GUERRA CIVIL

Los paseados de Benamariel en el otoño de 1936

Argentina en 1915: de pie en el carro, Constantino Rey Tranche; en el centro, Maximino Rey Aparicio.

Con ocasión de presentar en Benamariel el próximo viernes 11 de agosto a las 20 horas, en el local de la Asociación Cultural Cantamilanos, la ‘Segunda Parte: La Guerra’, de mi libro ‘Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León’, producto de más de nueve años de investigación y que incluye un capítulo sobre lo sucedido entonces y después en Valdevimbre y Villamañán.

En uno de sus anexos el relato testimonial de las represalias mortales y otras perpetradas por el franquismo contra varios vecinos de aquel pueblo, se extrae tanta información –mucha desconocida hasta el presente– como la obra recoge. Aquí, un resumen de lo sucedido.  

El 29 de septiembre de 1936, falangistas del vecino pueblo de Villalobar en compañía de tres guardias civiles llegaban a la plaza de Benamariel en un pequeño autobús sobre las cinco de la tarde. En el autocar quedaba el chófer, personándose los otros seis en la casa del alcalde, que vivía en la misma plaza, y al que reclamaron que les indicara los domicilios de cuatro vecinos de la localidad, los cuales debían de acompañarlos al cuartel de Falange de Villamañán, en el que habrían de tomarles una pequeña declaración. 

Les apuntó el regidor donde vivían, y los seis acudieron a sus casas a buscarlos. “Mi padre fue testigo presencial y lo recordó toda su vida; tenía entonces 11 años y siempre nos dijo que jamás olvidásemos lo que ocurrió; aquello fue un secuestro, y nadie hizo nada, ni el alcalde, ni el cura, remarcaba siempre”, relataba en febrero de 2023 Luis Miguel Rey.  

Maximino Rey Aparicio, de 39 años, labrador, casado con la señora Dolores Ordás, con la que tenía cuatro hijos, fue el primero que subieron al autobús. Era el único que estaba en casa. Su hija Lina, de 11 años, lloraba desconsolada y asustada. Su mujer, Dolores, era muy beata; tenía en su casa las llaves de la iglesia, y se encargaba de su limpieza y de lavar la ropa al cura. Todos se extrañaron de que se lo llevaran, pero creyeron lo de la declaración en el cuartel falangista.

A José Ordás Juan, labrador de 40 años, casado con Mercedes Quiñones Tejedor –y con ella padre de cuatro hijos– lo subieron al autocar en segundo lugar. Se hallaba en la bodega de un vecino.  Había hecho la mili con uno de los guardias civiles, y le pidió que le permitiera ir a casa para lavarse y coger una chaqueta, a lo que aquel le respondió: “Claro, Ordás, y adecéntate un poco”.

Agapito Caño Miguélez, de 53 años, labrador, casado con Gregoria Miguélez y padre de siete hijos, fue el siguiente. Estaba trabajando en el río Esla y lo traían dos falangistas pegándole con las culatas del fusil, a los que se quejaba de los golpes que le daban. Al llegar a la plaza y ver a los otros de Falange y a los guardias civiles, hizo el saludo fascista y dijo ¡Arriba España! Avisada su mujer, se presentó allí y se agarró a una de las ventanillas del autobús, y no eran capaces de soltarla. Les rogó que la llevaran también a ella, y entonces el chofer vestido de falangista, pero que nadie conocía, dijo: “Pues venga; subidla también; pero uno va para arriba y otro para abajo”. Recordaba Luis Miguel Rey del suceso: “Mi padre estaba a un metro, y lo recordó toda la vida”).

Belarmino Quiñones Tejedor, de 40 años, pastor de ovejas, cuñado de José Ordás, casado con la señora Piedad Robles, embaraza de ocho meses y con la ya tenía cuatro hijos, fue el último al que condujeron al vehículo, ya que estaba en el campo con el ganado, y no le dejaron ir a casa a cambiarse porque se habían retrasado mucho al tener que cruzar el río en su busca. Aporrearon la puerta de su casa y salió su mujer, con el pequeño de tres años de la mano, y les indicó donde estaban pastando las ovejas.

Los llevaron a Villamañan (cabecera del municipio), al cuartel de Falange, desde donde los subieron a San Marcos. A los tres o cuatro días ya no estaban allí. A un guardia civil casado en Benamariel, de nombre Teodoro, acudió la esposa de Maximino Rey unos días antes de San Froilán, y aquel le dijo “vete de aquí que me comprometes; además, ya no hay nada que hacer”, lo que apunta a que los asesinaran entre el 29 de septiembre y el 2 o 3 de octubre. El guardia civil siempre se negó a dar ningún dato a los hijos de Maximino y Belarmino Quiñones. A los del último y a los de José Ordás, primos entre sí, en los años cuarenta un par de días al mes los recogían en el pueblo y los llevaban al edificio de las escuelas de Villamañán para darles un caldo (recordaba Filomena que “las monjas les escupían en el caldo y les llamaban rojos”).  

Los cuatro que sacaron de aquella manera eran buenas personas, y no habían hecho daño a nadie. Los tres primeros, labradores que alguna vez trabajaban de peones para la Confederación Hidrográfica en el cauce del río Esla, tenían carnet de la UGT, pero había otros que también estaban afiliados; les tocó a ellos, o lo echaron a suertes los verdugos. Belarmino, que carecía de carnet y de afiliación política, había tenido una discusión por un linde en el campo con uno de los falangistas forasteros a primeros de aquel año.

Los recuerdos, ochenta años después, de Luis Miguel Rey

“En la casa en la que yo nací vivió toda su vida mi padre (Belarmino Rey Tejedor, alcalde de Benamariel de 1966 a 1979), y en ella, siendo de mis abuelos Constantino Rey Tranche y Gregoria Tejedor Nogal, instalaron en 1927 la central de teléfonos del pueblo. Mi abuela regentaba además la tienda de ultramarinos y una pequeña fonda en la que se hospedaba la gente forastera que venía a trabajar en el río. Después, por no ser afectos al Glorioso Movimiento Nacional (y por su amistad con don Félix Gordón Ordás, y por venderle vino de su cosecha), a mis abuelos le quitaron la central telefónica y la pusieron en la casa del alcalde, que era de la CEDA, y los multaron con 500 pesetas, un dineral para la época, que tuvieron que depositar en el cuartel de Falange de Villamañán”.   

“Mi abuelo Constantino era tío político de Recaredo Tejedor, natural de Villacalbiel y vecino de Palacios de Fontecha. Este hombre, que tenía la mejor cuadra de vacas de la provincia de León y era también amigo del veterinario Gordón Ordás, fue uno de los topos más famosos de León, aunque sus padecimientos son muy poco conocidos. En 1933 se le murió una niña de sarampión, y la enterró en el cementerio por lo civil, sin rito católico, con el consiguiente enfado del cura. Cuando después fue perseguido, entre los pesebres de la cuadra preparó una especie de zulo en el que se escondió casi diez años y del que pasaba por la noche a otro refugio bajo la escalera de la casa, desde el que veía y escuchaba como poco menos que a diario falangistas y guardias civiles lo buscaban, mientras disponía él que su mujer le guardara luto y le dedicara misas en la iglesia”.

“En enero de 1945 varios milicianos de Falange registraron exhaustivamente la casa familiar y golpearon a Teodosio, uno de sus hermanos, y entonces, con el carnet y la identidad de Raimundo, otro de ellos, escapó a Madrid, consiguiendo mandar dinero desde allí para sus hijos. En 1952 volvió a Benamariel, disfrazado, para el funeral de su tío, mi abuelo. Finalmente, en 1960 lo detenían en la Virgen del Camino, pasando luego un tiempo encarcelado. No lo asesinaron, como a tantos; pudo salvar la vida, pero se la arruinaron, pues hubo de pasar más de veinte años escondido”.

De Benamariel murieron otros cuatro varones en la guerra, movilizados y luchando por el bando sublevado, uno en Plasencia y tres en la batalla del Ebro. “Perder a ocho personas jóvenes fue, para un pueblo de poco más de 100 habitantes, un altísimo precio y una tragedia de la que creo que aún hoy no se ha recuperado”.

Nota: El libro se presentará, además de en Benamariel el 11 de agosto, en Jiménez de Jamuz, en las Noches del Alfar-Museo, el jueves 10 de agosto a las 22.30 horas, y en Valderas, en el Salón de Plenos del Seminario, el sábado 12 de agosto a las 18.00 horas.

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