el que no es ladrillo es ladrón, como decía Quevedo en una de esas inolvidables sátiras suyas.

El caso es que eso de tener que ser un manguta a diario es sólo para pringaos. Da igual si te dedicas a robar bolsos, a menudear con sustancias fecales o a negrear facturas como autónomo de mierda. Sólo los pobres y los pringaos roban a diario, convirtiendo tan noble arte en algo tan cutre y tan cotidiano como el champú o el cepillo de dientes.

Los que saben, y sobre todo los que valen, roban de una vez para toda la vida, y luego dan lecciones de moral por bares, pasillos y cenas. Los que saben, te dicen: “Yo no he robado un euro en mi vida”. Y es cierto, coño, porque invariablemente roban un euro, y miles, pero en la vida de los demás. En la suya nunca.

Los que saben, los que valen, los que dan ejemplo, trapichean una oposición, se sacan una plaza vitalicia y les basta con ese pequeño desliz para tener una larga vida honrada y productiva, sin necesidad de bajarse del pedestal como no sea para portar una antorcha contra el resto en algún aquelarre de dignidad reconcentrada.

Los que saben, los que valen, apañan una interinidad para estirarla hasta convertirla en plaza, y matan a quien se la dispute, porque no hay derecho a que los manden examinarse cuando ya llevan diez años con el pezón público entre los dientes. Pero no son chorizos: son gente de bien.

Los que saben y dan lecciones de moral política, son a veces, a menudo, profesores universitarios que se presentaron ellos solos a su plaza, cuando la convocaron, casi con su nombre. ¿Pero eso fue en 1994, verdad? Y desde entonces no necesitan buscarse la vida. Porque buscarse la vida es de pringaos y el que no oposita es porque no quiere, sobre todo a esas plazas a las que no se presenta nadie más.

Los que saben más aún, ni siquiera pastelean con un empleo público o una corona. Se quedan con las carteras de clientes de los despachos profesionales de sus padres, que ya las heredaron de sus abuelos, creando inamovibles dinastías de abogados, arquitectos y gerentes, cerrando al paso a cualquier bobo advenedizo que crea que puede tener un despacho similar con estudio y esfuerzo.

Como veis, hay cien niveles, y ni siquiera he hablado de los que, cien años después, siguen viviendo de los sablazos de sus bisabuelos. O de sus crímenes. O de sus atracos. En los noventa conocí a una chica que iba a pagar la entrada del piso con unas monedas de oro que había en casa, ¡Desde el siglo XIX! Oficialmente eran ahorros, pero todo el mundo en su casa sabía que procedían de un soborno en Filipinas. Y lo jodido es que va en serio.

Después de ese ejemplo... ¿Qué más se puede decir? Que a diario sólo roban los pringaos. Que dios nos libre de los que les basta con robar un par de veces en toda su vida... y si son menos, peor aún.

Y que se vayan a la mierda con sus moralinas, por cierto.

Etiquetas
stats