HUMOR GRÁFICO Los accidentes del verbo

Enormes cambios en el último minuto

No es difícil tocar Las Variaciones Goldberg, correr cien kilómetros o decir todas las frases del personaje de Paulo el ermitaño en El condenado por desconfiado. Lo difícil es hacerlo seguido. Hay gran cantidad de disciplinas secuenciales en las que la práctica apremia. Hay otras que no: en las que despacio y a su sabor el ejecutante navega sobre su culo con la tranquilidad de la musa. Se puede —y se debe— escribir o componer o pintar o modelar o tallar con todo el tiempo del mundo. Hay creadores de una sola línea al día y de una pincelada cada dos horas. La línea o la pincelada deben ser —claro— necesarias y buenas. Y acumularse sobre otras similares. Una sola puntada es remiendo y no bordado y un solo ladrillo es escombro y no monumento. Decía Samuel Johnson que aquel que quiere conseguir un enorme logro de una sola vez lo normal es que no consiga no solo uno pequeño, sino ninguno en absoluto. La prisa es enemiga de la excelencia. Si uno se preocupa en decir sus frases antes de que se las pisen, el discurso —por elaborado que sea— sale violento y deslavazado. A mí me pasa en Twitter cuando se me acaban los caracteres: tecleo más deprisa. Hay gente que se sube a una columna o a una conversación como a una caballería: saltando y con las botas puestas; tratando de evitar que al poner un punto y aparte o un salto de línea el algoritmo aproveche para colar un anuncio. O por si acaso el interlocutor ve la oportunidad de empujar su asunto o —peor— su puta anécdota. Todo conspira para que el sujeto —tanto el que habla como el de la frase— se diluya, no alcance el predicado y jamás pueda introducir una oración adversativa —ni disyuntiva, ni explicativa, ni distributiva… ni nada— en la principal. Existe la posibilidad de callarse. Sí. No resulta mala idea.

Etiquetas
stats