'Roma'

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María Junquera González

«Que todos los caminos llevan a Roma...», refunfuña Sara para sus adentros.

― ¿Cómo es eso de que todos los caminos llevan a Roma, y yo ni siquiera puedo salir de mi habitación? ―le pregunta a su madre en un tono ciertamente irritado, definitivamente poco correcto, pero acorde a los altibajos emocionales propios de su edad adolescente.

La realidad es que Sara sí puede aventurarse algo más allá de la puerta de su dormitorio, pero sus pasos están restringidos, mientras dure el estado de alarma, a los límites del piso en el que vive con su madre.

Evidentemente, Sara no espera respuesta alguna a su pregunta. Trata únicamente de buscar desahogo a esa tensión que se le arremolina dentro y que, en ocasiones, llega a sentir materializada en forma de grueso y áspero nudo, fuertemente amarrado alrededor de su pecho.

― Ese es el problema ―le reprocha su madre―, que te pasas el día encerrada entre las cuatro paredes de tu habitación. Deberías pasar más tiempo fuera. ¡Y hablar un poco! ¡Que las redes sociales no son la única forma de comunicación existente en este planeta!

Hace ya unos años que a Sara le chirría cualquier “deberías” que trate de imponerle nadie. Y, aunque algo dentro de sí misma le dice que este estado indefinido de cambios en el que se encuentra, montaña rusa inestable que la tiene revolucionada casi permanentemente, no puede ser su fin de ruta, tiene claro que es ella en cualquier caso la que va a decidir cómo quiere conducir su vida... Una adolescente obstinadamente saludable. A ratos, nada saludablemente obstinada.

Hace ya unos años que Sara, casi sin darse cuenta, ha cerrado la puerta a la niña que habitaba su cuerpo no tanto tiempo atrás. No tanto tiempo atrás, pero toda una eternidad en el ajetreado mundo adolescente en el que se encuentra ahora inmersa. Hace ya unos años que ha cerrado la puerta a la dulce ingenuidad de sentirse segura, sin cuestionamiento alguno, arropada en el regazo de su madre. A la instintiva tranquilidad que le proporcionaba el dejar su vida fluir a merced de los arrullos de unos brazos que adivinaba, intuitivamente, continuidad de su propio cuerpo.

Por suerte, a pesar del ímpetu necesario de las adolescencias, los portazos nunca son tan fuertes ni tan definitivos. Por suerte y por Naturaleza, las puertas quedan siempre más o menos entornadas, para los jóvenes adultos que vuelven a asomarse, tras un intenso viaje, a los inicios y a las raíces de su devenir. Y así, entreabiertas, esperan pacientemente, durante años, el tiempo que a cada vida le haga falta.

Pero esto Sara todavía no lo sabe, porque su historia se encuentra en el momento de revolución adolescente. No lo sabe porque, si lo adivinara, quizás se evitaría los nudos en el pecho, los sentimientos de incomprensión, las dudas y las frustraciones, pero se evitaría también el entusiasmo de las búsquedas y la pasión de los descubrimientos. No lo sabe porque es la fuerza de esta etapa la que marcará la diferencia y la convertirá en un ser único, y de ninguna manera permitiría la Naturaleza que persona alguna sorteara este proceso. Sí, todos los caminos llevan a Roma, pero cada uno tiene que encontrar su Roma, que no siempre está en Italia.

― ¡No me apetece salir de la habitación! ―grita Sara desde su encierro. Y el difícil equilibrio de su madre empieza a tornarse hacia el lado de la frustración.

La madre de Sara lleva también una buena temporada casi sin salir de casa. Ese extraño virus que tiene a toda la población medio aislada... El hecho antes cotidiano de hacer la compra se ha convertido ahora en algo extraordinario. Una única vez a la semana, si puede ser, para evitar desplazamientos y posibles contagios. Una única vez que, dependiendo del ánimo y del día, puede presentarse como un respiro y un oportuno paréntesis a la rutina de la casa, o como una estresante actividad de aprovisionamiento de víveres, a realizar siempre protegida tras el escudo de la mascarilla, manos resguardadas bajo una capa de nitrilo.

La madre de Sara se siente afortunada en estos momentos por poder trabajar desde casa. Aunque le cuesta centrar su atención en actividades que antes despachaba de forma casi automática. Aunque a veces, curiosamente, recuerde con un suspiro cercano al deseo los cuarenta minutos de paseo, bus y metro que la conducían hasta su oficina cada día, repetidamente, de lunes a viernes. Curioso cómo una situación externa transforma, a veces de una forma tan simple, la percepción que tenemos de algo...

Se siente afortunada, especialmente, porque parece que el bicho, al menos por ahora, no ha logrado atravesar la puerta de su casa. Le aterra pensar que consiga colarse en algún momento de despiste. Y aunque sabe que la situación en otras familias es mucho más complicada, no puede evitar sentir cómo el desasosiego, y en ocasiones la angustia, consiguen resquebrajar la entereza que ha ido cuidadosamente apuntalando a lo largo de sus años de madurez. Respira profundo y trata de recuperar un poco de calma. Otra montaña rusa, algo más atemperada que la de Sara, pero también con sus vaivenes y sacudidas. Porque los parques de atracciones no tienen restringido el acceso a mayores. Afortunadamente.

― ¡No me apetece salir de la habitación!―, los gritos resuenan en toda la casa. Probablemente, incluso más allá de sus paredes. La madre de Sara rebufa. También ella piensa ahora en Roma, Italia, o cualquier otro sitio al que pudiera escaparse durante un rato al menos. Son ciertamente destinos muy apetecibles, casi necesarios, en estos momentos. Cierra los ojos, vuelve a respirar profundo, y descubre un destello de tranquilidad asomando a su cabeza y ensanchando al fin su pecho. Afortunadamente, un poco de Roma. Sin salir de casa.

* 'Roma' es un relato publicado dentro de la iniciativa lanzada por la asociación cultural El Pentágrafo e ILEÓN.COM para recoger escritos con temática relacionada con la actual crisis ocasionada por el coronavirus Covid-19.

María Junquera González nos cuenta su lado literario: “Me gusta escribir desde hace años. Descubrí que disfruto volcando mis sentimientos en un papel, dándole la forma más bonita que puedo. Lo hago intermitentemente. Para mí o, como en este caso, para compartir con otros.”

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