La gran cena

Cena de Nochebuena.

Llega la Nochebuena, la gran cena familiar con la que los países católicos conmemoramos el nacimiento de Jesucristo en Belén, una celebración que fue instituida por la Iglesia en el año 354, durante el papado de Julio I. Como toda tradición, sea cristiana o laica, la elección de tan ilustre fecha tiene su origen en algo más terrenal, en su coincidencia con las celebraciones paganas que se realizaban durante el solsticio de invierno, la noche más larga del año y el momento en el que empezaban a aumentar las horas de luz diurna.

Olvidándonos del aspecto religioso, la cena de Nochebuena adopta diferentes formas de celebración según sea el país del que hablamos. Aunque siempre encontramos algo en común: se festeja en familia, se come copiosamente y se acaban repartiendo regalos entre los comensales. Los rusos, por ejemplo, suelen ayunar hasta la hora de la cena. En Inglaterra no suele tener tanta importancia y suelen estar más ansiosos por que llegue el Boxing Day. En Italia tienen la costumbre, heredada de la práctica católica romana de abstenerse de comer carne en la víspera de Navidad, de servir siete platos de mariscos diferentes. Además de, por supuesto, una buena fuente de pasta. En China, un país que no es heredero de la cultura cristiana, lo que hacen es salir a comprar regalos como locos, y el volumen de ventas en esa fecha suele ser el más alto de todo el año. En los países del cono sur comienza el verano, y además de vivir la noche en pantalón corto, en sus cenas suelen abundar ensaladas y productos más frescos. Aunque en Argentina, sea verano o invierno, cualquier excusa siempre es perfecta para degustar un buen asado. Y, para terminar este somero recorrido por el planeta, los islandeses tienen la hermosa costumbre de intercambiar libros durante la tarde y posteriormente pasar la noche leyéndolos.

En nuestra querida patria ibérica nos juntamos con la tribu más íntima, la familia, para beber y comer como si no hubiera un mañana. Y durante la cena los niños observan incrédulos como los adultos nos abocamos a los excesos, como la tía Angelita se arranca a cantar por soleares, el tío Agustín cuenta algún chiste verde o el primo Carlos, que ya estudia en la Universidad, hace lo único que le pidieron por favor que no hiciera: sacar el tema de la política en mitad de la cena y en mitad de este país tan beligerante cuando opina como solidario cuando toca arrimar el hombro. Y también vemos cómo a la abuela se le dibuja una sonrisa melancólica y triste al llegar los postres, al recordar al abuelo que ya no está con nosotros. Porque entre tanta alegría, impostada o no, siempre se cuela un pequeño resquicio de tristeza en la velada, siempre tenemos tiempo para recordar a los que se han ido, siempre acude a nuestro espíritu la incomoda certeza de sabernos tiempo, de sabernos un año más viejos.

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