Cine de verano

El cartel del festival de cine de Riego de la Vega 'Luna de Cortos'.

No había mucho más que fresco. Un vientecillo maravilloso que la mayoría de la estrellas llegadas desde Madrid notaban como motores bajo sus alas. Qué maravilla, estar aquí, en León, respirando. Y sí, tenían mucha razón: respirar es fundamental y, sin embargo, hemos cambiado ese detalle por cosas como, por ejemplo, subsistir en ciudades que superan los 40 grados en el asfalto para reptar hasta departamentos que valen más que el sueldo que nos mata. Cosas de humanos. Cosas de este siglo XXI que se ríe de nosotros a la cara. Y le dejamos.

Pero en medio de este despropósito hay varias noches en las que en un pueblo de menos de mil habitantes en León se proyectan cortometrajes, se brinda con latas de cerveza sencillas y hasta el alcalde pone a disposición bolsas de patatas fritas sobre un escenario modesto para que todos, artistas y público, no se mueran de hambre entre pase y pase.

Nunca había estado en Luna de Cortos pero este año tuve el honor de ser jurado en la categoría Cine y Mujer y, además, de entregar el premio honorífico internacional. Me emocionó mucho hacerlo. En primer lugar porque sentía que, por fin, en lugares donde dicen que nunca ocurre nada, algunos sí osan poner su foco y reivindicar que aquí sí se puede respirar, que es lo mismo que decir que aquí sí se puede vivir. En segundo lugar, porque darle la estatuilla Luna, con un diseño tan precioso y significativo, a una persona que, como yo, fue migrante, me llenaba de orgullo. Ella es la actriz Paulina Gálvez, nacida en Chile y exiliada aquí en España en plena dictadura de Pinochet. Como dije muchas veces, para ser migrante no precisas grandes causas, una se convierte en algo así cuando debe abandonar la tierra por razones ajenas a sí misma, la tierra en la que desearía estar y hacer camino. En León conocemos bien esta desgracia: la falta de trabajo y el abandono general hacen muy difícil sostener eso que sencillamente buscamos, es decir, respirar. Así que en ese ir y venir entre su Santiago de Chile y mi Buenos Aires querido, la premiada Paulina Gálvez propuso que en estos tiempos de cerrar fronteras, ojalá se sigan tendiendo puentes. Y yo recordé que después de haber andado por el mundo, decidí volver a una aldea ínfima porque entendí algo básico: que lo mejor de la vida no se paga con dinero. Y que para disfrutarlo cada día, cada noche, basta con estar presente.

Parece que en esta tierra olvidada nos quedamos con la etiqueta de zonas de resistencia o, peor, de sacrificio, pero no es verdad. Eventos como Luna de Cortos hacen que seamos, además, zonas de esperanza. No se trata solo de lamentarse y sufrir por tanto olvido, sino de plantarse ante el hastío con alegría y tejer con lo poco que tengamos a mano trampolines para la imaginación. El arte sirve para eso, el cine más, y si es en una noche de verano a la vera del Órbigo, hasta la luna baila.

Que viva el cine, el amor y la literatura. En fin, todo lo que no se paga con dinero y, sin lo que no podríamos eso, sencillamente respirar.

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