'Ozark': los demonios de la familia Byrde
Si Ozark hubiera llegado antes que todas esas obras maestras que cambiaron nuestra forma de enfrentarnos desde el sofá a tantas historias relevantes, estaríamos hablando de una serie monumental y pionera, de un hito televisivo como lo fueron en su momento Los Soprano (1999), The Wire (2002), Mad Men (2007) o Breaking Bad (2008). Porque aunque en un principio y al leer el argumento pueda darnos cierta pereza enfrentarnos a una historia ya mil veces contada, la de una familia corriente que empieza a meterse en líos y a convivir con sus demonios más criminales para poder sobrevivir, lo cierto es que la serie es bastante mejor de lo que promete.
Marty Byrde es un asesor financiero de Chicago que parece llevar una vida de lo más normal junto a su mujer y sus hijos, una más entre todas esas anodinas familias de clase media americana que pueblan los suburbios de las grandes ciudades. Pero lo cierto es que tras esa fachada de ciudadano corriente se esconde el encargado de blanquear dinero para uno de los cárteles de droga más importantes de México. Cuando las cosas se ponen feas, Marty decide llevarse a su familia desde Chicago a la región de los Ozarks, en Missouri.
El lago Ozark existe realmente y es un enorme embalse creado en el río Osage, en el corazón del Medio Oeste americano. Sus infinitos kilómetros de costa de agua dulce acogen un universo muy particular que parece suspendido en el tiempo y alejado del resto del mundo. Es la perfecta representación de esa América empobrecida, ultraconservadora y paleta que no vuela de costa a costa y que vive ajena al bienestar y poderío económico del resto del país. Y este insospechado paraje habitado por rednecks y visitado por pijos turistas que llegan de la ciudad en verano es también un inmejorable y discreto lugar para que Marty pueda blanquear el dinero del narcotráfico, comprando nuevos negocios en la zona y lejos del radar de la DEA y el FBI.
Temporada a temporada las distintas tramas avanzan y mezclan con pericia de alquimista mundos tan ajenos y personajes tan distantes como un narco psicópata, un padre de familia sin escrúpulos, un obsesivo agente del FBI o un pueblerino sin nada que perder. Es un juego dramático en el que vale todo y parece no haber reglas, en el que todo encaja finalmente gracias a unos actores que sostienen lo inverosímil y a unos guionistas que siempre encuentran el modo de salir airosos de sus propias y a veces desquiciadas trampas argumentales. Y cuando quieres darte cuenta ya no puedes dejar de ver la serie, ya estás atrapado por los demonios de la familia Byrde.