Cine

La distraída elegancia de Sidney Pollack

El director de cine Sydney Pollack.

Antonio Boñar

A Denys, ese aventurero que regaló a Karen la visión del mundo a través de los ojos de Dios, le encantaba un relato bien contado. Seguramente, si pudiera ver Memorias de África (1985), se abandonaría con íntimo regocijo al calor de sus imágenes. Luego desaparecería de nuevo bajo los cielos horizontales e inmensos de África, mientras la música de John Barry se eleva sobre el silencio de la noche estrellada de la sabana. El fotógrafo David Watkin capturó de forma imperecedera los colores imposibles de Kenia y de esa granja a los pies de las colinas de Ngong. Y Pollack, con la adaptación de la novela autobiográfica de la escritora danesa Isak Dinesen, firmó un clásico eterno, profundamente romántico y emocionante. Una de esas historias que sólo se pueden respirar desde el alma.

A Sydney Pollack le gustaba definirse a sí mismo como Mr. Mainstream. Era su irónica forma de responder a todos aquellos críticos que tachaban su cine de banal e intrascendente. Porque Pollack era lo suficientemente listo como para no escuchar a todos esos tipos, pretendidamente intelectuales y encantados de conocerse a sí mismos, que creen tener la exclusividad para determinar lo que es arte y lo que no. Y tan lúcido como para saber que el éxito comercial no tiene por qué estar reñido con la inteligencia o la sensibilidad. 

Comenzó su carrera estudiando y enseñando interpretación. Una faceta, la de actor, que nunca abandonó del todo y que siempre ejerció con una naturalidad apabullante que le permitía desaparecer detrás del personaje para cederle, con distraída elegancia, su contenida gestualidad y su rostro de tipo normal. Maridos y mujeres (1992), Eyes wide shut (1999) o Michael Clayton (2007), son algunos de los filmes donde demostró su solvencia como intérprete.

Y aunque también ejerció con notable éxito labores de producción, es por la estupenda filmografía que conforma su obra como realizador por lo que será recordado y admirado. Pollack pertenece a esa brillante generación de cineastas que revolucionaron el cine americano en la década de los 70, marcando un punto de inflexión entre el sistema de estudios y una nueva realidad que consagraba al director como autor. En el documental de Ted Demme y Richard LaGravese, A decade under the influence (2003), muchos de estos realizadores que habían pasado por la universidad y que provenían de la televisión recuerdan ante la cámara aquellos años. Los comentarios de Scorsese, Coppola, Altman, Lumet, Bogdanovich, Schrader, Corman, Friedkin o el propio Pollack se intercalan con imágenes de la época. Se trata de un documento imprescindible para entender alguna de las claves que explicarían por qué los años 70 son (con permiso de los 40) la mejor década que ha dado el cine americano. Y todos coinciden al afirmar que el cine europeo fue el gran catalizador que provocó el estallido de los nuevos paradigmas estéticos y narrativos. Porque, aseguran, fueron las vanguardias artísticas que surgieron en Europa después de la postguerra las que consolidaron esa tendencia que buscaba acercar la ficción a la realidad, con tramas y escenarios más próximos a los espectadores. Hablan de Fellini, Rossellini, De Sica, Visconti o Antonioni con autentica veneración, confirmando que, sin duda, el neorrealismo italiano fue la corriente que más determinantemente influyó sobre su obra. 

Basta con echar un vistazo a la filmografía de Pollack para refutar la solidez y coherencia del legado cinematográfico que nos dejó: Camino de la venganza (1968), Danzad, danzad, malditos (1969), Las aventuras de Jeremías Johnson (1972), Tal como éramos (1973), Los tres días del Cóndor (1975), Yakuza (1975), Ausencia de malicia (1981), Tootsie (1982), Memorias de África (1985), Habana (1990), La tapadera (1993)... Mr. Mainstream fue uno de los más relevantes representantes de esa forma de entender el cine que es tan inherente a los americanos y que tiene como innegociable y fundamental aspiración el entretenimiento. Y para eso, para iluminar de sueños un pedazo de nuestras vidas, hay que saber contar historias. Algo que este tipo que nunca perdió el tiempo en compararse con nadie hacía maravillosamente. 

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