'La peor persona del mundo': de personajes, poetas y zozobras sentimentales

La actriz Renate Reinsve protagoniza 'La peor persona del mundo' de Joachim Trier.

Antonio Boñar

Si algo ha definido la carrera del realizador Joachim Trier desde que estrenara su primera película, Reprise (2006), es que todas han alcanzado cierto éxito, algo que ahora ha sucedido ya de forma global con la cinta que nos ocupa. “No sé como explicar mis películas. Sé como contárselas a alguien en una conversación. Pero la esencia para mí está en los personajes, qué es lo que van a experimentar. Lo que me interesa es el comportamiento humano, eso es lo que define para mí el proceso de escritura de guión”, afirmaba en una reciente entrevista. Y esto es lo que nos encontramos en La peor persona del mundo, un estudio de personaje, el de Julie, cuya combinación de vulnerabilidad y valentía es expresada de manera brillante por la premiada actriz Renate Reinsve.

Formalmente estructurada como una novela, en 12 capítulos con prólogo y epilogo, la cinta sigue las zozobras sentimentales de una mujer que acaba de llegar a la treintena y que vive en un estado de permanente desubicación emocional que no le deja asentar el amor sobre los hombros de sus amados. Quizás por aquello de que cuando consigues lo que deseas comienza el principio del fin, o quizás por el vértigo de crecer sin saber muy bien hacia donde dirigir su vida, Julie es capaz de ser feliz con sus parejas pero también de huir hacia ninguna parte dejando un rastro de corazones rotos, mientras es incapaz de encontrar su propia felicidad, su lugar en este mundo confuso. En el fondo, como en la vida misma, este es un relato sobre el paso del tiempo, sobre ese salto al vacío que supone abandonar una adolescencia dilatada hasta el infinito para caer en la madurez.

Joachim Trier se mueve con soltura en el siempre complicado territorio de la comedia dramática, mostrándose más reflexivo y expositivo que moralista. Su cinta se desliza hacia el drama evitando con destreza muchos de esos lugares comunes que encontramos en cualquier enredo romántico, con un estilo bastante alejado de lo normativo pero sin estridencias narrativas. Esta es una historia que no disimula su vocación de retrato generacional para sumergirse en asuntos tan prosaicos y eternamente vigentes como el feminismo, la maternidad, la familia, la pareja o el compromiso.

Y esta es también una historia de amor. Aunque para el amor, los poetas. Gil de Biedma no quiere la dulce caricia dilatada, sino ese poderoso abrazo en que romperse. Bukowski quiere, en cambio, a la furcia con ojos de pelícano, ombligo de bronce y corazón de marfil. Benedetti si te quiere es porque sos su amor, su cómplice y todo. A Neruda, sin embargo, le gusta cuando calla, porque está como ausente. Y con Rimbaud, en invierno, iremos en un pequeño vagón rosa con cojines azules. Benjamín Prado sentencia que hace falta la noche para ver las estrellas. Y a Ángel González ella le dejó sus ojos en un plato y se fue a tientas. A Pedro Salinas, lo que es le distrae de lo que dice. Cernuda asegura que si muere sin conocerla, no muere, porque no ha vivido. Y Lope de Vega vació su chistera para contarnos lo que es el amor, y que quien lo probó lo sabe.

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