Abismos

Juan García-Gallardo y Alfonso Fernández Mañueco.

Pasó el temporal. Pasaron las urnas. Pasó el invierno. Se anuncia un verano tórrido en el que se calentarán motores para la próxima temporada que ya está aquí: las generales. Lo que pasó ayer puede ser una antesala o no: es la era de la incertidumbre. El escenario debe reconfigurarse con nuevas fichas que entrarán a jugar y otras habrán caído. Pocas cosas hacen más daño a la continuidad que la escasez en los bolsillos. La inflación, esa antigua compañera de viaje, hará de las suyas en ese grito que fue tan común en la Argentina de 2001: ¡Que se vayan todos! La pena es que allá, con una inflación mucho más alta que la nuestra, de un 100% anual, hay un tipo que supo encarnar ese descontento en rebeldía y se presenta a las elecciones presidenciales que también se celebran este año. Puede que lo logre o, por lo menos, que asome la patita como lo ha hecho tantas veces Le Pen en Francia. Como allí, en la Argentina hay un sistema de ballotage o segunda vuelta que pone cara a cara al elector frente a sus miedos más profundos. O sea, que no se vota tanto a favor de, sino en contra. En esa lógica es posible que se salven de tener en el poder a uno de esos adláteres del ya famoso Steve Banon. Ese ideólogo que campa a sus anchas por el mundo dando fuerza y estrategia a toda la extrema derecha internacional. ¿Y aquí, qué haremos? 

Castilla y León fue en las autonómicas pasadas el ejemplo de que hay partidos que no entienden de líneas rojas y, por eso, en la vicepresidencia tenemos a un soldado del extremismo que defiende, como sus mayores, que un menor inmigrante es poco menos que un delincuente y, encima, nos sale caro. Dice también que si una mujer quiere abortar primero que oiga el latido fetal: podría recomendarle un libro de Margaret Atwood, pero me temo que no sabría de quién le estoy hablando. Dar voz a estos arquitectos del horror es un problema. No tenemos segunda vuelta: nuestra virtud y nuestro defecto está en saber cómo pactar y con quién. Nuestra solución reside en un frente amplio progresista que saque de las instituciones de una vez por todas a quienes alientan el odio y prefieren la ignorancia a la cultura y la ciencia.

Pero si de algo sabe la extrema derecha es de limar distancias. Es urgente que los progresistas tengan la amplitud de miras necesaria para hacer algo orientado a su éxito propio. ¿Cómo? Bajando a la tierra y elevando el nivel de la discusión política al mismo tiempo. ¿Fácil? No. Dificilísimo. Pero ya lo dijo Quino por boca de Mafalda: ‘La vida es linda. Lo malo es que algunos confunden linda con fácil’. 

Hay abismos complejos que se pueden reducir a una anécdota cotidiana. El otro día, por ejemplo, paseando por el pueblo con mi perra me paré a hablar con un vecino que habrá ido a Madrid dos veces contadas. Mientras charlábamos, Lola, que no se puede decir que no sea inteligente porque siendo un border collie a veces parece que habla, estaba sentada en medio del camino. Pasó un coche. Y él, lógico, para apartarla, no le dijo ‘Lolina, ven, sal de ahí que te van a pillar’, dándole una caricia. Le gritó: ‘Perrrrrra, perrrrra’, y alzó el palo que tenía en la mano para que se moviera por su propio bien. Y Lola, claro, ni se inmutó, como si no fuera con ella. Los dos tenían razón pero sólo yo fui capaz de ver el fallo y la posible solución. No porque sea más lista, sino porque vivo entre dos mundos muy dispares: el de la gran ciudad y el ámbito académico y el del rural en el que un perro siempre fue y será un perro. Y hay leyes que, tal y como se dictan desde un despacho que sólo conoce uno de los mundos, crean abismos.

Ojalá el progresismo entienda este matiz pronto y actúe en consecuencia porque si no la vida no será fácil, desde luego, pero sobre todo no será linda.

Etiquetas
stats