«Me escapé de casa a los doce años, doce años y medio, trece años, trece años, trece años y medio, catorce años, catorce años y medio y catorce años y tres cuartos. La Guardia Civil me devolvió a los brazos de mi madre y al cinturón de mi padre en todas las ocasiones menos en la última». Esta cita o poema o letra de canción o lo que sea no sé si es mía o la leí alguna vez en algún sitio. Lo digo en serio. La he buscado en tres idiomas por todas partes sin éxito. Le daré la autoría a Rimbaud o a cualquiera de sus copiones con muchísimo gusto si alguien me revela su origen. La amenaza de las inteligencias artificiales, hinchada por su dueño, que teme más bien a la inevitable competencia, a mí me da la risa. No se puede originar material nuevo. Lo decía Kant con los juicios. Llevo conviviendo con los pastiches (como con el que empecé este texto) desde los sórdidos fotomontajes de El Papus. Todo lenguaje es un sistema de citas, nada más artificial, por tanto. No considero una herramienta que revuelva imágenes o palabras como algo terrible, sino como algo aburrido. Solo movemos bases de datos. Si tus datos consisten (como los de una joven escritora española) en las palabras mesa, silla, perro, gato, abuelo, abuela, papá y mamá los resultados serán previsibles. Es tan posible (sencillamente no se puede dar) que una inteligencia artificial cree algo original, articulado y maravilloso como que lo cree Mañueco. O como ver una cama hecha en una película francesa. O a Iggy Pop con ropa por encima de la cintura.

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