Cine

Cine y deporte

La famosa escena de 'Carros de Fuego' con la música de Vangelis.

Antonio Boñar

El cine y la competición deportiva comparten su condición de espectáculos visuales. Con la llegada de la televisión, los estadios se transforman en enormes platós donde todos y cada uno de los gestos de los atletas son captados por multitud de cámaras. Y en ambos encontramos una estética escénica, una línea narrativa, unos personajes y un final incierto que alimenta las emociones del espectador. Ahora bien, en el deporte, la acción es escrita por los protagonistas con su destreza, errores, pundonor o intuición en el mismo momento de su ejecución. Nadie, ni ellos ni el público, saben lo que va a acontecer un minuto antes. El gol, el salto perfecto o la carrera meteórica sólo existen en ese efímero instante en que estallan sobre el presente con toda su belleza y plasticidad. Y, quizás por ello, una gesta deportiva jamás nos hará vibrar en el cine como lo hace en el estadio. ¿Se imaginan ver un partido de fútbol o de baloncesto en una silenciosa y oscura sala de cine? En el deporte los espectadores forman parte del espectáculo, son ruidosos y excitados extras que llenan de colorido el escenario. 

Las películas sobre deportes se detienen en la épica individual o colectiva, convirtiendo a los atletas en héroes circunstanciales que han de superar sus miedos y posibles vanidades para vencer, o para aprender de la derrota, en la batalla final. Suelen ser dramas o relatos de aventuras e intriga cuyas tramas inciden en el afán de superación, la creencia en uno mismo y la capacidad de sufrimiento o de liderazgo del protagonista. A lo largo de la historia del cine encontramos numerosos ejemplos de filmes cuya base argumental gravita alrededor del deporte. Y casi todas las disciplinas han sido enfocadas, con mayor o menor acierto, por el séptimo arte: fútbol, béisbol, baloncesto, alpinismo, atletismo, ajedrez, rugby… Mención especial merecen las películas de boxeo, casi un género fílmico que, apropiándose del espíritu y las formas del cine negro, ha dado autenticas joyas cinematográficas: El campeón (1931),  El ídolo de barro (1949), Más dura será la caída (1956), Marcado por el odio (1956), Toro salvaje (1980), Cuando éramos reyes (1996), The Boxer (1997), Million Dolar Baby (2004)…

Juegos olímpicos

Pero hay un acontecimiento que congrega cada cuatro años a los mejores deportistas del planeta: los Juegos Olímpicos. El barón Pierre de Coubertin escribió, a principios del siglo XX: “Olimpia y las Olimpiadas son símbolos de una civilización entera, superior a países, ciudades, héroes militares o religiones ancestrales”. El fundador de los Juegos Olímpicos de la era moderna tuvo que pelear contra la incomprensión y el rechazo de muchos de sus coetáneos para defender su sueño de organizar una competición deportiva que, inspirada en aquellas celebraciones religiosas, culturales y deportivas con que los griegos honraban a sus dioses en la ciudad de Olimpia, fuera un símbolo de unión y fraternidad entre los pueblos del mundo. Un espíritu que condensó años después en la histórica y hermosamente ingenua frase pronunciada durante su discurso olímpico de 1908, en Londres: “Lo más importante no es ganar, sino participar”. Unas palabras que te podían llegar a tocar mucho las narices cuando eran soltadas por el padre, entrenador o educador de turno con la intención de relativizar y apaciguar la pena de una derrota o, también, la arrogancia de una victoria. Es después, con el paso de los años, cuando comprendemos (o no) que, como añadió en su discurso Coubertin, “lo esencial en la vida no es lograr el éxito, sino esforzarse por conseguirlo”. 

En los últimos juegos que tuvieron como Presidente del COI al idealista barón, los de París en 1924, destacó por encima del resto un nadador estadounidense: Johnny Weissmuller. Fue el primer hombre que bajó del minuto en los cien metros libres, y ganó tres oros. Pero siempre lo recordaremos por haber sido el mejor Tarzán de la historia del cine. El suyo no es el único caso de atleta olímpico que termina trabajando como actor. Además de él, el caso más notorio fue el de Errol Flyn, uno de los integrantes del equipo australiano de esgrima en los juegos de Los Ángeles en 1932. Y un extraordinario actor que, al poco tiempo, logró cautivar a millones de espectadores protagonizando numerosas e inolvidables películas de aventuras. Y aunque nunca pudo participar en las olimpiadas de 1940, canceladas al estallar la II Guerra Mundial, la nadadora Esther Williams llegó a ser una gran estrella de la pantalla durante los años 40 y 50 del siglo pasado.

Sin embargo, lo primero que nos viene a la cabeza cuando pensamos en cintas ambientadas en la fiesta olímpica son los acordes que Vangelis compuso para Carros de fuego (1981), la historia de dos jóvenes corredores británicos de distintas clases sociales que entrenan con el mismo objetivo: competir en la Olimpiadas de París de 1924. Y no quisiera olvidar otros dos filmes que, aunque toquen los juegos de forma tangencial, merecen ser nombrados por su incuestionable calidad: La soledad del corredor de fondo (1962) y Munich (2005). 

Documentales olímpicos

Aunque es en el género documental donde nos topamos con las mejores obras sobre olimpismo. Un formato que ha sabido extraer y conciliar con el lenguaje cinematográfico toda la belleza y armonía que se cobija en los cuerpos de los atletas. Y hay una película que se erige, colosal y audaz, entre todas las demás: Olympia (1938), de Leni Riefensthal. Cuenta la cineasta alemana, en sus Memorias, cómo sintió el primer latigazo de inspiración, cómo arraigó en su imaginación el germen de una de las más sublimes y vigorosas experiencias estéticas que ha dado el cine. Así lo explicaba: “De pronto vi que entre jirones de nubes surgían lentamente las antiguas ruinas de los lugares clásicos de Olimpia y desfilaban los templos y esculturas griegas, Aquiles y Afrodita, Medusa y Zeus, Apolo y Paris, y luego aparecía el Discóbolo de Mirón. Soñé que éste se transformaba en un ser humano de carne y hueso y, en movimiento retardado, empezaba a balancear el disco… Las estatuas se transformaban en danzarinas de los templos griegos que se disolvían en el fuego olímpico que prende en la antorcha y desde el templo de Zeus es llevado hasta el moderno Berlín de 1936… un puente tendido entre la antigüedad y la época modernista. Así sentí visionariamente el prólogo de mi película olímpica.”

El resto ya es historia. Desde entonces, nadie ha conseguido captar y exaltar la poética del deporte como lo hizo Riefensthal. Y nunca hemos vuelto a ver a los atletas gobernando la arquitectura del aire como en Olympia, con sus siluetas recortadas sobre el cielo luminoso de Berlín. Antes de que la guerra lo oscureciera todo. 

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