'Nos vemos en otra vida': anatomía de una tragedia

Serie 'Nos Vemos en otra vida' de Disney+.

Antonio Boñar

Cuando asistimos a la cadena de fatales casualidades y encuentros imposibles que desembocaron en la tragedia más terrible que ha vivido nuestro país en el siglo XXI, no podemos sino pensar en una especie de paradoja cósmica como la causa final que condujo al abyecto éxito de los terroristas. El centro de la llamada ‘trama asturiana’ fue un tipo patético y retorcido, un canalla de libro, un Emilio Suárez Trashorras amoral y delator que movía el cotarro delictivo del Avilés posindustrial de los primeros años dos mil, un exminero esquizofrénico y con acceso a la dinamita que sería capaz de vender su alma con tal de sacar tajada. Y luego está el protagonista de esta historia, un chaval de 16 años al que eso que conocemos como determinismo social había abocado a una vida sin futuro, con un padre maltratador y criminal en la cárcel y una madre resignada a ver como su hijo seguía el mismo camino. Los astros se confabularían diabólicamente para que la tragedia explotará de la forma más espantosa posible, causando un dolor inimaginable hasta entonces en la sociedad española.

Nos vemos en otra vida está basada en las entrevistas que Gabriel Montoya Vidal, Baby, concedió al periodista Manuel Jabois en 2014 y en el sumario del macrojuicio por el mayor atentado yihadista en suelo europeo, cometido en Madrid ese ominoso 11 de marzo de 2004. La serie es el crudo retrato de un viaje, el de este chaval que pasaba las horas fumando porros en el parque del barrio y viendo la vida pasar sin más anhelos que llegar al día siguiente, hasta acabar sentado frente en la Audiencia Nacional implicado en la muerte de 191 personas. Aquí no hay épica ninguna, solo unos asesinos dogmatizados y consumidos por el odio que encuentran una delirante grieta en los bajos fondos de esa misma sociedad que tanto abominan, un cauce para obtener la dinamita y ejecutar su perverso plan. Más allá de eso, solo cabe el maquiavélico azar moviendo los hilos del destino para que toda la chapuza convergiera en ese fatídico día. Y todo está contado con un brillante sentido de la realidad, situando al espectador ante lo absurdo de los hechos sin ningún tipo de manierismo emocional o discursivo.

Eso es lo más terrible, lo que nos revuelve por dentro, la ausencia de una explicación coherente ante la tragedia, la imposibilidad de encontrar una mínima interpretación de los hechos que vaya más allá de esa frágil y recurrente idea de la paradoja cósmica. 

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