La falsa Jura de Santa Gadea y el origen aristocrático leonés del Cid Campeador

El cuadro romántico de Marcos Giráldez de Acosta de la Jura de Santa Gadea, una invención castellana.

Jesús María López de Uribe

La Jura de Santa Gadea no existió. Nunca se produjo. El Cid Campeador posiblemente no nació en Vivar. Sus hijas no se llamaban doña Elvira y doña Sol. Su espada, la Tizona, no es la que compró la Junta de Castilla y León. No dejó de honrar vasallaje a Alfonso VI de León y no era un infanzón de clase humilde que llegó desde lo más abajo a ser el más noble de toda Castilla. Eso, entre tantos errores provocados por los cantares de gesta.

Todo lo contrario. Rodrigo Díaz era un noble de la alta alcurnia leonesa. Su mujer, la asturiana Jimena Díaz, era prima de Alfonso VI. Sus hijas se llamaban Cristina (cuyo hijo, nieto del Cid, fue nada menos que el rey García Ramírez de Pamplona) y María (casada con el conde de Barcelona Ramón Berenguer III y de la que uno de sus descendientes tres siglos después fue el rey Pedro IV de Aragón).

Tuvo un hijo, Diego Rodríguez (con el mismo nombre que su abuelo Diego Flaínez), que murió con 22 años rodeado por musulmanes en la derrota de la batalla de Consuegra. Y, además, no se le conoció como Cid hasta cien años después de su nacimiento, casi cincuenta de su muerte, pero sí como Campeador en vida. Y su nombre original era Ruderico. Los musulmanes lo llamaban Rudriq (o Ludriq) al-Kanbiyatur o al-Qanbiyatur ('Rodrigo el Campeador').

Su sobrenombre Campeador viene de 'Campidoctor', más o menos un latinajo romance que es una forma de decir “maestro del campo de batalla” con el que hasta él mismo firmó en vida un documento con este apelativo 'ego Ruderico Campidoctor' en el año 1098. El de 'Cid' —que se aplicó también a otros caudillos cristianos—, que viene a ser el término árabe 'sidi', señor. Es bastante probable que se lo otorgaran como tratamiento honorífico por sus victorias al servicio del rey de la taifa de Zaragoza entre 1081 y 1086 o, quizás lo más probable, sus súbditos valencianos, tras la conquista de esta capital en 1094, de la que fue 'Señor' pero siempre bajo el vasallaje ante Alfonso VI.

Eso sí, la primera vez que aparece por escrito (como 'Meo Çidi') es en el Poema de Almería, compuesto entre 1147 y 1149; y Cid Campeador todo junto hacia 1200 en el libro navarro-aragonés 'Linaje de Rodrigo Díaz' (bajo la fórmula “mio Cit el Campiador”), y en el fantasioso 'Cantar de mio Cid', que no era más que un cantar de gesta a modo de propaganda contra el Reino de León creado un siglo después (sobre el año 1200) para promocionar la primera independencia efectiva de Castilla como reino tras comenzar a tener reyes privativos.

Un noble de alta alcurnia casado con una prima del Rey

La historia rigurosa y cierta del Cid Campeador es que su familia era de alta nobleza y uno de sus nietos fue rey de Pamplona, mientras que tres siglos después otro descendiente suyo lo fue de Aragón. No se puede demostrar que Roderico Díaz naciera en Vivar, provincia de Burgos. En realidad vivió la mayor parte de su niñez en la ciudad amurallada de León, en la corte de Fernando I el Grande, el padre de su amigo Sancho (del que fue servidor en su séquito cercano cuando fue nombrado primer rey de Castilla) y de Alfonso, García, Urraca y Elvira (los que la liarían después de la muerte de su progenitor en una brutal guerra fratricida por el Reino Leonés).

Según la Wikipedia, “entre 2000 y 2002 los trabajos genealógicos de Margarita Torres encontraron que el Diego Flaínez (Didacum Flaynez, mera variante leonesa y más antigua de Diego Laínez) que cita la Historia Roderici como progenitor, y en general, todos los ancestros por parte de padre que recoge la biografía latina, coinciden exactamente con la estirpe de la ilustre familia leonesa de los Flaínez, una de las cuatro familias más poderosas del reino de León desde comienzos del siglo X, condes emparentados con los Banu Gómez, Ramiro II de León y los reyes de Asturias”. La entrada en el Diccionario Bibiliográfico de la Real Academia de la Historia, también certifica que era de alta alcurnia, pero con otra hipótesis: por parte de su familia materna, los Álvarez.

El Cid fue un fiel defensor de la monarquía leonesa, ya fuera de Sancho (que murió como rey de León despreciando la corona del nuevo reino de Castilla) o de Alfonso. Sí es cierto que tuvo sus más y sus menos con este último, pero nada extraño en un tiempo el medieval en que los antiguos condes de Carrión o de Saldaña habían luchado con los musulmanes contra su monarca varias veces, para volver otra vez a su seno.

Lo que se desconoce por muchos es que fue un notable señor de la guerra al servicio de la taifa de Zaragoza en el primero de sus 'destierros' y que su mayor hazaña fue convertirse en solitario, en señor de Valencia en el segundo. Por lo que se le debería haber conocido como Rodrigo Díaz de Valencia, y no 'de Vivar', porque en teoría se conoce a los nobles por el territorio más importante que poseían. De hecho, de estar vivo y ver que se le llama por un pueblo (del que nadie tiene un solo documento que pueda demostrar que naciera allí), posiblemente lo consideraría un enorme insulto.

La Jura de Santa Gadea jamás se produjo

En realidad, el 'Romance de la Jura de Santa Gadea', describe una situación que nunca se produjo. Es un mito ampliamente descalificado por los historiadores serios. En aquellos tiempos hacer jurar a un rey en público en contra de su voluntad por un delito así hubiera significado muerte segura, por muy noble que fuera el gran táctico y estratega militar.

Para conocer la verdadera historia del Cid hay que referirse al 'Carmen Campidoctoris' y a la 'Historia Roderici' dos textos considerados bastante más históricos que los cantares de gesta propagandísticos antileoneses. Eso provoca que pese a que en León un parque y una calle (en la que debió habitar), tampoco es que los leoneses le tengan en excesiva buena estima, debido, posiblemente esta enorme falsedad de Santa Gadea.

Cualquiera que lea este capítulo de su vida en una biografía del Cid publicada de forma posterior a los años 90 del siglo XX tiene que saber que la misma no es seria y no debe tomarse en consideración. Para cualquier historiador es motivo para ni siquiera leerla. Porque un error tan garrafal sólo muestra la ignorancia del autor sobre la vida real de este personaje histórico considerado el mayor exponente militar de la expansión de los territorios cristianos en la Edad Media Hispánica.

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