Experiencias cercanas al deporte

10032024 Rodera    10 de marzo de 2024   ILEON

Como con el resto de actividades humanas mantengo una relación rara con el deporte que, en efecto, es lo único que nos diferencia de los animales. El lenguaje, el sentido del humor y la utilización –y consumo– de cacharros lo compartimos hasta con los gusanos de seda. O el sentido de la historia, la asimilación o celebración de la muerte o la justicia. Pero somos la única especie que se ejercita a sabiendas. Porque quiere. Aburriéndose. Puedes entrenar a una bestia –lo hacemos todo el rato con perros, caballos, delfines, niños pequeños o cantantes ligeros–, pero nunca el bicho se pondrá a hacer dominadas por su cuenta no importa cuántos golpes haya recibido –o electrodos le hayan colocado– en la cabeza. ¿Nos convierte esto en seres superiores? Echemos un vistazo a los deportistas: Platón era un entusiasta del ejercicio. De hecho se llamaba Aristocles y lo de Platón –o de anchas espaldas– se lo puso… ¡su profesor de gimnasia! Curiosamente –o no– Platón era facha, al igual que muchos de los atletas de nuestro tiempo. Nótese que ya que no sé muy bien qué conclusión sacar de todo esto –ni de ninguna otra cosa–, pues desbarro. Mi experiencia personal sobre el deporte –tema sobre el que incluso he escrito un libro– es que funciona de la misma manera que cualquier otra droga: estimulante en pequeñas cantidades e idiotizante o embrutecedor en dosis masivas. Disciplina y repeticiones son verbos indisolubles del ejercicio físico que, en teoría deberíamos practicar –otro monótono término asociado a la actividad– sin querer o mientras pensamos en otra cosa: comer, sumergirnos, colgarnos de las ramas de los árboles, copular… Platón hablaba de los cuerpos en el sentido de cárceles del alma. Así que es normal que tratase de mejorar tales aposentos, supongo. ¿Debemos frecuentar el gimnasio de nuestra prisión carnal? ¿O su biblioteca? ¿Debe constituir nuestro deber convertir la indisoluble envoltura de nuestro pensamiento en un templo? ¿O es moralmente aceptable su trueque o muda en un acuapark? ¿Se razona mejor dándole incesantes meneos al líquido linfático? Platón creía que sí. Stephen Hawking era listísimo y solo movía los párpados. Ah, como dicen los periodistas malos, son más las preguntas que las respuestas.

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