Bajo aquel sol tremendo

Huelga General contra Milei en Argentina el 23 de enero de 2024.

Pleno verano. El calor aprieta. La garganta, más. Pero las calles se llenan, las plazas rebosan y dicen no. Proclaman, por ejemplo, con un globo que planea sobre las cabezas de las decenas de miles de manifestantes “Acá dice el cielo que no subestimes las fuerzas del suelo”. Y las fuerzas son poderosas, porque hace rato que Argentina está organizada y sabe que para detonar la barbarie que se avecina no queda otra que unirse y decir no. Y da igual que sea pleno verano y da igual dónde estés. El pasado miércoles se manifestaron en la Argentina decenas de miles de personas contra el ajuste de Milei y lo hicieron en la ciudad de Buenos Aires y en otras capitales del país, claro, pero también en las playas que escucharon gritos de “La Patria no se vende” mientras esas voces se quemaban los pies en una arena cada vez más caliente.

Trato de imaginar algo así en España y me cuesta creer que Madrid arda en pleno agosto con una ferocidad de huelga general. Me cuesta creer que las playas del Mediterráneo corten los chiringuitos para abrazar un coro común contra medidas que anuncien recetas de shock. No es porque en España los salarios sean, en general, altos. Tampoco porque las posibilidades de las personas jóvenes de realizarse estén siempre al alcance. No. La verdad es que cuando sales a la calle ves que la mayoría de la gente gana menos de lo suficiente y sus hijos, si los tiene, ni pueden emanciparse ni logran imaginar un proyecto mejor al que heredaron de sus padres. Tal vez porque aún tenemos un Estado del Bienestar que conviene defender y, sobre todo, adaptar al nuevo mundo que trae consigo este cambio de época. 

Mientras pienso en mis dos raíces, en los dos centros de equilibrio desde los que construyo mi identidad, miro mi casa. Como me encanta la decoración, en la pantalla de mi móvil aparecen masías sublimes en Cataluña, chalets casi arrodillados ante el mar, cortijos inmensos, soberanas alturas y jardines perfectos. Miro mi casa y veo el terreno en el que la decidimos construir después de descartar precios irrisorios en zonas más famosas en las que tal vez crezcan buganvillas, que adoro, e incluso limoneros. Aquí no, eso es imposible. Pero cuando una se acostumbra al frío de esta tierra se da cuenta de la promesa que esconden los días de niebla. 

Y mientras yo sentía cómo parte de mi gente rugía al otro lado del océano tomando unas calles que tienen las huellas de mil batallas sociales sin ver salida, yo miraba esos árboles y el río que aún viene cargado de agua desde la montaña. Pensaba que todo fluye y que esa realidad que aún no nos ha llegado a este lado puede, sin embargo, emerger con fuerza en el momento menos esperado. Hay que tenerlo presente siempre. No dar por natural algo que no lo es: la democracia tal y como la conocemos debe repensarse cada vez, en cada etapa, cada día, porque todo fluye, sí, para bien y para mal. Lo único que suele quedar son los árboles. 

Tal vez por eso decidí rodearme de ellos. Los que ya estaban: una morera de más de cien años, cinco robles que a veces se enroscan entre sí, un peral con una copa desordenada, dos ciruelos demasiado pegados a la pared de piedra que los sostiene. Y los que plantamos: un membrillo, un arce, más de veinte nogales, tres olivos que ojalá pueda llegar a ver gordos cuando los años nos envejezcan por igual. Espero que para ese momento hayamos sido capaces de aprender unos de otros, por muy lejos que parezcan las desgracias ajenas, que seamos capaces de ver venir la barbarie y pararla. A veces son solo gestos, como construir una casa en el olvido. Donde nadie mira hay más futuro que donde se agolpa la velocidad y la tristeza. Quien lo probó, lo sabe.

Etiquetas
stats