Cuando en San Marcos cortaron la oreja al alcalde de Mansilla de las Mulas, antes de fusilarle, tras el golpe de 1936

Una antigua imagen de Mansilla de las Mulas en la primera mitad del siglo XX.

Con ocasión de presentar en Mansilla de las Mulas el próximo sábado 5 de agosto a las 20.00 horas, en el Centro de Cultura San Martín, el libro de la ‘Segunda Parte: La Guerra’, del libro ‘Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León’, una investigación en la que la detallada narración de lo sucedido en julio de 1936 y después en la citada villa (y en Palanquinos y Santas Martas) ocupa en la obra un amplio espacio.

Las investigaciones y el relato de Cabañas sobre aquellas horas cruciales detallan en esta zona de la provincia de León una gran violencia represora tras conocerse el golpe de Estado emprendido el 18 de julio de 1936.

Uno de sus protagonistas principales, el alcalde de Mansilla, Isidro González Pérez (31 años, casado, industrial, afiliado a Izquierda Republicana), or­ganizaba el 20 de julio registros en los domicilios de los más significados dere­chistas (14 de ellos fueron detenidos, sin que sufrieran ningún daño), y se de­claraba allí al mediodía la huelga general, al tiempo que se formaba una milicia ciudadana de izquierdistas.

Poco después, conocido el triunfo de los sublevados en León, “llegó una camioneta con marxistas de Palanquinos que, como tenían miedo de dirigirse a la capital, se pusieron a las órdenes de la alcaldía y acamparon en el pueblo”, que era ocupado en la madrugada del 21 de julio por el teniente Felipe Romero Alonso con sus guardias civiles, retirándose los obreros armados que patrullaban por sus calles, y siendo luego designada una comisión gestora para regir su Ayuntamiento.

“Las delicias del paraíso rojo”

Meses después, se celebraba el 25 de noviembre de 1936 en la Diputación de León un consejo de guerra sumarísimo contra el exalcalde de Mansilla de las Mulas y 32 más, como informaba El Diario de León, y lo hacía Proa el día 27. Así lo relató entonces la prensa: “La villa, aunque por poco tiempo, también pasó por las delicias del paraíso rojo. Fue el 20 de julio, en que unos cuantos extremistas del lugar y varios de los pueblos de Palanquinos y Santas Martas, a las órdenes del alcalde, se alzaron para venir a León a recibir instrucciones. Así lo hicieron, pero en el Alto del Portillo se encontraron con un coche en el que iban el capitán Eduardo Rodríguez Calleja y otros cabecillas marxistas que se dirigían a Cistierna para reclutar gente ”y haciendo cuartel general en Mansilla atacar León y aplastar a los facciosos“. Estos directivos les ordenaron regresar a Mansilla y hacerse allí fuertes. ”Volvieron a la villa, y ya en ella el alcalde dispuso las detenciones, requisas y otras lindezas por el estilo características del dominio rojo, que culminaron con la agresión a los números de la Guardia Civil que al mando del teniente Romero regresaban de Sahagún, ataque valientemente repelido por la fuerza pública, que logó dispersar a los extremistas“.

Libertad para todos los detenidos de derechas

En cuanto a las detenciones, según la sentencia de aquel consejo de guerra, al oscurecer permitía el alcalde salir del calabozo al médico Mario Cimadevilla para atender con urgencia a una enferma, y ante el regidor interceden entonces el veterinario Antonio Guada y el representante del Monte de Piedad Leonardo Montoto.

Así se consiguió que se aviniera a poner en libertad a todos los detenidos, bajo la palabra del doctor y firmando cada uno de ellos un documento respondiendo del orden y comprometiéndose a no causar disturbios. Así, médico prosigue en libertad, y tras idas y venidas de los intercesores trayendo y llevando papeles entre el calabozo y el alcalde, pendientes solo de que su titular se persone para hacerlo, se frustra porque este ya no aparece por la prevención municipal.

Entonces llegan a las diez de la noche de Boñar un coche y dos camionetas con mineros, todos con armas y con orden del gobernador para que se les auxilie por donde pa­sen, a los que se suministra pan, escabeche y vino. Rondando las dos de la mañana salen para Santas Martas estos y otros elementos armados que se les agregan -parte de los desplazados desde allí y desde Palanquinos-, nadie de los doce vecinos de Mansilla que con sus escopetas se ocupaban de vigilar la villa según el mandato del alcalde, “que portaba el bastón municipal para que los foráneos lo distinguieran como autoridad”, y que al partir aquellos se retira a descansar.

Al paso a nivel de Santas Martas arribaban camino de la capital el teniente Romero y sus guardias. Estaba cerrado, y a la luz de los faros de una ca­mioneta se divisan multitud de individuos que con armas cruzan la carretera. De­tenido el convoy a medio kilómetro del pueblo, son recibidos con una descarga de escopetas los números enviados a reconocerlo. Desplegada la fuerza, que hace fuego, se detiene a los pocos que en la población hacían guardia y se recoge de la Casa del Pueblo la lista de los armados y el armamento y municiones recibidos.

Las refriegas del avance de la Guardia Civil

Continuando el avance, a los dos kilómetros se ven venir vehículos con las luces encendidas. Una vez parados los camiones, se apean los guardias y se parapetan en los árboles de la carretera. Dado el “alto a la Guardia Civil”, responden a tiros los que vienen, y en igual modo fueron contestados, desbandándose los ocupantes de las dos camionetas, a las que acompañaba un coche turismo que al comenzar el fuego dio la vuelta. Se disparó sobre el automóvil y se rompió su cristal trasero, quedando en la carretera sangre y trozos de vidrio.

“El coche lo encontré después en el fielato de la entrada de León, con manchas de sangre en el asiento de atrás”, declarará el teniente Romero. Se hicieron deten­ciones, tomando otras tantas escopetas y pistolas, y se atrincheraron en aquel punto las fuerzas hasta la amanecida. Progresan en­tonces a pie hasta Mansilla, donde, entrando con los guardias desplegados, libe­ran a los presos derechistas. Es cuando detienen al alcalde, sin que encuentren a los otros dirigentes a pesar de que se registraron todas las casas, comprobando que se había permitido la curación de herido, el cual siguió camino a la capital leonesa.

La columna de guardias civiles prosiguió hacia León, haciendo allí entrega de los prisioneros. Fueron 28, según el reportero Lamparilla, aunque al menos el alcalde no ingresa en la Prisión Provincial hasta el día siguiente, 22 de julio.

El regidor de Mansilla, en la vista militar contra él, al igual que otros muchos hechos que le adjudican, negará que se parapetara nadie en la villa aquella noche a la espera del ataque del teniente Romero y sus hombres para hacerles frente. De hecho, declara que sobre las seis de la mañana del martes 21 lo despertó un empleado municipal de orden del teniente, al que de inmediato se presentó poniéndose a su disposición y rindiéndole sin resistencia ni demora las escopetas que se habían requisado, publicando después por orden de aquel un primer bando requiriendo al vecin­dario la entrega de las armas y otro declarando el estado de guerra.

A las ocho fueron puestos en libertad los derechistas detenidos el día antes por la tarde. A las once volvía el alcalde por el Consistorio, y allí, a petición del teniente Romero, le facilitaba varios nombres de personas de solvencia para hacerse cargo del Ayuntamiento. Y a pesar de todo, a las doce, por orden del oficial, detenían al regidor.

Revancha y defensa propia

Una vez en prisión, convertido en la bestia negra responsable de todo lo sucedido, y también de lo que no, en Mansilla de las Mulas y sus alrededores, el regidor fue señalado como por unos en sañuda revancha y por otros en estéril y propia defensa. Eso explica que en el campo de concentración de San Mar­cos le seccionarán una oreja de un salvaje e impune machetazo, quizá alguno de aquellos guardias civiles o sanguinarios falangistas de la zona, valientes de retaguardia, carceleros del exconvento que en aquellos días fue convertido en matadero.

“Y sin un grito ni una queja, se llevó la mano al lugar de la herida mientras se pre­cipitaba en la celda intentando retener la sangre a puñados, taponando con trapos la tremenda hemorragia y lavando la desgarradura con orines. Cuando a la mañana siguiente el mutilado emprendió la bárbara aventura de sobrevivir a cada día, cubierta la herida con un trabajo sucio, preguntado por un guardián por el motivo del vendaje, dirá que ‘es una infección’, porque si descubriera la gravedad de la lesión y quien pudiera habérsela causado pronunciaría su –an­ticipada– sentencia de muerte”. Así lo contaría años más tarde Victoriano Crémer, el escritor que también sufriera el encarcelamiento de San Marcos.

Isidoro González Pérez, sentenciado culpable bajo las nuevas leyes de los golpistas, fue fusilado en el campo de tiro de Puente Castro en 4 de diciembre de 1936 junto a otras seis personas en esa misma fría madrugada.

Esta obra, Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León' refleja la investigación en la que Cabañas ha invertido más de nueve años. Ha sido catalogada como “de singular importancia para el conocimiento de nuestra reciente historia provincial” por el Instituto Leonés de Cultura (ILC). Publicada por Producciones El Forastero y Ediciones el Lopo Sapiens, en colaboración con los ayuntamientos de Astorga, San Andrés del Rabanedo, Santa Elena de Jamuz, Valderas, Villarejo de Órbigo, Valencia de Don Juan, La Bañeza y Santa María del Páramo y se puede comprar pinchando aquí o en las librerías de confianza.

Etiquetas
stats