Etiopía, tras las huellas de Pedro Páez y la Reina de Saba - Gondar (I)

Etiopía - Trinidad de Debre Berhan Selassie

Mario Lozano Alonso

Capítulo 3: Gondar, la ciudad de las 44 iglesias (I)

Llegar a Gondar en minibús desde Bahir Dar es una pequeña aventura para la que hay que armarse de paciencia. Nada más entrar a la estación de autobuses, multitud de conductores de minibús intentarán llamar nuestra atención para que les escojamos. La clave está en elegir un vehículo que no sea demasiado antiguo y, sobre todo, que esté casi lleno, ya que los minibuses salen de la estación a medida que se van llenando, lo cual puede llevar un tiempo indeterminado. En cualquier caso, el flujo de los que van y vienen entre ambas ciudades es constante a lo largo del día, ya que muchos conductores, cuando llegan a Gondar, cargan más pasajeros para volver a Bahir Dar, y viceversa.

La carretera es muy moderna, de construcción china, aunque sin arcenes. El recorrido puede hacerse en unas tres horas, pero nosotros tardamos casi cuatro horas por la intensa lluvia.

Ante la insistencia del conductor, colocamos nuestras mochilas en la baca del vehículo. Craso error, porque la supuesta tela impermeable que los cubría resulto no serlo, por lo que nuestro equipaje llegó a Gondar calado. A pesar de todo, el viaje mereció realmente la pena, ya que el trayecto entre ambas ciudades es de una belleza abrumadora. Las montañas de las Tierras Altas se presentan ante nosotros en todo su esplendor, anunciándonos que estamos cada vez más cerca de las montañas Simien, donde se encuentran las cumbres más altas del país.

Fasil Ghebbi

Gondar es una de las ciudades más bonitas de Etiopía. Ubicada sobre varias colinas suaves, si tenemos la oportunidad de contemplarla desde el mirador del hotel Goha lo primero que destaca es que los edificios parecen estar rodeados de vegetación. Antigua capital imperial, floreció entre los siglos XVII y finales del XVIII, entrando después en una larga decadencia. Gondar es conocida en el resto del país como la ciudad de las 44 iglesias y, aunque es cierto que hay muchas, parece más una exageración que un hecho factible.

La principal atracción turística de Gondar es el espectacular recinto palaciego del Fasil Ghebbi. A la mayoría de los turistas occidentales les sorprende la existencia de castillos similares a los europeos en este rincón del África Subsahariana, lo que lleva a muchos a preguntarse quién los construyó.

La respuesta está en parte relacionada con Pedro Páez y los jesuitas, que trajeron al país técnicas constructivas europeas y numerosos artesanos indios. Al mezclar estos ingredientes con las artes tradicionales etíopes, desde el siglo XVII se comenzó a gestar el llamado arte gondarino. Tras la muerte de Páez en 1622, sus sucesores al frente de los jesuitas en Etiopía cometieron una serie de errores que acabaron provocando una cruenta guerra civil entre católicos y ortodoxos. Salieron victoriosos estos últimos, liderados por el hijo de Susenyos, Fasiladas, quien arrancó de raíz el catolicismo del país, expulsó a los jesuitas y cerró el país a las influencias occidentales.

Fasiladas quiso emular en su tierra las grandes ciudades de las que oyó hablar a los jesuitas, por lo que eligió Gondar como asiento de su nueva capital. Hasta entonces, los emperadores etíopes viajaban errantes con su corte, que en ocasiones comprendía hasta 10.000 personas, instalándose en espectaculares campamentos provisionales que se movían a medida que agotaban la madera y los recursos del lugar. La decisión de Fasiladas fue tan importante que el deslumbrante periodo en que esta ciudad rigió los designios etíopes (1632-1769) recibe el nombre de Gondarino.

Romper una tradición centenaria bien merecía la construcción de nuevos e impresionantes edificios públicos que debían mostrar el poder imperial: el propio Fasiladas ordenó erigir una espectacular fortaleza en la que sobresale una suerte de torre del homenaje acompañada de tres torreones coronados por cúpulas. El propio aspecto del edificio sugiere una evidente influencia europea, especialmente por los arcos de ladrillos o las chimeneas del interior, pero también encontramos largas vigas de madera –tradición etíope- e incluso restos decorativos propios de la India musulmana. Aunque sus amplias salas están hoy vacías por siglos de pillaje, aún es fácil imaginar sus días de gloria y decadencia, como los que el genial Jean Christophe Rufin recrea en su obra El Abisinio. Por desgracia, no se puede subir a los pisos superiores para disfrutar de las espectaculares vistas de la ciudad.

Los emperadores sucesores de Fasiladas quisieron emularle añadiendo cada uno sus propios edificios, formando una mezcla heterogénea de iglesias, castillos, salas de banquete y edificios administrativos, destacando el palacio de la reina Mentewab. Todos se concentran en el gran óvalo del Fasil Ghebbi, conformando un conjunto monumental de gran belleza visual. A excepción de algunos edificios que han sido reconstruidos, la mayoría permanecen en ruinas. El recinto está delimitado por un muro en el que se abren doce puertas, si bien hoy sólo permanece abierta una. Llama la atención que entre las ruinas encontremos sofisticados baños turcos –en pésimo estado de conservación- o, incluso, jaulas de leones.

Debre Berhan Selassie

Ubicada en una colina un tanto alejada del centro, encontramos la iglesia de Debre Berhan Selassie (Monte de la luz de la Trinidad), también Patrimonio de la Humanidad como el recinto palaciego. Llegar a ella supone un delicioso paseo de unos quince o veinte minutos a través de una colorida barriada gondarina.

Rodeada de un muro jalonado por trece torretas que representan a los Doce Apóstoles y a Cristo, se trata de una excepcional iglesia de planta rectangular, algo no muy común en esta zona del país, donde mandan las de planta circular. Construida a finales del siglo XVII por el emperador Iyasu I, quien originariamente construyó un templo circular –cuyos restos aún son visibles-, el cual fue sustituido por el edificio actual a comienzos del siglo XIX. Es la única iglesia que no fue destruida en 1888 por los derviches del Mahdi sudanés, quienes, según la tradición, fueron atacados por un enjambre de abejas.

Sin embargo, lo más interesante está en su interior, ya que está completamente cubierto por pinturas. Las pinturas datan de comienzos del siglo XIX y se encuadran en el Segundo Estilo Gondarino. No están pintadas al fresco, sino sobre un lienzo pegado a la pared. La tendencia del conjunto es al horror vacui, con multitud de escenas bíblicas. Al fondo de la nave se abren dos arcos que dan acceso al makdas o sancta sanctorum, donde se guarda la copia del Arca de la Alianza (Tabot). Justo encima vemos la representación de la Trinidad como tres ancianos barbados exactamente iguales. Pero lo más célebre de la iglesia es su techumbre, jalonada por decenas de cabezas de querubines, una de las imágenes más reproducidas en las postales del país.

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