Me irritan las frases hechas, me irritan las anáforas y me irritan hasta las catáforas. No digamos ya si en las anáforas (o catáforas) se suceden las frases hechas. En español tenemos demasiadas. Uno puede tomar cualquier tema con la senda marinera de luces barloventas y navegar a todo trapo aprovechando ola y marea hasta ahorcarse uno con el cabo de Hornos o el de mesana. O seguir la derrota de lo taurino y trastear desde la barrera y marearse a verónicas y matar recibiendo. A ver, que explico lo de la anáfora: el tropo (o truco) consiste en fijar una palabra o frase al principio y repetirla una y otra vez con diferentes terminaciones, como la lotería. Se puede ensuciar más todavía la añagaza añadiendo luego la corra de clichés que se le ocurran al artista sobre el así me siento o así te echo de menos. Si quieren un ejemplo busquen en todas las canciones de cantautores españoles. La catáfora consiste en lo mismo, pero poniendo el así te echo de menos una sola vez al principio y ya. Suena solemne o bíblico, pero es simplemente monótono. Reprochaba Borges a un poeta que utilizase el todo el santo día para preguntarse sobre la utilidad de unas mujeres o no sé qué. Lo de el santo día, afirmaba, en el sentido de dilatado e improductivo, era brillante, pero no era suyo. El castellano, repito, es riquísimo en proposiciones previamente manufacturadas y gastadísimas. Echo de menos tonto con avaricia, echo de menos los santos días, echo de menos las rosas que son rosas que son rosas, echo de menos los cambios de rasante y las luces de cruce, echo de menos las malas lenguas y la lengua larga y la lengua a pacer y la lengua afilada (que a mí solo me ha servido para hacerme heridas en el paladar) y echo de menos utilizar estas putas anáforas. Pero no se vale. O no debería.

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